Capítulo XVII

El arca de la alianza

Que me den mi boca para poder hablar, las dos piernas para poder andar

y mis dos brazos y manos para poder aniquilar a mis enemigos

Libro de los muertos

—Me alegro de que hayas vendido ese tapiz, me daba mal rollo. —‌Adrián contemplaba al pequeño Van Deleur en la representación de su bautizo.

—Siempre que hay niños en la composición te da mal rollo. —‌Maite lo enrolló y lo preparó para entregarlo.

—Los niños vestidos con esos trajes tan rimbombantes y esos gorritos con puntillas, ¡ufff! —‌se estremeció—, me dan escalofríos.

—Vendrán a buscarlo esta tarde.

—Cuanto antes, mejor.

—Voy a ir a la pelu, quiero cortarme un poco el pelo y hacerme unas mechas.

—¡Vaya! ¿Vas a dejarme solo?

—¿Qué pasa? ¿Te da miedo? —‌Sonrió.

—Es que yo pensaba salir un momento.

—¿Tienes algo que hacer?

—Sí, me encontré con un amigo que quiere que vaya a su casa para ver un armario vienés que se ha comprado en Berlín. Quiere que le de mi opinión.

—¿Y te pide tu opinión cuando ya lo ha comprado? Pues ¡es listo tu amigo!

—Supongo que lo que quiere es presumir.

—¿No puedes ir esta mañana?

—Le llamaré —‌dijo y después se dirigió al teléfono.

Al cabo de un momento regresó.

—Está de acuerdo —‌respondió a la mirada de su socia—. He quedado a las doce, ¿no te importa quedarte sola?

—Claro que no, Adrián. No es la primera vez, ¿verdad?

—No. Tienes razón.

Maite siguió con su trabajo y Adrián se dirigió a atender a dos mujeres que entraban en ese momento.

La anticuaria miró el reloj, las doce menos cuarto. Adrián había salido ya de la tienda, según él, para ir a casa de su amigo. Maite no estaba del todo convencida. Se acercó al bargueño de la esquina más alejada de la recepción y abrió el tercer cajoncito, donde guardaba una copia de las llaves de su piso. Estaba vacío. No sabía en qué momento las había cogido, pero estaba segura de que viajaban en el bolsillo de su socio. Volvió hasta el teléfono y marcó un número de móvil. Antes de que sonara el timbre por segunda vez Marc contestó.

—¿Sí?

—Ya ha salido. No te muevas de ahí hasta que vuelva a llamarte. Y no te despistes.

Al principio no la reconoció. Llevaba el pelo corto y muy despuntado, además del color rojizo y las mechas anaranjadas. Ella, en cambio, le vio al instante.

—¡Hombre!, ¿qué tal? ¿cómo va todo? —‌preguntó a Mauricio al llegar al portal.

—Tengo muchas cosas que explicarte.

—Supongo que querrás entrar.

—¿Qué te has hecho en el pelo? ¿Vas de incógnito o qué?

Al entrar le dejó pasar y después cerró con llave y echó la cadena.

—¡Vaya! ¿No quieres que me escape?

—¿Hay algún modo de impedirlo?

—Puedo explícartelo.

—Me lo imagino. —‌Maite soltó el bolso y se quedó en medio de la habitación con los brazos cruzados—. Ahora es cuando me cuentas que te han abducido unos extraterrestres que no te permitieron llamar por teléfono para avisar que no acudirías a tu cita.

—Estaba Adrián.

—¡Ah! ¡Claro! Y entonces perdiste la memoria. ¿Qué tiene eso que ver con que no llamases?

—Creo que él también me vio.

—Mira, Mauricio, esto es lo que buscas. —‌Se dirigió al cajón del escritorio y sacó el objeto envuelto en el pañuelo de seda, después se acercó al arqueólogo y cogiéndole la mano lo depositó en ella—. Pues ya lo tienes, cógelo y márchate. ¡Déjame en paz de una vez!

—Lo sabía.

—¿El qué sabías?

—Que volvería a ocurrir. Sabía que cuando vieses a Adrián te convencería y volverías a dudar de mí.

—¡Claro, la culpa es de Adrián!

—Él juega con ventaja. Hace mucho tiempo que forma parte de tu vida, en ningún momento has querido dudar de él, a pesar de todo lo que te he dicho y los motivos que yo te daba, siempre creías en su inocencia.

Mauricio se dirigió al escritorio y depositó el paquete en el sobre de madera.

—En cambio, conmigo es distinto.

Maite intentó no demostrar su sorpresa ante el gesto.

—Haga lo que haga y diga lo que diga no vas a dejar de desconfiar de mí. —‌Negó con la cabeza mientras miraba hacia otro lado intentando contener su enfado.

—¿No crees que es normal?

—Cuando vi que Adrián se me había adelantado supuse que no querrías un enfrentamiento. Además, no quería que viese nuestras cartas, ya sabes que no confío en él.

—¿No podías llamarme? —‌Maite levantó una ceja en señal de duda.

—Pensaba verte hoy.

—¡Estoy hasta las narices de todo esto! Estoy harta de tu forma de actuar. —‌Intentó calmar su voz—. Coge el amuleto y márchate. No quiero saber nada más de todo este asunto.

Maite fue hasta la puerta y descorrió la cadena.

—Puedes llevártelo tranquilamente.

Mauricio miró el objeto, pareció sopesar su oferta y después de unos segundos se volvió con las manos extendidas a ambos lados del cuerpo en señal de derrota.

—Escúchame, por favor. Me siento impotente contigo, no entiendo por qué es tan importante para mí que me creas. No debería importarme tu opinión. Llevo toda mi vida esperando hacer un gran descubrimiento; ahora más que nunca, es lo que deseo. Además, creo que la muerte de mi madre me da aún mayor derecho sobre este asunto. Hace un tiempo no habría dudado ni un instante ante una oferta tan generosa, habría cogido ese amuleto y me habría marchado sin el más mínimo remordimiento.

—¿Y ahora no?

—No, ahora, no. Necesito que me creas. No quiero engañarte, no pretendo robarte el descubrimiento, quiero que sigamos juntos en esto.

Mauricio se acercó a ella, que seguía apoyada contra la puerta.

—Te pertenece tanto como a mí.

Maite asintió con la cabeza y pasó junto a él. Mauricio la sujetó del brazo y la obligó a mirarle a los ojos. Maite se estremeció con esa mirada que no le era indiferente y ante la que no encontró forma de disimular su propia vulnerabilidad.

—Tienes que creer en mí, pero esta vez para siempre, has de darme tu confianza.

—¿Quieres mi amistad? Según tú es el mejor de todos los compromisos.

—No me parece una buena idea. —‌Mauricio la apretó contra su cuerpo y la besó.

Maite se enroscó a él como una serpiente. Parecía que ambos habían mantenido el deseo contenido y ahora sus cuerpos exigían el pago a tanta resistencia. Con las piernas de la anticuaria atadas a su cintura, Mauricio la llevó hasta la cama. El arqueólogo inició un trabajo que, en este caso, aún no había llegado a ser rutinario. Se imponía la observación del terreno: ligeras ondulaciones, dunas, simas profundas, cualquier «alteración» era importante. Después de la inspección superficial, pasaron a un estudio más exhaustivo, deteniéndose en el detalle: materiales, reacciones eléctricas. Una vez terminaron la inspección, llegó el momento de decidir dónde y cuándo excavar. El arqueólogo sabía que requería paciencia y constancia, y ambos requisitos se llevan mal con el excesivo entusiasmo que produce un hallazgo importante. La anticuaria no quería pasar por inexperta y, esta vez, no permitió que fuese él quien decidiese y se hizo con el mando, a lo que el sufrido arqueólogo se rindió sin rechistar.

Eran las seis de la mañana. Maite, con el pelo mojado después de la ducha, ponía mantequilla a unas tostadas mientras Mauricio hacía café.

—¿Qué te contó Adrián?

—Sabe que no le envenenaron, al menos no con intención de matarle.

—¡Y tanto que lo sabe!

—Según él, Hakim le explicó los efectos del auténtico veneno y eso le hizo comprender que había sido un fraude.

—¡Como si él no lo supiese ya!

—Me dijo algo que… —‌Hizo una pausa, como si dudase de enseñar sus cartas.

—¿Estás dudando otra vez?

—Cuando no volviste, no te negaré que dudé; todas las cosas que he pensado de ti, y que no pienso repetir en voz alta, volvieron a mi cabeza, de donde, supongo, nunca han salido. Me sentía caminando entre arenas movedizas. Adrián es una persona muy importante para mí, si puedo dudar de él, si él podía convertirse en mi enemigo, ¿por qué no tú?

—Yo tengo una respuesta a eso.

—¿Es convincente?

—Estoy enamorado de ti.

—Bastante convincente. —‌Con disimulo—. Adrián se delató.

Mauricio frunció el ceño.

—Me habló del talismán e incluso me recitó parte del texto que tiene escrito en su base.

—¿Y? —‌Mauricio no entendía el tono de preocupación.

—No podía conocer ese texto. Nunca lo había visto. —‌Se apartó un mechón que le caía sobre el ojo—. Adrián tuvo el talismán entre sus manos cuando lo recibimos, pero entonces estaba cubierto de una sustancia que lo hacía irreconocible. Ni mucho menos podía leerse nada, ya que no se veía ninguno de los símbolos de su base.

—Eso significa…

—… que ya lo había visto antes. Entonces comprendí que tú tenías razón, que todo esto es obra suya, quizá también de Vincent, aunque no estoy segura.

—Veo que cuando das tu confianza cuesta perderla, espero que conmigo seas igual de generosa.

—He hecho cosas que me avergüenzan. —Maite bajó la mirada.

—Espero que no te refieras a lo que has hecho conmigo —‌sonrió.

—He puesto algunas trampas. Adrián tiene llave de mi casa y esta mañana la ha usado para entrar.

—¿Para coger el escarabajo? —‌A Mauricio ya no le parecía tan divertido.

Maite asintió con la cabeza.

—Me ha ayudado Marc, que se ha quedado esperando en la granja que hay frente a mi portal. Le ha visto llegar y me ha llamado para decírmelo. No ha podido encontrar el amuleto porque no está aquí.

—No estaba.

—No. No está.

Mauricio entrecerró los ojos y salió de la cocina. Recordaba perfectamente el lugar donde Maite había dejado el talismán después de que él lo rechazara. Cogió el objeto envuelto en el paño de seda y lo sostuvo unos segundos en sus manos antes de descubrirlo.

—Una piedra —‌dijo.

—No pensaba arriesgarme.

—No confiabas en mí.

—No.

—¿Ni siquiera ahora? —‌Mauricio apretaba la mandíbula.

Maite negó con la cabeza.

—Siempre habrá algo, ¿no? Un comentario, un gesto, algo que hará que dudes de mí.

—Quisiera decirte que no.

—Nunca me creerás.

Maite se levantó y se acercó a él.

—Es difícil para mí reconocerlo, pero no quiero confiar en ti.

—Al menos eres sincera.

—Confiar en los demás solo puede llevarte a romperte la crisma. He aprendido que una persona puede ser un monstruo y, sin embargo, tener cerca gente que la quiera y la respete. Puedes engañar, mentir, traicionar y continuar teniendo amigos y relacionarte con el mundo como un perfecto ciudadano.

—¿De quién estás hablando?

—De nadie en concreto.

—Has reducido tu historia vital a un solo momento.

—No sé qué quieres decir.

—Yo creo que sí lo sabes. Quizás el problema es que aquella mujer no era de la forma que tú necesitarías que fuese para poder odiarla y sentirte mejor. Personas buenas pueden cometer un acto despreciable en algún momento de sus vidas y, aunque se arrepintiesen, ya estaría hecho. Supongo que para ti es igual si ella se arrepintió. ¿Ya has perdonado a tu hermano por dejarse secuestrar?

Una bofetada no le hubiese hecho tanto daño.

—Lo peor es que todo ese odio no es hacia los demás —‌se levantó y la señaló con el dedo—, es hacia ti. Sí, hacia ti, mujer segura e independiente. Mujer que huyes de los compromisos como de la peste. Cometiste un error, pero entonces eras una criatura de cinco años. Ahora, ya no eres una niña. Tú decides lo que haces, tú escoges y aceptas las consecuencias.

Maite bajó la cabeza, un bullicio se desarrollaba en el interior de su organismo, una orgía de sentimientos que como autos de choque en una feria se golpeaban unos a otros sin que ninguno saliese vencedor.

—Si queremos seguir con nuestra búsqueda, y yo al menos quiero, tendremos que trabajar juntos. —‌Mauricio le tendió la piedra y volvió a sentarse en el sofá—. Nos olvidaremos del significado de la palabra «confianza», de temas personales, y nos centraremos en el proyecto. Desde ahora se acabaron los revolcones.

Maite le observó, sabía que si daba el paso que le pedía sería en el aire, sin red y sin paracaídas, y solo las manos de Mauricio podrían sujetarla. Para eso hacía falta confiar sin reservas. Sintió deseos de gritar de rabia y de impotencia, pero su rostro se mostró tan indiferente como siempre.

—He estado en El Cairo. —‌Mauricio parecía dispuesto a dejar el tema zanjado—. Martuf es un amigo que se dedica a hacer copias de papiros antiguos y los vende a los turistas. Es muy bueno. Le pedí que hiciese una reproducción del nuestro. —‌Sacó el documento y lo extendió en la mesa—. Le pagué bien y ha hecho un trabajo excelente, de lo mejorcito que le he visto.

—¿De verdad es una copia? —‌Maite se asombró del trabajo tan perfecto que había hecho el falsificador.

—El auténtico está en la caja de un banco. Supongo que tú has hecho lo mismo con el amuleto.

Maite dudó un momento si contarle dónde lo había escondido. Imaginó la cara del arqueólogo al verle sacar el talismán amarniano del bote de harina de su cocina. Decidió que mejor siguiera pensando en la caja de seguridad.

Necesitaban un plan y no tardaron en ponerse de acuerdo. Maite debía llamar a Adrián y convencerlo de que Vincent era la única persona que podía ayudarles. Tenía que conseguir que él propusiese ir a ver a su padre para explicarle los hechos y compartir con él sus descubrimientos y fracasos. Maite tuvo que convencerse de que la historia que iba a contar era auténtica, hasta el punto de creerse sus propias mentiras antes de colocarse frente a su amigo.

Actuó bien. Era fácil, conociendo tan a fondo a su contrincante, saber cómo llevarle al huerto.

—Además de las influencias de Vincent, también sus conocimientos sobre la época podrían ser muy valiosos. ¿Que a qué conocimientos me refiero? Tu padre sabe un huevo sobre la época amarniana. Debemos contar con él. Tienes razón, debería haberlo pensado antes, pero mira, ¿qué quieres que te diga?, no me parecía que necesitásemos más gente. Sí, ahora sí me lo parece. Haremos un dibujo del mapa que había en el papiro y tú puedes explicar lo de los jeroglíficos. También en eso tienes razón, el amuleto estará más seguro con él. ¿Que si lo he pensado bien? Llevo dos días que no pienso en otra cosa. Además me irá estupendamente alejarme de aquí unos cuantos días, ¿no crees? Mauricio Varona volverá en cualquier momento, los dos sabemos lo que quiere, ¿verdad?

Tres días después de la actuación privada de Maite, aterrizaban en el aeropuerto Charles de Gaulle en París. Maite con una maleta de fin de semana y Adrián con otra bastante más grande, con ruedas. La anticuaria no pudo dejar de preguntarse cuánto tiempo pensaba que iban a quedarse. Apenas hablaron durante el viaje en avión, Maite, incómoda por el papel que le habían dado en la obra, y Adrián, extraño. Salieron de la terminal y se dirigieron a la zona de taxis, pero por más que Adrián hablase un perfecto francés e insistiese a los taxistas, ninguno parecía dispuesto a llevarles tan cerca. No pasó mucho rato antes de que el anticuario utilizase un convincente tono, que no pasó desapercibido para su compañera de viaje, que también le oyó mencionar el nombre de Vincent LeClerc y la palabra «euros». El taxista cambió de opinión e incluso le abrió la puerta del vehículo.

—¿Conoce a tu padre? —‌Maite le preguntó antes de entrar al vehículo.

—La familia de mi madre es muy conocida, pero creo que lo que le ha decidido ha sido el billete de cien euros que le he dado.

Durante el recorrido, Maite recordó el viaje que habían hecho por el desierto rumbo a Tall Bani ‘Umran.

—Estás muy callada. —‌Adrián llamó su atención.

La anticuaria miraba por la ventanilla.

—Estaba pensando en nuestra aventura en Egipto —‌dijo—, en cómo ha cambiado todo desde entonces.

—¿Tú crees?

—¿Tú no?

—Bueno, siempre que entra gente nueva en nuestras vidas, hay un cambio.

—Quizá sea eso —‌susurró.

—Me parece curioso que vayas a conocer la casa de mi niñez en estas circunstancias. Es raro que no viniésemos nunca cuando éramos pareja.

Maite no dijo nada.

—Tenías razón, mi padre es quien mejor puede ayudarnos, tal como tú me hiciste ver. —‌Hizo hincapié en estas últimas palabras, lo que hizo dudar a Maite sobre su ingenua aceptación a dejarse manipular.

—Me gustó mucho tu padre. En El Cairo se mostró encantador conmigo. Es una persona increíblemente culta y sé que domina la historia del Antiguo Egipto como nadie.

—Tú también le gustaste. Nunca entenderá por qué no estamos juntos. —‌Maite le miró y tenía una sonrisa tan encantadora que se le encogió el estómago—. Quizá tú puedas explicárselo.

—Adrián…

—Ya me callo.

Continuaron el viaje en silencio y no tardaron en salir de la carretera principal para entrar por una secundaria que les llevó hasta un camino residencial. Se toparon con una enorme verja y una caseta desde donde un vigilante les observaba acercarse. Adrián le llamó Lucas y habló con él unos segundos, y después de que les abriese la puerta continuaron el camino. Maite imaginaba que la casa de Vincent debía ser espectacular. Su socio dedicó los últimos kilómetros del recorrido a explicarle la curiosa historia del propietario original de aquella mansión.

—Era conocido como el conde Leonard Petrie, se trataba de un falso aristócrata que ocultaba su auténtica personalidad detrás de un título nobiliario totalmente inventado pero que le servía a sus propósitos. En realidad se llamaba Dominique Tourandot, y fue uno de los más productivos ladrones de arte de su época. Durante años robó y saqueó los bienes y las mansiones de sus fieles amigos sin despertar la más mínima sospecha. Según me explicaba mi padre cuando era niño, murió de viejo, soltero y sin descendencia, y en su testamento donó todas sus riquezas a la ciudad de París para que hiciesen con ellas lo que quisieran. En aquel testamento, muy famoso por cierto, ¿has oído hablar de él?

—Creía que era una leyenda.

—Pues no, de leyenda nada. Mi padre podrá enseñarte ese testamento, es una de sus más valiosas joyas. En él, se disculpa con sus «queridos amigos» por haberles privado de sus posesiones, pero aclara que siempre fue justo con ellos y nunca hizo distinciones con ninguno: les robó a todos por igual.

—¡Menudo personaje!

—A mí me encantaba su historia cuando era niño. Me hubiese gustado conocerle.

Maite le observó sonriendo para después contener una exclamación de admiración al volver la cabeza al exterior. La fachada del palacete se erguía imponente ante la mirada de los recién llegados. Las columnas de mármol, las balaustradas del tejado adornadas con estatuas y jarrones, los grandes ventanales, que en la planta baja dejaban vislumbrar, a través de las cortinas, las lámparas de techo encendidas. Maite sabía que estaba a punto de entrar en un museo de arte clásico, en un almacén bellamente adornado de antigüedades y ese hecho le producía un cosquilleo en la nuca. Adrián la conocía bien y sabía el impacto que le había producido el edificio, pero también sabía que lo que había dentro le impresionaría aún más.

—Mañana por la mañana te llevaré a recorrer la finca a caballo, ¡es magnífica!

—Lo imagino, viendo esto me puedo hacer una idea.

—No, creo que no. —‌Sonrió.

Cogió las dos maletas, aunque no tuvo que llevarlas hasta la casa, porque les habían oído llegar, y dos jóvenes al servicio de su padre salían presurosos a coger el equipaje. Vincent apareció como siempre, vigoroso y excesivo, dejando que su personalidad arrolladora les sacudiese el polvo del camino.

—¡Vaya, vaya! La próxima vez no aviséis con tanto tiempo, me mordía los nudillos esperándoos.

—Estoy contento de verte, mon père. —‌Se abrazaron.

Después, Vincent se volvió a Maite y la abrazó también. La mujer no pudo evitar recordar un pasaje del Nuevo Testamento: «aquel a quien yo dé un beso, ese es».

—Me encantará enseñarte mi colección de chucherías. —‌Cogió a ambos por los hombros y entraron en la casa.

Alexander hizo un leve, altivo y estirado gesto con la cabeza a modo de saludo. Lo primero que sorprendió a la anticuaria fue el suelo, había imaginado que se encontraría con una habitación completamente decorada en mármol, sin embargo, el piso era de madera con losetas romboidales de caoba. Las paredes, en cambio, eran de mármol rosa. Vincent les hizo pasar a una enorme sala con una chimenea al fondo flanqueada por dos puertas. Era evidente que aquella era la estancia más apreciada por su dueño, pues tenía todas las comodidades propias de un hombre como él. Una gran biblioteca acristalada y repleta de libros, algunos manifiestamente antiguos, varios sillones y sofás dispuestos en diferentes lugares, supuso Maite que para aprovechar al máximo la luz natural. Un hermoso piano cercano a una de las ventanas y una vitrina junto a una mesa de despacho. Había mesitas con jarrones, bustos sobre pedestales, estatuas en nichos abiertos en las paredes, entre las ventanas repartidas por la fachada principal. Maite sentía la aglomeración de imágenes que se acumulaban en su retina sin poder procesarlas como desearía. Finalmente, elevó la vista al techo y se encontró con un medallón central y varios que lo rodeaban, obra del pintor Claude Blanchart, según le explicaba Vincent en ese mismo instante. Adrián acertó de pleno, ya que sin esperar a que Maite se aclimatase a un ambiente tan cargado de sensaciones, su anfitrión puso ante la saturada mirada de la anticuaria el testamento manuscrito de Dominique Tourandot, alias conde Leonard Petrie. La mujer buscó un lugar donde sentarse, por temor a caerse al suelo redonda.

—Veo que estás impresionada, pero esto es solo una sala.

Vincent se reía a carcajadas mientras le servía una copa de bourbon y la obligaba a dar un sorbo.

—Hay seis habitaciones arriba y seis abajo. ¿Cuántos días habíais pensado quedaros? —‌Soltó otra carcajada.

—Papá, no seas cruel, para Maite todo esto es demasiada información. —‌Hizo un gesto abarcando la estancia.

—Vale, vale. ¿Te importa que fume? —‌Vincent cogió uno de sus puros sin esperar respuesta y lo encendió.

—Aléjate un poco de ella o no conseguirá recuperarse. —‌Adrián sonreía ante la expresión sarcástica en el rostro de Maite.

—No me tratéis como si fuera tonta y estuviera a punto de desmayarme. ¿Habéis preparado las sales? —‌Hizo un gesto con la mano a la manera en que solían desmayarse las damas en el cine.

—Aún no me habéis dicho nada de eso tan interesante que venís a enseñarme. —‌El hombre se sentó en un sillón cercano a su mesa de trabajo—. Estoy en ascuas.

Maite observaba la vitrina que tenía detrás. Había un objeto precioso en su interior y su mirada se había quedado prendada desde el mismo instante en que lo captó.

—¿E… es? —‌No pudo acabar la pregunta.

—Sí, en efecto, es una réplica del Arca de la Alianza. La hice construir como receptáculo de algo que me es muy valioso.

Maite arqueó una ceja a la espera de que Vincent fuese más explícito.

—Es una historia muy triste y no se la he explicado nunca a nadie. —‌Sonrió.

—Debió costarte mucho dinero.

—El dinero solo sirve para gastarlo. En sí mismo no vale nada, lo único útil del dinero es el poder que da.

—¿Puedo intentar adivinar lo que contiene? —‌Maite se dirigió hasta la vitrina y observó atentamente el objeto—. Perfecta hasta sus más mínimos detalles.

—¡Por supuesto! Soy tremendamente detallista. —‌Vincent se incorporó también y se acercó a Maite—. De acuerdo, inténtalo.

—Un papiro.

La mirada de Vincent cambió, Maite no pudo evitar dar un salto mental y aplaudir con los pies.

—¿Cómo…? Chica, chica, eres muy inteligente.

—Si fuese una obra de arte, la expondrías, no tendría ningún sentido que permaneciese oculta. —‌Tenía que improvisar rápido—. Ha de ser algo muy valioso, al menos para ti y aun teniendo valor histórico, su valor real no debe apreciarse a simple vista. Un papiro —‌sentenció.

—¡Exacto!

Maite se apartó y volvió a sentarse.

—Precisamente un papiro es parte de la historia que tenemos que contarte. Aunque nosotros no lo tenemos. Lo que sí tenemos… —‌Maite cogió su bolso y sacó un objeto envuelto en un paño de seda amarillo.

Vincent se acercó a ella y prestó atención muy interesado. La joven anticuaria depositó el objeto en sus manos.

—Un amuleto de corazón —‌dijo.

—En efecto. ¿Sabes a qué época pertenece?

Tardó apenas un minuto en contestar después de observar las inscripciones de la base.

—Akhenatón.

—Lo encontramos en una tumba; bueno, en realidad se convirtió en una tumba mucho después de ser construida. Esa era la excavación en la que estábamos trabajando, no lejos de la antigua Akhetatón, la ciudad de Atón. —‌Maite parecía estar recitando una antigua leyenda—. Un lugar alejado del mundo, donde ya nadie paseaba a la luz de la luna, donde el único sonido que podía escucharse era el viento sobre la arena del desierto. Allí una mujer fue abandonada, la dejaron desangrándose sobre la fría y desnuda piedra.

Vincent levantó los ojos y los dejó engarzados a los de Maite, que no pudo retirar la mirada. Sentía como si la estuviese sondeando y se estremeció, temerosa de que pudiese leer sus pensamientos.

El padre de Adrián se llevó el amuleto al corazón y cerró los ojos un instante.

—Sofía, mi querida Sofía… la habéis encontrado. ¡Dios bendito! Durante todos estos años siempre esperé que alguien la encontrase, ya que yo no pude.

Maite esperó confundida ante la rápida confesión, había esperado cierto disimulo por su parte. Vincent apagó el cigarro y llenó su copa dando un largo trago antes de volver a hablar.

—Adrián, siéntate aquí —‌indicó a su hijo que les acompañase, hasta ese momento se había mantenido a una cierta distancia—. Muchas veces tuve tentaciones de explicarte esta historia, pero siempre encontraba una excusa para no hacerlo. Por aquel entonces yo era joven e inconsciente, aunque ya estaba casado con tu madre y, no te equivoques al escuchar lo que te contaré, yo la amaba. Siempre la quise de un modo tierno y dulce —‌dijo esto último como si hablase para sí mismo—. Yo tenía un amigo, el mejor. Estábamos muy unidos, a pesar de ser muy distintos supongo que eso era, precisamente, lo que nos había hecho inseparables al principio, cuando solo dependíamos de nosotros mismos, sin ataduras ni responsabilidades. Pero entonces conocí a tu madre y me casé. Él llevaba una vida muy particular, aventurero e independiente, le gustaba estar siempre rodando por el mundo. Yo entré a formar parte de una sociedad elitista y un tanto esnob que no entendía según qué comportamientos. Cuando me casé, sabía dónde me metía y tu abuelo me dejó muy claro lo que esperaba de mí. Él seguía llamando de vez en cuando y de pronto me sorprendió con la noticia de su boda. No es que pensase que no era capaz de enamorarse, de hecho lo hacía constantemente, pero el compromiso creí que no se había hecho para él.

Adrián observaba a su padre atentamente y Maite les observaba a ambos de la manera más disimulada posible.

—Acepté su invitación y me presenté en la iglesia, solo, por supuesto. Esa fue la primera vez que vi a Sofía. De entrada me pareció una mujer muy atractiva; hablamos después de la cena y bailamos un par de piezas. No tardé más de cinco minutos en darme cuenta de que era una persona muy especial, alguien único. Cuando regresé aquella noche a mi hotel me reía de mí mismo por las ideas que se me pasaban por la cabeza. Pero me ocurrió algo sorprendente, a partir de aquel día me vi pensando en ella a todas horas, me sentía como un imbécil. Los detalles de los sucesos posteriores me los ahorraré porque a pesar de mi edad y el tiempo que ha pasado, todavía soy capaz de sentir cierta vergüenza. Nuestra relación fue muy intensa, nada que ver con la que mantenía con tu madre. —‌Observó a su hijo, esperando un comentario que no se produjo—. Era tortuosa, un día nos odiábamos, otro estábamos locos el uno por el otro. Y en medio, sin darse cuenta, él…

—Carlos Guzmán. —‌Maite añadió el nombre y esperó a ver la reacción de Vincent, pero él no pareció sobresaltarse, en cambio Adrián abrió los ojos como platos.

—¿Quéee?

—¿Cómo sabes tú eso? —‌preguntó Vincent.

—Conozco la historia —‌dijo la anticuaria.

—Quieres decir una parte de la historia. —‌Maite asintió—. Bien, quizá te interese la otra parte.

—Si no te importa —‌Adrián utilizó un tono poco amigable—, deja a un lado los detalles más escabrosos.

—Lo intentaré. —‌Vincent comenzó a pasear por la habitación—. Nunca quise hacer daño a Carlos, era mi amigo.

—Con amigos como tú, ¿quién necesita enemigos?

Vincent miró a su hijo y sonrió sarcásticamente.

—Supongo que tienes razón. Pero lo que sentía por Sofía era mucho más fuerte que lo que sentía por él. Tampoco quería hacer daño a tu madre, y aunque muchas veces quise dejarla, no fui capaz. La situación se hizo insostenible. Yo luchaba por dejar de sentir y Sofía cada vez era más exigente, me buscaba, aparecía en los lugares más insospechados, me llamaba a casa… Hasta que me puso un ultimátum. Estábamos en Egipto, en medio de todo este barullo emocional yo había recibido un precioso regalo: un pedazo de papiro de la época amarniana y la localización del hallazgo.

Vincent fue hasta la vitrina y, poniéndose frente a ella, abrió el arca donde guardaba el documento de Tel al-Amarna. Lo sujetó con gran mimo y lo llevó hasta una mesa donde lo desenrolló. Maite y Adrián se acercaron a contemplarlo. Era un papiro muy largo y bastante deteriorado, pero podían verse perfectamente símbolos jeroglíficos referentes a Akhenatón, Nefertiti o Atón.

—Nunca me lo habías enseñado. —‌Adrián pasaba suavemente los dedos sobre la superficie rugosa.

—Lo tuve escondido durante muchos años. Al morir tu madre mandé construir el arca para guardarlo ahí. No quería tener que mentirle al hablarle de él, y además, no te negaré, que temía que si algún día descubría la verdad lo destruyera.

—¿Qué ocurrió? —‌La mirada de Adrián parecía realmente sincera sobre su total desconocimiento de la historia.

Vincent volvió a guardar el papiro en el arca y después fue a sentarse de nuevo invitando a los otros dos a hacer lo mismo.

—Como os he dicho, Sofía me puso un ultimátum: o dejaba a tu madre o le explicaría todo a Carlos. Sabía muy bien que yo no podía renunciar a ella. También sabía que Carlos estaba en la misma situación. No quería que se lo dijese, me daba miedo su reacción. Le insistí para que no hablase con él a solas, que si tenía que hacerse lo haría yo. Cuando salimos hacia el lugar donde habían encontrado el papiro, fui muy consciente de que lo que temía ya había ocurrido. No es necesario que os diga lo que pasó entre Carlos y yo, podéis usar la imaginación. Lo más suave que hizo fue escupirme en la cara. Yo estaba como hipnotizado, era incapaz de reaccionar. Creo que si en aquellos momentos hubiese sacado una pistola y me hubiese apuntado, ni siquiera habría pestañeado. Aquella excavación era importante para todos, pero sobre todo para él, así que nos comprometimos a dejar nuestros problemas personales para más adelante y centrarnos en el descubrimiento. La tirantez entre Sofía y Carlos era insoportable, él la seguía a todas partes y no se separaba de ella. Aún no he podido perdonarme no haber reaccionado ante tanta agresividad.

—¿Qué ocurrió? —‌volvió a preguntar Adrián. Su cara estaba desencajada y pálida, Maite le vio morderse los labios y la certeza de que su desconocimiento era sincero fue un hecho en la mente de su amiga.

—Exploré la tumba en solitario, un poco apartado de ellos sin saber colocarme en la nueva situación, previendo lo que se me venía encima cuando lo descubriese tu madre. Estaba en la habitación del fondo cuando oí una discusión muy fuerte. Sofía me llamó y corrí hacia ellos. Carlos la tenía cogida del pelo y cuando entré en la sala la golpeó contra el sarcófago, yo grité que la soltase y entonces volvió a golpearla.

Vincent escondió la cara entre las manos y Adrián se dejó caer contra el respaldo del sofá.

—¿Quieres decir que Carlos Guzmán mató a su esposa golpeándola contra la piedra?

Nadie contestó a la pregunta de Maite, que sintió cómo el frío subía por su espalda hasta agarrarse al cuello.

—Me vais a perdonar, pero necesito… —‌Vincent no terminó la frase y salió de la habitación como una exhalación.

—¿Tú conocías la historia?

Maite se fijó ahora en la mirada de su amigo, una mirada de reproche a la que no habría querido enfrentarse.

—¿Por qué? —‌Se incorporó y la hizo levantarse a ella—. ¿Por qué no me lo contaste?

—Creí que lo sabías.

—¿Qué?

—Pensé que estabas al tanto de todo.

—¿De qué estás hablando?

—Adrián, ¿por qué entraste en mi piso? —‌Adrián se puso pálido—. Planeé lo de ir a la peluquería para ponerte el cebo.

—¿Cómo…? ¡Ostras! —‌Se apartó de ella y fue a colocarse junto a la ventana.

—Han ocurrido muchas cosas, no sabía si podía confiar en ti.

—Después de tantos años.

—Mauricio estaba convencido de que tú…

—¡Mauricio! ¡Acabáramos! Hace tres días y medio que le conoces y ya crees más en él que en mí.

—No se trata de tiempo.

—Ya —‌se volvió a ella furibundo—, ¿qué creíste? ¿Quizá, que maté a Muhsin? Y luego, ¿qué?, ¿fingí envenenarme?

Maite sentía que caminaba sobre arenas movedizas.

—Cuando regresé, fui a tu casa. —‌Adrián se acercó con las manos en los bolsillos.

—¿Qué tiene eso que ver?

—Le vi salir de allí.

—¿A Mauricio?

Adrián asintió con la cabeza.

—Comprendí que había vuelto a enredarte y me dio tanta rabia.

—Entonces, ya estabas en Barcelona.

—Sí. Esa misma noche fui a la tienda y cogí las llaves de tu casa. Sabía que no te darías cuenta porque nunca las usas.

—¿Por qué? —‌Maite estaba asombrada.

—Quise ver el amuleto. Analizarlo. Me habías dejado fuera. Él ocupaba un lugar que hasta entonces, al menos en mi cabeza, había sido mío.

—¡Qué estás diciendo!

—Cuando me presenté ante ti aquella noche comprobé que desconfiabas de mí, ¡de mí! Entonces ya no tuve la menor duda de que Mauricio era mucho más peligroso de lo que pensaba. Tenía un poder sobre ti que yo había perdido. Así que decidí robarte el amuleto. De hecho también es mío, tanto como tuyo. Si yo te quitaba el talismán y después hacía saber a Mauricio quién lo tenía, estarías más segura. ¡Por Dios, Maite! ¡Nos robó el papiro en nuestras narices!

—Pero el escarabajo, no. Pudo arrebatármelo y no lo hizo.

—¡Es increíble! Haga lo que haga, sigues creyendo en él. —‌Adrián movió la cabeza impotente—. Es evidente que no tiene suficiente con el escarabajo, necesita algo más y cree que tú puedes ayudarle a… Espera un momento.

Adrián se dirigió a la puerta de la sala y la cerró con sigilo, después se acercó muy lentamente a Maite, su amiga tenía un imperceptible temblor que le recorría el cuerpo de arriba abajo.

—¿De quién fue la idea de venir a ver a mi padre? ¿De Varona? —‌Entrecerró los ojos—. ¿A qué hemos venido aquí, Maite?

—Adrián…

—¿Por qué estás temblando? —‌Le cogió las manos—. ¿De qué tienes miedo?

—Hay otro papiro.

El anticuario asintió con la cabeza. El papiro que encontraron en la tumba estaba incompleto, y era evidente que había otro que lo completaba.

—Sigo sin entender qué hemos venido a hacer aquí.

—Mauricio cree que ese papiro lo tiene tu padre.

—¿Mi padre? —‌Adrián frunció el ceño.

Maite se apartó de su socio y se quedó callada durante unos minutos. Intentaba hacer una revisión de los últimos acontecimientos. No tenía a nadie con quien valorar los posibles beneficios de un nuevo aliado, estaba sola y debía decidir ella. Observó a Adrián, no podía creer que fuese un malvado asesino, era imposible para ella aceptar ese hecho, en realidad lo fue desde el primer momento y en el fondo la aliviaba pensar que Mauricio se equivocaba.

—Voy a explicártelo todo, y le pido a Dios no arrepentirme de ello.

Giró un momento la cabeza, tuvo la sensación de que una sombra cruzaba la ventana.

Maite no podía dormir, volvió a comprobar la hora en el reloj y colocó las manos bajo la cabeza. Al día siguiente se iban a desarrollar una serie de acontecimientos que le alteraban el pulso. Mauricio llegaría a la hora del almuerzo con el falso papiro; a partir de ese momento cualquier cosa podría pasar. Adrián ya estaba al tanto de todo y, aunque no creía una palabra de lo que Maite le había contado sobre su padre, se mantendría a la expectativa porque de quien no se fiaba ni un pelo era del arqueólogo. Maite había repasado una y otra vez la versión de Vincent sobre lo que ocurrió entre Sofía, Carlos y él, la había comparado con la historia de Carlos Guzmán y había una cosa a la que no paraba de darle vueltas. Cuando Carlos Guzmán explicó el suceso en la tumba dijo que él no estaba presente y que Vincent le explicó que Sofía había resbalado y se había golpeado en la cabeza con el pico del sarcófago. A Maite le había resultado evidente, entonces, que no sabía nada del segundo golpe que ella había descubierto por las manchas de sangre. En cambio Vincent había explicado el hecho de un modo exacto y concreto. Él se evidenciaba presente en el suceso y detallaba el modo en que Sofía había sido asesinada. ¿Qué conclusión debía sacarse de ese detalle tan importante? ¿Carlos Guzmán mentía y por eso exculpaba a su amigo que le había traicionado intentando robarle a su mujer? Eso no tendría lógica, ya que era más que evidente que tenía motivos para odiarle y que si se le presentaba la oportunidad de hundirle en el fango no se privaría de ello. Solo se le ocurrían dos posibles respuestas: Carlos mató a su esposa y Vincent lo vio, entonces la mejor defensa habría sido un buen ataque. Sin dudarlo inculparía a su rival y sería su palabra contra la del otro. Pero el padre de Mauricio había hablado de un accidente. La otra posibilidad era la más verosímil para Maite: todo ocurrió como narraba Carlos y, por lo tanto, no vio nada. ¿Mentía Vincent? ¿Quizá sabía tantos detalles porque él fue el ejecutor? El único punto de unión entre ambas versiones era la evidente presencia de Vincent en el suceso. Volvió a mirar el reloj de la mesilla y aceptó que esa noche no iba a pegar ojo. Se sentó en la cama y cogió una chaqueta que había dejado sobre una silla. Había algo más que le rondaba la cabeza. Cuando Vincent había sacado el papiro del arca no había podido comprobar si había otro más en el mismo receptáculo, ya que el hombre se había interpuesto entre ella y el objeto de un modo curiosamente casual. Ahora era un buen momento para intentar averiguar si lo que habían ido a buscar estaba allí. No era exactamente el plan que habían estipulado con Mauricio, pero una pequeña variación no tendría que ser importante. Maite sonrió al pensar la cara que pondría el arqueólogo si averiguaba que el papiro ya estaba en su poder. Quizás, incluso podría salir de la casa antes del almuerzo y ahorrarse la película de suspense que pensaban desarrollar al día siguiente. Salió del dormitorio con mucho sigilo y bajó las escaleras como una bailarina en ejercicio de punta, talón. No se oía ningún ruido en la casa, aunque Maite no tenía claro que pudiese oír algo más allá de su corazón, que latía desbocado y golpeaba sus tímpanos. Caminó hacia la sala donde habían charlado esa tarde y apretó los labios al colocar suavemente la mano sobre la manija. Contuvo la respiración, rezando porque el resbalón de la puerta estuviese insonorizado, y muy despacio se coló dentro, pasando apenas por una rendija. Estaba muy oscuro, pero habían dejado una de las cortinas algo entreabiertas y dio gracias a ese descuido que evitaría que chocase con los muebles y despertase a toda la casa. No había pensado en una excusa en caso de que eso sucediese. Caminó con sigilo y abrió la vitrina muy lentamente. Todo en aquella casa era tan grande y pesado que temió no poder destapar el arca ella sola, a pesar de ser una imitación a pequeña escala. Al levantar la tapa se dio cuenta de que la habían dotado de un mecanismo que facilitaba su apertura. Una vez abierta pudo comprobar que no veía lo suficiente para descubrir si había dos papiros, así que pensó averiguarlo a través del tacto. Todo ocurrió muy deprisa. Sintió una presencia tras ella, una mano le tapó la boca al tiempo que otra la sujetaba por el cuello. Sintió el cuerpo de su atacante como parte de la presión a que la sometía, intentó zafarse pero era inútil, su adversario tenía mucha más fuerza y era más hábil en la lucha. Sintió el aliento en su oído antes de escuchar las palabras.

—¿Se puede saber qué estás haciendo?

La presión aflojó, lo que Maite aprovechó para liberarse de un empujón. Se acercó a la ventana y a pesar del riesgo descorrió un poco más la cortina. La luz de los faroles del jardín entró en la sala y pudo ver la cara de su oponente.

—¿Estoy amnésico o este no era el plan que habíamos establecido?

Mauricio la observaba furioso.

—Me parece que ninguno ha cumplido su parte, ¿no?

—Yo tengo mis motivos.

—Y yo los míos.

Maite se dio cuenta entonces de que Mauricio ya estaba allí cuando ella había entrado y rápidamente miró dentro del arca, solo para cerciorarse de que ya la había desvalijado.

—Has cogido los papiros.

—Efectivamente.

—Y supongo que no pensabas esperar a mañana para llevártelos.

—Hubiera sido un poco complicado.

—Y me habrías dejado aquí con el problema.

—Seguro que sabrías cómo actuar.

—¿Y si Vincent miraba en el arca?

—¿Por qué habría de mirar? Ya te enseñó ayer lo único que quería que vieses.

—¿Estuviste escuchando?

—Más o menos.

—¿Qué significa más o menos?

La puerta de la sala se abrió y las luces se encendieron. Maite contuvo la respiración al ver a Vincent recortado en el hueco de la puerta.

—¡Vaya, Mauricio! Así que has acertado de pleno. Te confieso que tu plan me pareció poco fiable.

Maite los miró a ambos sin comprender.

—¡Ay, hijita! La vida es una cosa muy sorprendente. —‌Se dirigió al mueble de las bebidas y se sirvió en un vaso—. ¿Queréis tomar algo?

—No, gracias.

Mauricio no dejaba de observarla fijamente. Maite sentía cómo el frío subía por sus pies y avanzaba rápido, congelando sus sentidos. Percibía que pronto llegaría a sus pulmones y helaría el aire dentro de ellos hasta hacerlos estallar. Quería apartarse de esa mirada que tenía el efecto atrayente del peligro, y el esfuerzo que le costó dejar caer los párpados en un suave parpadeo habría sido suficiente para mover las aspas de un molino.

—Mauricio estuvo aquí ayer por la tarde. Vino a verme para ponerme al día de los nuevos acontecimientos.

Vincent se sentó en su sillón favorito y observó el duelo sordo y mudo que se desarrollaba ante sus ojos.

—Así que viniste con la intención de robarme… Eso no está bien, Maite. Te he tratado como a una hija, hasta me gustaba la idea de emparentar contigo.

—Me has traicionado —‌susurró la mujer mirando al arqueólogo fijamente.

—No lo tomes tan a pecho —‌continuó Vincent—. Mauricio trabaja para mí, simplemente es fiel a su amo. Yo le contraté para este trabajo.