Capítulo XVIII

Osiris, dios de la resurrección

… tu mano agarra el cetro, tu puño se cierra sobre la maza;

permanece a la cabeza de los cónclaves, juzga a los dioses,

porque pertenece a las estrellas que rodean a Ra, que están delante de la Estrella Matutina.

Texto de las pirámides

Maite sintió las lágrimas acudir a sus ojos, pero se juró no dejar caer ni una sola aunque para ello tuviese que arrancárselos. Mauricio seguía mirándola fijamente.

—¿Adrián está al tanto? —‌Maite habló con voz ronca.

—Adrián duerme tranquilo, no debemos molestarle.

—¿Fuiste capaz de envenenarle? ¿A tu propio hijo?

Maite observaba a Mauricio a pesar de que la pregunta era para Vincent.

—Fue una pantomima. —‌Vincent se adelantó al arqueólogo, que hizo ademán de contestar—. Tenía que sacarle de allí antes de que Carlos Guzmán comprendiese quién era él y me relacionase con la expedición. No contaba con él.

—Eso no fue cosa mía. —‌Mauricio no apartaba la mirada.

—¡Pobre Adrián! ¡Cuando se entere de que clase de hombre es su padre!

—¿Qué hacemos con ella? —‌Mauricio desvió la vista un momento de los ojos de la anticuaria y observó a Vincent.

—La tumba de Sofía es ahora pública. —‌Sonrió irónicamente—, no podemos utilizarla. No sé, ¿qué se te ocurre?

—No creo que diga nada. —‌Mauricio volvió a mirar a su víctima.

—No puedo arriesgarme. —‌El tono del multimillonario cambió por completo—. Si vas a tener escrúpulos, lo dices y llamo a otro.

—No, no, no te preocupes, yo me encargo.

Vincent entrecerró los ojos.

—Quizá no sea buena idea, vosotros habéis intimado demasiado.

—No lo suficiente para jugarme el futuro. —‌La cara de Mauricio parecía de piedra.

—Espero que tengas claro que eso es exactamente lo que te juegas: tener un futuro.

—Sabes que lo más importante para mí es el descubrimiento arqueológico.

—Lo sé. Y pienso compartirlo contigo —‌Vincent se levantó para servirse otra copa—, me gusta rodearme de amigos.

—Me jacto de tener muchos amigos —‌Maite levantó la mirada, que tenía baja, y clavó sus ojos en los del arqueólogo—. Cuantos más mejor.

—Tienes que ser cuidadoso al buscarlos.

—Procuro que tengan algo que ofrecer. Akhenatón será un buen amigo para mí, tiene mucho que ofrecerme.

—Akhenatón será nuestro pasaporte a la historia. —‌Vincent volvió a sentarse.

—Me conformo —‌dijo Mauricio— con que el que ha permanecido perdido durante siglos, se convierta para mí en El Encontrado.

Maite sintió un golpe en el pecho y ganas de abofetearle. Mauricio la cogió bruscamente del brazo y la llevó hacia la puerta.

—Espera un momento, amigo. —‌Vincent les detuvo sin volverse—. Ya no es necesario que te ocupes de proteger el papiro. Creo que su lugar debe ser junto a la otra parte que me entregaste ayer.

Mauricio se detuvo al ver aparecer en la puerta a Táreq. Maite miró al egipcio aterrada, ¿también él? Bajo sus pies el suelo se hizo inestable, no podía confiar en nadie, era evidente que iban a eliminarla. Pensó en Víctor, imaginó su expresión cuando le diesen la noticia…

—Dáselo a Táreq, él se encargará de custodiarlo.

—¿No confías en mí?

—¡Por supuesto que confío! ¿Dónde ibas a ir tú con ese papiro? Tarde o temprano te encontraría. —‌Soltó una carcajada—. Te considero demasiado inteligente para jugármela. Cuando viniste ayer por la tarde a contarme el plan que esta irresponsable anticuaria había ideado no podía dar crédito a tanta estupidez. ¿Qué pensabas, Maite? ¿Que me quedaría tan tranquilo mientras me robabas algo que he custodiado durante años? Te habría buscado y no habría tenido ninguna duda en el saludo.

Maite temblaba como una hoja.

—Eres una pobre tonta. Has desaprovechado las mejores oportunidades sin pensar en lo que perdías. Mi hijo era un buen partido, sin contar con que, además, te quiere. Habrías formado parte de esta familia y tarde o temprano mi descubrimiento habría sido tuyo. —‌Soltó otra carcajada—. ¡Preferías robarme!

Maite se soltó de la garra que la sujetaba y se encaró a Vincent.

—Dime una cosa, ¿qué ocurrió realmente en aquella tumba?

—Curiosa, ¿eh?

—No fue Carlos ¿verdad? Fuiste tú.

Mauricio volvió a sujetarla con fuerza.

—Ese tema ya está aclarado —‌dijo.

—¡No! —‌La mirada de Maite atravesaba los fríos ojos del arqueólogo—. ¡Él mató a tu madre! Todo sucedió como lo explicó Carlos, con la única excepción de que fue Vincent el que acabó con ella.

Intentaba zafarse del sicario para volver a encararse con el padre de Adrián.

—La mataste porque no quería verte más y le robaste lo que había encontrado dentro del sarcófago.

—Te conté lo que ocurrió. Cierto es que cambié algunas «cosillas» sin importancia, pero en lo sustancial fui sincero. —‌Sonrió con cinismo.

—No creo que sepas el significado de esa palabra. —‌Maite escupía las palabras.

—Para que veas que te equivocas te voy a contar en qué os mentí. —‌Cogió un puro de la cajita que había en su mesa y lo preparó para encenderlo—. Verás, esta casa me costó una fortuna y la persona a quien se la compré me confesó que la adquirió porque había recibido informaciones de que ocultaba tesoros que él, después de dos años, no había sido capaz de encontrar. Tardé unos tres años, pero yo tuve más suerte que él. Resulta que el inteligentísimo Dominique había construido una falsa pared en lo que fue su dormitorio. No se apreciaba porque estaba a solo veinte centímetros de la original. Por entonces aquel no era el dormitorio principal, solo se usaba si teníamos visitas. Se me ocurrió redecorarlo y convencí a mi esposa para que dejase en mis manos la ardua tarea de decidir los materiales y la distribución. Aquella pared resultó ser un delgado tabique y detrás encontré algunos valiosos objetos. Entre ellos, el testamento de Tourandot, que jamás entregó, el escarabajo de Nefertiti y un papiro.

Su enorme sonrisa demostraba lo mucho que estaba disfrutando con las explicaciones.

—Parece ser que el señor conde fue uno de los visitantes de Tell al-Amarna cuando aún había algo que visitar y, como muchos turistas de la época, se trajo algunos recuerdos. —‌Soltó una carcajada.

—Es usted un vulgar ladrón.

—Ladrón, puede. Pero vulgar…

—Ladrón y asesino.

Vincent se acercó y le dio una sonora bofetada, de la que Maite no pudo zafarse al estar sujeta por Mauricio, que en ese momento la apretó tan fuerte que pensó que le rompería el brazo. El arqueólogo sacó un rollo de dentro de la chaqueta y lo entregó a Táreq, que lo sujetó con sumo cuidado.

—Trátalo con delicadeza —‌dijo.

—No te apures. —‌Era la primera frase que oían del egipcio, que mantenía una expresión de total indiferencia.

—¿Adónde piensas llevarla? —‌La pregunta de Vincent detuvo a Mauricio, que atravesaba la puerta.

—No creo que quieras saber los detalles. —‌Sonrió sarcástico—. No te preocupes. Supongo que preferirás que Adrián no se despierte y venga a preguntarnos qué hacemos con su «amorcito».

La expresión en la cara de Vincent cambió por completo.

—Tienes razón, marchaos rápido. Daré órdenes para que os dejen salir.

Como si Mauricio hubiese leído en la mente de Maite, su mano cubrió la boca de la mujer ahogando el nombre de Adrián en sus labios. Siguió empujando a su presa sin quitarle la mano de la boca y ante la atenta mirada de Vincent y Táreq, que les observaban salir de la casa. La llevó hasta el coche y la introdujo por la fuerza. Llovía a cántaros y el sonido de la lluvia amortiguaba algo los golpes que Maite daba contra todo lo que era susceptible de ser golpeado. Mauricio miró hacia las ventanas del salón para comprobar que los dos hombres seguían sus movimientos a través de las cortinas. Vincent observaba la escena con preocupación, Adrián acabaría despertándose si oía tanto ruido y Maite se resistía con ahínco, quizás hubiese sido mejor hacerlo allí mismo, aunque estaba seguro de que Alexander no lo aprobaría. Observó cómo Mauricio la sujetaba del pelo y le propinaba un fuerte golpe en la cara. Evidentemente, no se había equivocado al confiar en su capacidad.

—Espero que no te hayas equivocado con él. —‌Táreq pareció leerle el pensamiento.

—No te preocupes, seguro que hará bien su trabajo.

—No soy tan confiado como tú.

—Hasta el momento me ha servido bien. Tiene mucho que perder si me traiciona. En cambio si está a mi lado sabe que conseguirá lo que quiera.

—No creo que haya matado nunca a nadie.

—¿Te olvidas de Muhsin?

—A Muhsin no le mató él.

Vincent clavó sus ojos en Táreq, que no pudo negar un estremecimiento.

—¿De qué estás hablando? Él mismo me lo confesó a pesar de saber que no iba a hacerme ninguna gracia. Muhsin era un buen amigo.

—Fui yo.

—¿Quéee?

—Fue un accidente, no quería matarle, solo asustarle.

—¿Por qué?

—Iba a contarle a Mauricio para quién trabajaba.

—¿Para qué?

—No se fiaba de ti. Creía que ibas a quedarte con el descubrimiento y le ibas a dejar fuera. Discutimos.

—¿Le mataste?

—No tuve más remedio.

Vincent se quedó un momento en silencio y después se acercó lentamente a la vitrina abierta donde se encontraba el arca… ¡vacía!

—Enséñame el rollo que te ha dado Mauricio —‌apremió a Táreq.

El egipcio sacó el papiro de una bolsa y lo depositó en las manos de Vincent.

—¡Maldito zorro! ¡Me ha engañado! ¡Cogió los dos papiros y me ha devuelto el que no sirve! —‌Corrió hacia la ventana, pero el coche ya no estaba.

—Acabas de firmar tu sentencia de muerte, Mauricio Varona. —Se volvió a Táreq—. Coge el teléfono y llama a Lucas, no les dejará salir sin una orden mía. ¡Estúpidos!

El egipcio obedeció.

—Dice que ya han pasado. —‌Su rostro mostraba preocupación.

—¿Cómo es posible? ¿Sin mi autorización?

—Hay algo…

—¿Qué? —‌Estaba perdiendo la paciencia.

—Iban tres personas en el coche.

—¿Tres personas? —‌Frunció el ceño.

De pronto su rostro cambió, se puso pálido, abrió los ojos como platos y apartó a Táreq de un manotazo para salir de la sala. Con el corazón encogido subió las escaleras y llegó casi sin aliento ante la puerta de la habitación de su hijo. No dudó en abrirla impetuosamente aun a riesgo de estar equivocado y despertarle sin necesidad. El terror que le invadía era tan profundo que no dejaba lugar a ningún otro sentimiento. Se acercó a la cama vacía y se dejó caer como un fardo, escondiendo la cara entre las manos.

—¡Dios mío! Mi hijo, mi hijo… —‌sollozó.

—¿Este trasto no puede correr más? —‌Adrián temía que su padre hubiese mandado a alguien tras ellos.

—Ya vamos demasiado deprisa. Solo faltaría que ahora tuviésemos un accidente. —‌Mauricio no apartaba la vista de la carretera, la lluvia dificultaba la visibilidad.

Maite intentaba asimilar un razonable estado de ánimo, pero no podía. Sentía tantas emociones contenidas que si alguien la hubiese pinchado un poco habría estallado y la onda expansiva se habría sentido en lo alto de la Torre Eiffel. Cuando recuperó el conocimiento, escuchó las explicaciones de Adrián sobre la conversación que él y Mauricio habían mantenido el día anterior. Según había podido entender, Adrián había llamado al arqueólogo al móvil para pedirle cuentas sobre las cosas que Maite le había narrado y que le afectaban tan directamente. Mauricio no solo le ratificó todo lo que había dicho Maite, sino que también le explicó nuevas averiguaciones. Descubrió que Táreq era el hombre de Vincent y estaba en la casa. Era evidente que fue él quien mató a Mushin y lo que en principio le había parecido un buen plan se le presentó ahora al arqueólogo como algo demasiado peligroso. Tuvo que actuar deprisa y sobre la marcha ideó un nuevo plan cuyo éxito dependía de que Maite no estuviese al tanto y que Adrián le secundase. Mauricio se citó con Vincent esa misma noche y le explicó lo que habían proyectado para robarle el papiro, como si fuese idea de Maite, con la salvedad de no mencionar que el papiro que él le entregaría sería una copia falsa. Adrián escuchó esa conversación escondido en el balcón que daba a la parte de atrás de la casa, por la noche las cortinas siempre estaban corridas y sabía que nadie podría verle desde abajo. Tuvo que quedarse allí hasta que su padre se retiró a dormir, pero ya no había ninguna duda de que lo que Mauricio le había contado era cierto. El arqueólogo aseguró a Vincent que Maite podría no cumplir con el plan e intentar robar el papiro esa noche y se ofreció a custodiar el arca. Su intención era robarlo él mismo y escapar. Adrián se encargaría de sacar a Maite de la casa esa misma noche.

—¿Y no pensasteis en la posibilidad de decirme algo? No sé, algo como «ten cuidado nos han pillado» o «no hagas nada hasta nuevo aviso».

—Tenía claro que todo podía salir mal y entonces tú serías nuestra única escapatoria. Como así ha sido. —‌Mauricio la miró un instante—. Cuando le dije a Vincent que podías intentarlo esa misma noche lo creía realmente. Te conozco, eres impetuosa y difícil de controlar. Si te decidías a hacerlo tendríamos que optar por la opción B.

—Yo estaba seguro de que lo harías.

—¿No pensasteis que podía darme un infarto en aquella habitación? ¿Os hacéis una idea del terror que he pasado?

—Tienes un corazón fuerte. —‌Mauricio la miró contrariado.

—¡Dios! —‌Maite pareció acordarse de algo.

—¿Qué? —‌preguntaron de nuevo a dúo.

—El amuleto. Se quedó en la casa junto con mis cosas.

Adrián abrió el macuto que llevaba y sacó un objeto envuelto en un paño de seda amarillo.

—¿Te refieres a esto?

—No habéis olvidado nada.

—Eso espero —‌murmuró el anticuario y se incorporó para sacar algo del maletero—. Creo que cogí todas tus cosas.

—¡Mi maleta!

—Suerte que escogiste una pequeña. Sobre todo me esforcé en recuperar tu cartera con los documentos.

—¡Ostras! —‌Se abrazó al billetero, donde guardaba el carnet de identidad, el permiso de conducir, días y días de paseos que iba a ahorrarse.

—Tenemos que pensar qué vamos a hacer ahora con Vincent. Nos buscará y sabe dónde encontrarnos. —‌Mauricio no perdía de vista la carretera.

—De eso me encargo yo —‌Adrián intervino.

—El aeropuerto es el primer sitio donde mirará. —‌Maite pareció olvidar el mal rato que le habían hecho pasar.

—Por eso no vamos a ir al aeropuerto. Volveremos en el coche.

Antes de atravesar la frontera Adrián pidió que se detuvieran en una gasolinera y mientras Mauricio llenaba el depósito hizo una llamada a Vincent. Maite también bajó para estirar las piernas, pero escuchaba perfectamente las palabras de su amigo.

—No sé cuál es tu límite, ni si lo tienes, pero te advierto una cosa, si me ocurriese algo… —‌Se detuvo a escuchar—. Eso es lo que dices, pero por si acaso has perdido la humanidad por completo, voy a encargarme de que todo lo que sé salga a la luz si algo me ocurre. No intentes averiguar a quién voy a dar la información porque jamás lo descubrirías. Sabes que es muy sencillo: bancos, notarios, abogados, amigos. Incluso puedo hacerlo con todos ellos. Y si a mí me respetas pero haces daño a alguno de mis amigos, el resultado será el mismo. Espero que seas consciente de que has perdido y demuestres que la edad que tienes y las experiencias que has vivido te han enseñado algo más que a usar la violencia y pasar por encima de quien sea para conseguir lo que quieres. Hay otras maneras Vincent. —‌Silencio—. Para mí ya siempre serás Vincent.

Maite sentía una profunda tristeza, que se acentuó al escuchar la conversación de su amigo. Continuaron viaje durante horas y poco a poco el cielo fue aclarándose tras la salida del sol.

—Tenemos que ponernos de acuerdo en cómo vamos a encarar esta nueva expedición. —‌Mauricio seguía conduciendo.

Maite se había cambiado el sitio con Adrián y ahora iba en la parte de atrás. Se había puesto unos pantalones y un jersey y había guardado el pijama en la maleta.

—Yo me encargo de todo el equipo, pero necesitaremos pasta —‌Mauricio continuaba con su tema.

—Por eso no tenemos que preocuparnos —‌Adrián fue quien contestó—, de la financiación me encargo yo.

—Tenemos que conseguir los permisos para instalar el campamento, sin levantar sospechas.

—Supongo que tú debes de estar más que acostumbrado a este tipo de situaciones.

—No creas, siempre he trabajado por encargo. Esto es nuevo para mí.

—Entonces estamos iguales.

Maite desde el asiento trasero hizo una mueca de disgusto que ninguno de ellos percibió. Miró por la ventanilla, pero lo único que se desarrollaba ante sus ojos eran los momentos que había vivido esa noche en aquella habitación repleta de antigüedades. Ninguno de los dos hombres era consciente de lo que había ocurrido allí. Durante unos minutos interminables los terrores más profundos de Maite se habían hecho realidad. Era cierto que no se puede confiar en nadie, era cierto que todo el mundo puede engañarte. No hay nadie en quien apoyarse. Nadie. No importa si solo eres una niña de cinco años, ni tampoco importa si amas. La anticuaria se arrebujó en el asiento y Mauricio la vio encogerse a través del retrovisor. El arqueólogo también recordó aquellos momentos previos y sintió un dolor en el pecho, todo podría haber salido mal. Cuando estuvieran a salvo tendría mucho que decirle, mucho por lo que hacerse perdonar.

Llegaron a un área de servicio, de esas que hay en las autopistas para que los conductores puedan descansar, con restaurantes, tiendas y demás servicios.

—Podríamos parar ahí parar ir al lavabo. —‌Maite fue quien hizo la sugerencia.

—Eso es exactamente lo que iba a hacer. —‌Mauricio se metió en el carril de deceleración que llevaba hasta el aparcamiento.

—No creo que sea buena idea dejar el macuto en el coche, podrían robarnos. —‌Adrián estiró el brazo para cogerlo, pero Maite le detuvo.

—Tampoco sería buena idea ir paseándolo por ahí. Lo mejor es que vayamos por turnos. Si no os importa —‌se bajó del coche sin esperar respuesta y se apoyó en la ventanilla que Mauricio acababa de bajar—, iré yo primero.

—¿Quieres que te acompañe? —‌el arqueólogo se ofreció.

—No será necesario. Ya sé hacerlo solita. —Sonrió.

Antes de regresar al coche, se dirigió a unas cabinas telefónicas. Marcó un número y al cabo de unos segundos le contestó la voz de Víctor al otro lado.

—¿Diga?

—Víctor, soy Maite, tienes que ayudarme…

—¿Seguro que no te importa que te dejemos sola? —‌Adrián insistió.

—Seguro. Oye, podéis traer unos bocatas, tengo un hambre que me muero.

Los dos hombres asintieron y se alejaron del coche. Maite les observó desde el asiento trasero y sonrió. Esperó dos minutos exactos y se cambió al asiento delantero, cerró los seguros del coche, dio vuelta a la llave de contacto y maniobró para sacar el vehículo del aparcamiento. Concentrada como estaba en lo que hacía no pudo ver a Mauricio, que la observaba desde uno de los cristales del edificio. Seguro que le hubiera encantado ver su cara de asombro y el gesto de impotencia de sus manos.

No pasó por su casa, no se fiaba de Vincent a pesar de la llamada de Adrián. Se fue directamente a casa de Víctor, que la esperaba asomado a la ventana. Apenas hubo aparcado, su hermano llegaba para abrirle la puerta. Se abrazaron y después Maite cogió el macuto, Víctor la maleta y la acompañó a su propio coche mientras ella empezaba a narrarle todo lo que había sucedido. Puso sobre antecedentes a su hermano y le agradeció que la ayudase.

—Cuando me has llamado no entendía muy bien qué pretendías —‌Víctor conducía—, pero ahora sí que lo entiendo. Y sé un sitio donde vas a estar muy bien, tranquila y segura. Allí no podrán encontrarte porque no lo conocen. Y yo no pienso decirles nada.

—No creo que Vincent lo intente siquiera, pero por si acaso, no dudes en llamar a la policía si eso ocurriese. No quiero poneros en peligro, pero sois mi familia y será a las primeras personas a las que preguntarán. De Mauricio y Adrián no tenéis nada que temer.

—No te preocupes. —‌Sonrió—. Te gustará Helena, es una mujer estupenda.

—Estoy segura. Espero no molestarla.

—¡Tú no molestas, mujer! —‌Helena le ofreció una taza de café y los recién llegados se sentaron en el saloncito junto a la escritora—. Aquí estarás estupendamente, ya verás. Y espero que me expliques con detalle todas esas aventuras que, según tu hermano, has vivido.

Maite sonrió y aceptó la taza de café. Esperaba que los bocadillos hubieran sentado bien a aquellos dos pardillos, pero su estómago estaba a punto de gritar.

—¿No sería posible comer algo? —‌pidió tímidamente.

—Anda, Víctor, trae algo de la cocina.

Maite le había explicado un poco cuál era su intención al quedarse con ella en la casa. Aparte de buscar cierta tranquilidad para ajustar sus propios sentimientos y tomar decisiones que sabía podían cambiarle la vida. También se trataba de dar un escarmiento.

—La confianza es un valor efímero y frágil, depende nada más de la voluntad. Puedes confiar en un traidor y no tener la más mínima confianza en un hermano. Ambos podrían ser la misma persona.

—No lo dirá por Víctor.

—Es una licencia poética que tenemos los escritores de hablar de lo concreto con conceptos generales. No, no hablaba específicamente de Víctor, sino del hecho de que la confianza se da de forma gratuita e indefensa, y que la única protección que tenemos ante la traición es la de poder retirar esa confianza. O sea, que no hay protección. No puedes prepararte para que te traicionen, te has de entregar y esperar que eso no ocurra.

—Yo creo que sí hay protección, puedes levantar una muralla a tu alrededor y no dejar que nadie entre. —‌Maite se sirvió otra taza de café mientras esperaba la respuesta de Helena.

—Pero esas murallas siempre tienen resquicios, que son los que utilizamos para salir de ellas, sin pensar que por ahí también puede entrarse. Y si no los tuvieran y permaneciésemos encerrados dentro de ellas, más nos valdría estar muertos. ¿No te parece?

Víctor llegó con una bandeja de jamón y pan con tomate y a partir de ese momento toda la atención se centró en el suculento festín.

Durante los días que sucedieron a su llegada a la casa de Helena, Maite experimentó muchas vivencias y dejó que despertaran en ella sentimientos que permanecían ocultos desde su niñez. Tuvo largas conversaciones con la escritora, que la fue sondeando sin que ella pudiese resistirse, ofreciéndole a cambio experiencias propias de su vida. Había ciertas similitudes entre las dos, como el hecho de que ninguna había querido tener hijos.

—En mi caso era una decisión razonada y muy meditada. Yo quería dedicarme a mi profesión y no me sentía inclinada a revolcarme por el suelo detrás de una criatura. Sin embargo, te confesaré algo: Víctor es la persona que más quiero en el mundo. Fue un regalo para mí. Al principio me hizo salir corriendo, me dio tal pánico que pensé no volver jamás. Pero quería a su padre y el niño iba incluido en el lote. Después aquel niño triste y retraído se ganó mi corazón hasta tal punto que se cambiaron las tornas y nunca habría abandonado a Eduardo por no perderle a él. No pongas esa cara, ya sé que Eduardo no era realmente su padre.

—Yo nunca he sentido tentaciones de tener un hijo.

—¿Estás segura?

Maite afirmó con la cabeza, convencida.

—No quiero responsabilidades de ese tipo. No quiero una persona que dependa de mí, de mi atención y mi cuidado. No quiero irme a la cama con el miedo de perder lo que amo. El mundo está lleno de peligros, cualquier cosa puede ocurrir.

—¿Por eso tampoco quieres entregar tu corazón?

—Es un poco lo mismo. Si te comprometes con alguien, te pierdes a ti mismo.

Los dos papiros y el escarabajo que alguna vez pudieron estar entre las manos de Akhenatón descansaban ahora sobre la mesilla de noche sin que nadie les prestase atención. Maite dedicaba las horas a leer la Biblia, buscando las pistas que no se atrevía a buscar en otro lado: Moisés-Akhenatón, Akhenatón-Moisés, mientras recordaba las risas de sus compañeros ante los comentarios de su profesor: «Como historia de ciencia ficción, es meramente pasable, pero es que me temo que usted, además, se la cree». Otras veces, sentada en el jardín, intentaba imaginar cómo sería la mujer que había vivido fingiendo una maternidad inventada. Intentaba entender el funcionamiento de la mente de alguien que era capaz de robar un niño a su madre ante la inocente mirada de su hermana. Todo ello buscando la manera de perdonar a ese niño, que había aceptado el cambio y, aun después de descubrir el secreto, no podía sentir odio por la que recordaba como su madre.

Víctor había asumido ya sus sentimientos. Había luchado por removerlos, pero fue inútil. Para él Esther, era el recuerdo infantil y maternal, la protectora, la que le mimaba y acariciaba abrazándolo contra su pecho. Su mente razonable le decía que se trataba de una mujer enferma y que su enfermedad la llevó a la muerte, pero no es la mente razonable la que siente. ¿Y Adela, la madre verdadera? Para Víctor, Adela era una fotografía en un álbum, triste fotografía de alguien a quien debió amar y con la que siempre tendría una deuda sin saldar. Pero no puede amarse a una fotografía. Una vez aceptado su pasado, por el que no tuvo culpa ni parte en él, Víctor pudo centrarse en recuperar algo de aquel pasado, en su presente. Estrechó sus lazos con Alberto, su padre, y se volcó en ayudarle para hacerle salir de su adicción. A través de él conoció su propia historia familiar, supo de tíos y primos, de abuelos y hechos, que formaban parte de su historial genético aunque no de su memoria. Consiguió hablar con el padre recién encontrado, de aquel otro que hizo su papel sin saber el origen de su nacimiento. Y así uniendo ambas familias pudo encontrar un lugar donde sentirse más o menos cómodo. Excepto con Maite. Maite se resistía. Maite no quería perdonar. Tampoco a Mauricio. En el fondo Víctor creía que lo que no quería su hermana era dejar entrar a nadie lo suficientemente hondo como para no poder renunciar a él. Se había ido convirtiendo en un saco de sentimientos sin madurar. Había acumulado un poso de escrúpulos que se hacía sólido alrededor de sus pies y no la dejaba caminar. Cada día que iba a verla, ella preguntaba lo mismo «¿Has sabido algo de él?». Y durante días, supo de él. Mauricio había intentado por todos los medios que Víctor le dijese dónde localizarla. Día tras día, llamadas de teléfono, persecuciones a la salida del trabajo, explicaciones, aparentemente, sinceras, que el hermano escuchaba intranquilo, pero ante las que no tenía capacidad de actuación. Después de chocar una y otra vez contra la barrera que había colocado la anticuaria a su alrededor, al arqueólogo no le quedaba más que admitir que Maite no quería verle. Le ofrecieron un proyecto en Siria y aceptó. Adrián también se había ido. Él había vuelto a París. Su padre era un hombre viejo y no quería verlo en prisión, pero tampoco podía aceptar que continuase viviendo impune y con la posibilidad de volver a actuar del mismo modo. Así, Maite, se había quedado sola.

Tenía los dos papiros y el amuleto de corazón de Nefertiti, pero no sabía qué hacer con ellos. Se sentía como el gusano que tiene que salir del capullo. Como si estuviese invernando. No salía de casa más que al jardín, donde le gustaba sentarse por las noches y, tapada con una manta de algodón, mirar las estrellas y la luna mientras dejaba fluir sus pensamientos más íntimos. Esos pensamientos la condujeron a Adrián. Ahora sabía que no le había amado. No de ese modo. «Uno no sabe verdaderamente lo que es dulce hasta que humedece sus labios con el agua del mar», esa era la frase que le había dicho Helena y que describía muy bien lo que sentía. La angustia que la había invadido al saber de la marcha de Mauricio fue una cucharada de sal sobre su lengua. El arqueólogo había entregado una nota a Víctor para que se la diese: «No te olvides de Akhenatón, lleva mucho tiempo esperándote». Maite no podía pensar ahora en un pasado tan lejano. Tenía en sus manos el manuscrito de Helena, la historia de Esther. Seguía reacia a acercarse a aquella mujer aunque fuese a través de la frialdad del papel. Claro que la escritora, además de ser una convincente interlocutora, tenía un as en la manga: las cintas que el psiquiatra le había enviado. Maite las había escuchado. Todas. No podía negar, no a sí misma, que la había conmovido, que la voz que escuchaba dentro de aquel aparato le había arrancado lágrimas sinceras. La vida de aquella mujer había sido difícil y triste desde la infancia hasta su final. Y había querido profundamente a Víctor. Quizá porque tenía que quererle, por no poder aceptar haber perdido a su verdadero hijo. Fue una niña no deseada, maltratada y ninguneada por un padre embotado en alcohol, incapaz de pensar en nadie que no fuese él, y muy cruel. Era la mayor de tres hermanos, los otros dos varones, y tras la muerte de su madre cuando tenía ocho años, se había convertido en niñera primero y en criada después. Se escapó de casa cuando apenas tenía dieciséis años y su vida no fue más fácil entonces. Hasta que conoció a Eduardo, el que sería su marido, no tuvo a nadie suyo. Alguien a quien abrazarse cuando la vida te pesa en el corazón. Alguien a quien pedir un beso, un abrazo, o a quien acercarte sabiendo que sus manos van a ser dulces y suaves para acariciarte, casi siempre. Quizás, escogió a Víctor por su nombre, o quizá pensó que aquella niña de las trenzas se parecía a ella. Quizá, cuando la niña le dijo que su madre estaba dentro de la tienda y miró a través del cristal reconoció en aquella mujer a la que compartió con ella habitación en el hospital y recordó los gestos hacia la pequeña que miraba la cunita donde descansaba su recién nacido hermano. ¿Quién sabe qué pasó por su cabeza en aquellos momentos? Como Isis, diosa de la maternidad y del nacimiento, había sido madre antes que hermana, había tenido que cargar con la responsabilidad de una familia cuando apenas estaba preparada para entender cómo funcionaba el mundo. Y como la diosa buscó y recuperó el cuerpo de su amado Osiris, despedazado por su hermano Set, Esther buscó un niño que pudiera sustituir al que le había sido arrebatado. Aunque desde el mismo instante en que tomó su decisión, sentenció las pocas posibilidades que tenía de ser feliz. Sentía verdadera obsesión por su hijo. Un temor enfermizo a que algo malo le ocurriese la mantenía en un permanente estado de ansiedad. Oía voces, lloros. Largos días sin otra compañía que la de ese niño iban acentuando todas las aristas de su pesadilla. El sentimiento de culpa por algo que nadie más que ella conocía y la amargura por no querer ser ayudada fueron haciendo mella en su cerebro, ya inestable, hasta vencerla. Maite cerró los ojos y encogió el estómago en un movimiento imperceptible que hacía cuando algo la afectaba. Observó la primera página, que servía de tapa, mientras pensaba en su madre y un sentimiento de agravio la embargó. Había una diferencia entre aquella mujer desequilibrada y Adela, su madre. Y es que su madre la tenía a ella, tenía una hija pequeña que la necesitaba y la quería, pero no pareció darse nunca cuenta de ello. Optó por llorar la pérdida de un hijo, olvidándose de quien tenía a su lado. Y lo peor es que ella había hecho lo mismo con su padre. Había volcado todo su cariño hacia la amargura materna, como si así pudiese expiar su pecado. Y no había dejado nada para un padre que nunca pareció hacerla responsable, con el que no tenía nada que conseguir. Se veía en él como una igual. ¿Por qué hacemos a los demás lo que nos han hecho? ¿Quién mejor que ella para saber lo que supone querer y no ser correspondido?

—Por eso la bebida —‌susurró.

Con manos temblorosas pasó la primera página.

Víctor la encontró llorando sobre las páginas del libro. Lágrimas de rabia, de impotencia, de pena también. Durante años tuvo alguien a quien hacer responsable de sus frustraciones, todo venía de un momento, de un trauma infantil. Pero ahora se daba cuenta de que habían sido demasiadas cosas las que había cargado a aquella cuenta. Era el momento de aceptar sus limitaciones, sus fracasos y cobardías.

—¡Siento tanta rabia!

—Sácala fuera.

—Lo intento, pero no puedo. Siempre me lo he tragado todo, «no pasa nada», siempre el «no pasa nada». Pero ¡sí pasa! Pasa que mi madre no estaba cuando la necesitaba. Pasa que mi padre se emborrachaba y me dejaba sola con mi angustia, haciéndome sentir que todo era por mi culpa. Sin nadie en quien apoyarme, nadie que me abrazase y me dijese: «te perdono».

Paseaba por la sala como un gato enjaulado.

—Cuando Adrián me insinuó que nos casáramos creí que se había vuelto loco y le eché de casa. Tenía muy claro que mi vida era para mí sola, que no quería compartirla con nadie. No quería responsabilizarme de otro, tener que pensar en otro. Solo yo. Nadie más.

—Maite, la vida no se compone de horas y días para verlos pasar, hay que arriesgarse.

—¿Y si luego me arrepiento? Aquí me siento segura y a gusto. Si tomo una decisión, si me equivoco. —‌Se acercó a la ventana.

—¿Qué? Si te equivocas, ¿qué? No tienes que rendir cuentas a nadie más que a ti. Toma tus decisiones y afróntalas, de esa manera aprenderás a ser libre e independiente de verdad.

—Siempre he sido muy independiente.

—¿Te refieres a tu empeño en no comprometerte? Eso no es independencia, eso es cobardía.

—¿Cómo puedes ser libre si otros dependen de ti?

—La libertad no es un estado momentáneo. Está la libertad de decidir cuándo y cómo quieres tener responsabilidades. La libertad es poder vivir según tus criterios, tus decisiones, tus deseos, tu voluntad. No se trata de no tener obligaciones, de no depender de nadie ni que nadie dependa de ti. Eso no es libertad, eso es egoísmo.

—¿Crees que tú eres libre?

—Por supuesto.

—Y si quisieras irte a África a hacer un estudio sobre los elefantes, ¿dejarías a tu familia? —‌Maite se volvió y encaró a su hermano como si le hubiese dado una estocada.

Víctor sonrió ante una pregunta con respuesta tan obvia.

—Pero es que no quiero.

Maite observó a su hermano y sufrió un sobresalto; ante ella, la poderosa imagen de Osiris, dios egipcio de la resurrección, intentaba enseñarle por medio de la amabilidad y la persuasión a reaprender lo que ya hacía tiempo que sabía. Parpadeó incrédula hasta volver a ver a Víctor en su forma humana conocida y un suspiro de alivio se escapó de sus labios.

Mauricio terminaba de introducir en el ordenador el informe del día. Apenas había nada que destacar. Cerró la pantalla del portátil y se estiró. Aún era temprano para ir a cenar. Pensó dar un paseo y despejarse un poco, quizá Rebeca quisiera acompañarle.

—¡Huy, qué olor más particular hay en esta tienda! —‌Mauricio levantó la vista sorprendido—. ¿Sabes cómo se llamaba el dios de los aromas en Egipto?: Nefertum. Lo representaban como a un niño o a un joven surgiendo de una flor de loto, ¡qué poético!, ¿verdad?

—¿Qué diablos…?

—¿Cómo lo sé? He estado estudiando un poco el lenguaje jeroglífico, Marc ha sido un buen profesor. El tema del perfume en el Antiguo Egipto siempre me atrajo. —‌Continuó su inspección por la tienda cogiendo un objeto aquí y otro allá, apartando una silla, moviendo un cojín—. Los aromas que mezclaban eran o bien procedentes de flores, o de resinas, aunque también utilizaban astillas de maderas olorosas y semillas secas.

Dejó el macuto que llevaba colgado sobre la mesa en la que trabajaba Mauricio.

—Hay una manera de obtener perfume que aún hoy se utiliza en Egipto. Verás —‌comenzó a hacer gestos con las manos frente al arqueólogo, que se había quedado sin habla—, cuecen las flores en agua tapando el recipiente con una tela embadurnada de grasa. Dejan evaporarse el agua y luego rascan la grasa de la tela. Si eso lo mezclas con goma o resina (incienso, mirra, resina de abeto, etc.), puedes combinar aromas.

Mientras hablaba abrió la cremallera de la mochila y extrajo un estuche cilíndrico y un trapo de seda amarilla que parecía contener un objeto pesado. Dejó ambas cosas sobre la mesa y continuó con su charla.

—Si con el tiempo los olores se hacían demasiado intensos les añadían vino de palma para aligerarlos. Esos perfumes podían durar hasta diez años si estaban bien guardados y protegidos del sol —‌sonrió—; Atón puede ser muy dañino, según como se mire, nunca mejor dicho.

—¿Quieres explicarme qué es todo esto?

—¿No lo reconoces? Pues son dos papiros de la época amarniana que nos llevarán hasta un lugar, no sé cuál, en el que encontraremos no sé qué. Y un amuleto de corazón que se olvidaron de colocar en una momia.

—¿Te has vuelto loca o algo así?

Maite se alejó un poco del arqueólogo atónito y buscó un lugar donde sentarse. Se había colocado su equipo de exploradora y cogió una manzana de un cesto que Mauricio llenaba todos los días con fruta.

—No. No estoy loca, al menos no más de lo que ya lo estaba. No voy a renunciar a buscarle. Quiero encontrar a Akhenatón y tú vas a ayudarme.

—Ah, ¿sí?

—Sí. Tienes tantas ganas como yo. Sabes todo lo que hay que saber sobre arqueología y no eres capaz de despreciar una oportunidad como esta.

—¿A qué viene este cambio de actitud? —‌Mauricio se cruzó de brazos ante ella.

—Durante estas semanas he tenido tiempo de pensar mucho. He conocido a personas que no quería conocer, que me han enseñado algo que a mí me parecía que estaba escrito en lenguaje jeroglífico, pero que en realidad estaba en un lenguaje universal. Algo que estaba aquí —‌se señaló la frente— y aquí —‌señaló al pecho.

—Sigo sin entender una palabra.

—Si me quieres contigo, yo te quiero conmigo.

Se quedó sentada mordiendo la manzana como si hubiese dicho que hacía una bonita tarde.

—¿Te refieres a la expedición?

—Me refiero a ti y a mí. —‌Se levantó poniéndose frente a él—. Me refiero a arriesgarnos, a intentarlo…

Se sentó a horcajadas sobre las piernas del sorprendido arqueólogo, que tardó algunos segundos en responder, más por la sorpresa que por las ganas, al beso de la elocuente anticuaria.

—¡Mira lo que nos ha enviado Adrián! —‌Maite entró en la tienda de Mauricio como una exhalación—. Un artículo del periódico que habla sobre el monte Sinaí en Arabia…

Mauricio leyó el artículo, que hablaba de una expedición arqueológica que habían realizado dos arqueólogos al monte Agar en Arabia durante la primavera. Buscaban pruebas que pudiesen apoyar su teoría de que aquel era el monte Sinaí al que se refería Moisés en la Biblia.

—Eso corrobora la información de nuestro mapa. —‌Maite se sentó frente a Mauricio.

—No nos interesa que haya mucha gente pululando por allí, si lo que queremos es pasar desapercibidos.

—Nosotros no iremos hasta dentro de un par de meses. Adrián ha insistido en que se encarga de todo. Permisos, dinero…

Mauricio se levantó visiblemente molesto.

—Creí que ya habíamos hablado de eso.

—Mauricio, no tenemos ninguna posibilidad sin su ayuda, y lo sabes.

—Siempre he conseguido el dinero para mis expediciones. Volveré a hacerlo.

—No seas infantil. Adrián quiere participar y tiene derecho.

Adrián había conseguido las necesarias firmas de su padre para poder tomar posesión de su herencia familiar y, a cambio, prometió dejarle acabar sus días en paz, con la advertencia de que no volverían a verse. El anticuario debía ahora hacerse cargo de las empresas familiares y del enorme legado cultural perteneciente a la familia. A pesar de ello deseaba encarecidamente formar parte de la expedición que iría en busca de Akhenatón hasta Arabia. El monte Sinaí que marcaba el mapa, una vez unidos los dos papiros amarnianos, no era el tradicional monte Sinaí que encontramos en las enciclopedias: monte situado en Egipto. El monte que alguien, quizás el propio Akhenatón, había señalado en aquel documento tan antiguo se encontraba en Arabia. Maite había consultado a un especialista en la Biblia para preguntarle si era posible que el monte Sinaí del que hablaba Moisés hubiese estado situado en Arabia y no en Egipto, como ella creía. Y su sorpresa fue mayúscula cuando el teólogo le había confirmado esa teoría.

—En efecto, hay varios factores que inducen a esa posibilidad. El primero, y quizá más evidente, es que si Moisés huía de Egipto y del poder del faraón, era bastante absurdo quedarse dentro de territorio egipcio, donde un ejército más pronto o más tarde habría podido atacarles. Este dato lo podemos reafirmar con el detalle de que hay muchas ocasiones en que se menciona el hecho que Dios sacó a su pueblo de Egipto —‌el teólogo abrió la Biblia y buscó durante unos segundos—, por ejemplo: Dt 9, 7. Moisés recuerda a su pueblo el pecado de Israel contra Yahvé en el Horeb diciendo: «Acuérdate. No olvides que irritaste a Yahvé tu Dios en el desierto. Desde el día en que saliste del país de Egipto hasta vuestra llegada a este lugar habéis sido rebeldes a Yahvé». Según esto, Israel salió de Egipto. Este es un hecho que se menciona en numerosos párrafos bíblicos. Pero es que, además, tenemos un párrafo en la Epístola de San Pablo a los Gálatas… concretamente, Ga. 4,25, en que dice: «pues el monte Sinaí está en Arabia».

Esto importaba más bien poco al arqueólogo, que seguía sin querer entrar en las rocambolescas ideas de su compañera. Pero para Maite era de una relevancia indiscutible. Ambos personajes, Akhenatón y Moisés, volvían a estar unidos por un lugar: el monte Sinaí, en Arabia. Maite intentó no pensar en ello y observó al arqueólogo durante algunos segundos antes de iniciar el ataque.

—¿Me vas a decir qué es lo que te pasa?

—¿A qué te refieres?

—Con Adrián. Parecía que os habíais hecho amigos.

—Ah, ¿sí?

—Mauricio…

El arqueólogo simuló interesarse por el artículo.

—Pensé que habíamos empezado algo tú y yo.

Mauricio levantó la vista.

—Eso no tiene nada que ver.

—Por supuesto que sí. Si vamos a empezar una relación sobre la base de «se puede ocultar lo que se quiera», más vale que lo dejemos…

—Voy a ir a por Vincent.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

—Es un viejo acabado, ¿qué pretendes?

—No voy a dejar que se quede tan tranquilo después de haber matado a mi madre.

—Mauricio…

—Sabía que no me apoyarías, por eso no te dije nada. Cuando Adrián nos explicó sus planes con respecto a él, esperé algún comentario, alguna referencia…

—¿A tu madre?

—Vincent no se merece ningún perdón. No se puede perdonar a quien no se ha arrepentido. Es un…

—… un asesino —‌acabó Maite—. Vincent es un ser despreciable y va a pasar lo que le queda de vida apartado de todo lo que ha amado, de todo lo que le ha importado. Sus antigüedades, el arte, el poder. Su hijo.

—No es suficiente.

Maite le cogió la cara con las manos para obligarle a mirarla.

—Mauricio, yo estoy contigo. Haremos lo que tú quieras y después de hoy no volveré a decirte nada sobre este tema. Pero, escúchame, todo el tiempo que le dediquemos es tiempo perdido. Nada va a devolverte a tu madre, nada va a borrar los años en que la odiaste por haberte abandonado. —‌Mauricio entrecerró los ojos, sorprendido de ser tan transparente para ella—. Además, ella no querría eso. Ella desearía que fueses feliz, que tuvieses una vida plena y que te reencontrases con la única persona que puede comprenderte.

—Ni le menciones.

—Eres cruel. Él también es una víctima.

—¿Mi padre? —‌Se apartó sorprendido.

—Sí, él forma parte de esa culpa que te empuja a la venganza. Creíste que no te quería, pero en realidad estaba pagando por otra culpa. Él abandonó a Sofía, pero ella estaba sentenciada, si hubiera podido hablar le habría dicho que se fuera. A pesar de eso, no ha podido soportar el peso de lo que hizo y ha vivido prisionero de ese momento. Perdió a su mujer y a su hijo el mismo día. No permitas que eso te pase a ti.

Mauricio apretaba las mandíbulas intentando controlar los sentimientos que pugnaban por salir y él quería tener sometidos. Maite le acarició con dulzura, como lo habría hecho su madre si hubiese estado allí. En aquellos momentos se hizo muy presente su imagen. El arqueólogo la vio despedirse de él, sintió sus manos sujetándole la cara como hacía siempre antes de darle un montón de besos. Sintió sus dientes que le mordían suavemente la mejilla y el aroma fresco que despedían sus cabellos. ¿Por qué las cosas tuvieron que ocurrir de ese modo? ¿Por qué el destino permitió que la odiase durante años por un abandono involuntario? Castigo doble a la víctima. No estaba dispuesto a perdonar a Vincent lo que le había hecho. Se había quedado al margen. Había dejado hacer, pero aquella historia aún no había escrito su final.

—Yo estoy contigo, Mauricio, no me dejes fuera.

El arqueólogo la abrazó y dejó que la fragancia de sus cabellos suavizase el amargo recuerdo.