«Traidor», taxograma determinativo
… eres una estrella solitaria
que surge del este del cielo,
y quien nunca se rendirá…
Textos de las pirámides
—Nos embarcamos en una excavación ilegal, no teníamos permisos, estábamos en las mismas condiciones que los ladrones de tumbas que la habían encontrado primero.
Carlos Guzmán había llegado en media hora a casa de Maite y ahora intentaba explicar su historia, ante la despreciativa actitud de su hijo, colocado en el lado más alejado de la habitación, y la atenta mirada de la anticuaria, que no perdía ni un detalle.
—Los de la escuela Alemana estaban excavando en Tell al Amarna y se hubieran quedado con el proyecto —hizo un gesto de impotencia—, ellos sí tenían los papeles en regla. Los ladrones que la descubrieron se encontraron con que no contenía riquezas con las que pudiesen trajinar, así que se propusieron vender la ubicación. Para nosotros era un gran descubrimiento.
—¿Qué ocurrió exactamente? —Fue Maite la que intervino—. ¿Por qué no apuntalaron la puerta?
—Los ladrones abrieron un hueco junto a la puerta, era la manera en que solían entrar en las tumbas, por allí se coló uno de ellos y descubrió que no había nada de valor. Nosotros abrimos la puerta, no había nada de valor, era una tumba inacabada, en ningún momento creí que pudiese haber una trampa de descarga, ¿para qué? Las trampas se ponen para proteger algo y allí no había nada que proteger.
—Habló el experto. —Mauricio apenas movió la boca para dejar salir las palabras.
—Tienes razón, era un zafio, un estúpido que no sabía ni la mitad de lo que decía saber.
—¿Cómo se golpeó Sofía en la cabeza? —Maite intentó volver al hilo de la historia.
—Yo estaba en la sala del fondo, apenas me dio tiempo de echar un vistazo por encima cuando oí un grito. Corrí y la encontré en el suelo junto al sarcófago. Se había introducido dentro y al salir resbaló golpeándose la cabeza contra la misma piedra con la que había sido construido. Intenté cogerla pero sus gritos me congelaron la sangre mientras la suya no dejaba de salir, tenía la cabeza abierta y yo no podía detener la hemorragia. Entonces gritaron desde la puerta, la trampa se había activado y la arena empezaba a tapiarla. Tenía que pensar rápido, no podía moverla, tenía el cráneo roto y la sangre salía a borbotones si lo hacía. Sabía que estaba muerta, hiciese lo que hiciese el charco que se iba extendiendo a su lado no dejaba de aumentar y me anunciaba el final.
—Y la dejaste allí.
—Tuve tentaciones de quedarme con ella y morir también, pero tenía un hijo. —Apenas podía sostener la mirada de Mauricio.
—Al que abandonó. —Maite no estaba dispuesta a ponérselo fácil.
—No podía quitarme a su madre de la cabeza. Se convirtió en una obsesión. Además, él no ayudaba mucho, no dejaba de recriminarme que nos hubiese abandonado.
—¿Por qué no le explicó la verdad? ¿Por qué cometió la crueldad de hacerle creer que su madre le había abandonado?
—Creí que era mejor que la verdad, al menos así creería que estaba viva.
—¿Por qué no volviste a buscarla? —Mauricio se mantenía con los brazos cruzados en actitud de defensa.
—¿Para qué? Estaba muerta. Aquella podía ser su tumba, la mejor que hubiera podido tener. Además de ese modo tú nunca sabrías que… la abandoné.
—¡Cobarde de mierda! —Las palabras salían mordidas de la boca de Mauricio.
—Dejé la arqueología, me convertí en un borracho. Yo no quería que ocurriera aquello, yo amaba a tu madre por encima de todo. La hubiera perdonado, dependía de ella por completo. Mi vida se vino abajo y ahí ha seguido durante todos estos años.
—Si pretendes darme lástima…
—Ahora no estamos aquí para eso. —Maite se volvió a Carlos—. ¿Quién era ese amigo que le traicionó?
—Se llama Vincent Leclerc. Nos conocíamos desde niños, pero a él siempre le fueron bien las cosas. Después de aquello no volví a verle.
—¿Desde que descubrió que le engañaba?
—No. Desde que abandonamos a Sofía en aquella tumba.
Maite y Mauricio se miraron largamente.
—¿Qué pasa? —Carlos percibía algo extraño.
—¿Vincent Leclerc estaba allí?
—¡Claro! Él fue quien tuvo el soplo, estaba muy bien relacionado desde que se casó con su mujer. En todos los campos —sonrió—; el dinero, ya se sabe.
—¿Quién más participó?
—Pues tú madre, Muhsin Rashid y yo.
Maite no pudo evitar una exclamación de sorpresa.
—¿Qué pasó después con Muhsin? —Mauricio se acercó.
—No lo sé. Hace un par de meses intentó localizarme, pero yo no supe nada hasta hace poco y, por desgracia, ya era demasiado tarde. Después de aquel suceso me dediqué a otro tipo de vida y ellos formaban parte de mi pasado.
—Como yo. —No pudo evitarlo.
—¿Qué pasó allí dentro, en la tumba? —La anticuaria seguía intentando deshacer la madeja.
—Nada más que lo que he contado.
—¿No encontrasteis nada?
—No… —Pareció recordar algo—. Pasó algo extraño. Cuando llegué junto a Sofía, su mochila estaba tirada en el suelo. Yo no llevaba la mía porque la había dejado fuera, pero ella no se separaba nunca de la suya.
—¿Y? —Mauricio se impacientaba.
—Cuando iba a salir, tuve el acto reflejo de cogerla, la mochila —aclaró—, pero no estaba. Ya fuera pregunté a Vincent si la había cogido él, pero lo negó y me señaló la suya, que estaba junto a la mía. Me quedó siempre esa duda, allí dentro no había nadie más y yo juraría que la mochila de Sofía estaba junto a ella.
—Es posible que Sofía sí encontrase algo y Vincent lo cogiese. —Maite empezaba a encajar las piezas.
—Un papiro. —Mauricio ayudó a construir el puzle.
—¿De qué estáis hablando?
—¿Cómo encontrasteis esa tumba? —Mauricio contestó con otra pregunta.
—Nosotros no la encontramos, ya te lo he dicho. Fueron unos ladrones. Ellos la desenterraron, con lo cual nos hicieron el trabajo, aunque después lo cobraron bien.
—Ya, pero ¿cómo supisteis vosotros que habían hecho ese hallazgo?
—Vincent consiguió un papiro de la época amarniana en un mercadillo. Él tenía muchos contactos y fue tirando de los hilos.
—¿Un papiro?
—Sí, era muy largo, unos dos metros, más o menos. Un documento religioso.
Mauricio asintió.
—Cuando vi a Vincent en El Cairo —se dirigió a Maite—, tuve la sensación de que no era la primera vez que le veía. Y cuando estuvimos en su casa volví a tener la misma sensación. Después de tantos años ha cambiado mucho; además, yo era un niño.
—¿Qué fuiste a hacer a su despacho aquella noche? —Maite empezaba a ver cómo las nubes se apartaban del sol.
—Quise buscar algo que me aclarase quién era realmente Vincent. Tuve la sospecha de que podría ser la persona que me había contratado.
Maite le miró incrédula.
—Te dije que un hombre de voz metálica me llamó, ¿te acuerdas? Durante aquella llamada oí una música que parecía venir de lejos y con sonido de campanilla.
—¡El mueble bar de Vincent!
Mauricio hizo un gesto afirmativo.
—Eso me llevó a pensar en alguien más. —Mauricio se colocó frente a Maite, que se había levantado.
—¿A quién te refieres?
—A Adrián.
—Él no tiene nada que ver en esto.
—¿Eso crees?
—Le envenenaron.
—¿Seguro?
—Tú dijiste que Hakim era un especialista.
—Y lo es, pero es posible que Adrián tomase una sustancia que provocase los mismos síntomas que el veneno. O que tomase la cantidad suficiente para mostrar esos síntomas, sin correr peligro.
—No fue eso lo que dijo el médico.
—¿Viste el papel de Vincent en aquel hospital?
—Pero eso fue después de que le avisaras.
—¿Y cómo puedes estar segura de que no lo sabía ya?
—Adrián no tiene nada que ver en esto —insistió.
—El veneno que se supone que tomó te deja en cama más de quince días, si no te mata. Adrián se recuperó muy rápido, ¿no te parece?
—Es un hombre fuerte.
—Demasiado.
—¿Por qué no me explicáis de qué va todo esto? A lo mejor puedo ayudaros.
Los dos se habían olvidado de la presencia de Carlos Guzmán y se volvieron a él sorprendidos.
Maite miró el reloj, estaba demasiado nerviosa para poder irse a dormir, aunque las agujas marcaban ya las dos y cuarto de la madrugada. Carlos Guzmán se había marchado hacía un buen rato y Mauricio parecía dispuesto a pasar con ella la noche.
—¿No deberías irte ya? Esto está resultando muy molesto. No voy a darte el escarabajo.
—Solo necesito verlo, Maite, no voy a quitártelo. Leeré lo que pone en su base, lo escribiré en un papel y me iré.
—Eres tremendamente cabezota.
—¿Y tú no?
Maite sopesó durante unos minutos más y acabó por dejarse vencer. Una derrota frente a un enemigo superior es algo más honrosa.
—Pero te impongo una condición.
—Dime. —El arqueólogo sonrió satisfecho.
—Contarás conmigo para todo. No me dejarás al margen ni siquiera con la excusa de que corro peligro.
—Aunque sea cierto.
—Mauricio… —amenazó.
—De acuerdo, serás como mi sombra.
La anticuaria se decidió por fin, entró en su habitación y salió con el talismán envuelto en un pañuelo amarillo, de seda. Tendió el paquete a su socio y este lo cogió con cuidado, la suavidad del tejido dorado le hizo recibirlo como un regalo. Una vez desprendió el amuleto de su embozo sacó rápidamente un bloc pequeño que llevaba en uno de los bolsillos de la camisa y lo abrió dejándolo sobre la mesa. Sin decir ni palabra fue copiando uno a uno los símbolos jeroglíficos que estaban grabados en la base del objeto. Maite fue a la cocina para preparar café y volvió al cabo de diez minutos con una bandeja, la cafetera, dos tazas y un plato de bollos de leche.
Mauricio había terminado de escribir y había dejado el escarabajo en una esquina de la mesa.
—Ya puedes guardártelo —dijo, y añadió—: ¿Puedes darme un par de hojas grandes?, con este cuadernillo no puedo trabajar.
La anticuaria así lo hizo y se sentó junto a él, tomando café y esperando que respirase.
Después de unos minutos el hombre se levantó para estirar las piernas, caminaba por la habitación concentrado en sus pensamientos, era evidente que había algo que no entendía.
—¿Por qué no lo compartes conmigo? —dijo ella después de dar un mordisco a un panecillo—. Y tómate el café, que te ayudará a despejarte.
—Es el texto, no encaja, tiene algo…
—Léemelo.
Mauricio carraspeó y Maite notó que ponía su voz más dulce para repetir aquellas palabras que sonaban a sagrado:
—«Mi corazón, mi amado, mi hermano, el corazón por medio del cual yo he vivido. Donde el pájaro plega sus alas. Ninguna oposición a la presencia del príncipe soberano, no te alejes de mí en presencia del que guarda la balanza. Y el vientre de mujer guarde el secreto. Que vayas en paz con tu pueblo amado al lugar que se te ha prometido. No permitas que se digan falsedades en presencia del Dios único, Atón, en contra mía. Que el corazón se nos alegre donde se pesan las palabras. Verdaderamente, qué grande serás cuando te alces triunfante. Allí cercana estará su casa».
—Sigue pareciéndome una hermosa oración.
—¿Recuerdas que me resultó extraña? —Mauricio se sentó junto a ella.
Maite cogió el papel y el boli y comenzó a analizar las frases.
—Veamos, Nefertiti dice: «Mi corazón, mi amado, mi hermano, el corazón por medio del cual yo he vivido». La primera parte se refiere claramente a Akhenatón: los egipcios llamaban «hermanas» a sus esposas, en cuanto a la segunda, creo que se refiere al amor que sentía por él, algo así como que tenían un solo corazón. —Le miró— ¡Qué romántico! ¿No te parece? Bien, sigo, después dice: «Donde el pájaro plega sus alas»; esto no tiene mucho sentido para mí, parece mencionar un lugar que podría ser importante para ambos.
—La escribiré aparte. —Mauricio anotó la frase en una hoja en blanco.
—«Ninguna oposición a la presencia del príncipe soberano, no te alejes de mí en presencia del que guarda la balanza» —siguió Maite—. Este texto lo interpreto como la toma de mando de Nefertiti, nadie debía oponerse a su juicio, a su poder, «ninguna oposición al príncipe soberano». También le pide que no se aleje de ella cuando deba ser juzgada, ¿dónde?, quizás en el más allá, ¿o temía ser juzgada por los hombres? A continuación dice: «Y el vientre de mujer guarde el secreto»; esta es otra frase que no concuerda.
Mauricio la añadió a su hoja.
—Seguimos: «Que vayas en paz con tu pueblo amado al lugar que se te ha prometido»; ¿esto no te suena a Moisés?, pues para mí es una declaración en toda regla.
El arqueólogo sonrió, la anticuaria estaba arrimando el ascua a su sardina.
—«No permitas que se digan falsedades en presencia del Dios único, Atón, en contra mía» —continuó Maite, que aún no había perdido la esperanza de convencer a su socio—. Como Nefertiti se quedaba temía que la maldijesen por creer que les había traicionado. Estaba pidiendo que se la defendiese de calumnias e injurias. ¡Pobrecilla! —dijo con tristeza—, si supiese las cosas que se han dicho de ella…
—Por suerte, no hay ninguna posibilidad de que se entere —comentó irónico el arqueólogo escéptico.
—Ya veo que contigo no hay manera, pero de todos modos voy a concluir: «Que el corazón se nos alegre donde se pesan las palabras», esto se refiere al momento de abandonar la vida, seguramente ella creyó que jamás volverían a verse en vida y esto era como un «nos veremos» en el lugar donde se pesan las palabras, donde debemos dejar nuestras cargas terrenas, si las tenemos.
—Pones tanta ternura en lo que explicas. —Cogió una mano de Maite, que se soltó de inmediato.
—No he acabado: «Verdaderamente, qué grande serás cuando te alces triunfante», cuando consigas tu meta y lleves a tu pueblo, a los seguidores de Atón y tuyos propios hasta la «Tierra prometida». Esto es lo que creo que dice Nefertiti al despedirse de Akhenatón, que se marcha de Egipto.
—¿Y la última?: «Allí cercana estará tu casa».
—Vuelve a mencionar un lugar.
Mauricio escribió y los dos observaron lo que había escrito.
«Donde el pájaro plega sus alas. / Y el vientre de mujer guarde el secreto. / Allí cercana estará su casa».
—Esta es la clave, nos indica un lugar. —El arqueólogo era consciente de la obviedad de la información.
Maite se levantó del sofá y comenzó a caminar por la sala, igual que antes lo hiciera Mauricio.
—Según lo veo yo, Akhenatón debió de autoexiliarse para proteger la vida de su familia. Esa debió de ser la única posibilidad que le dieron para no tener que asesinarle junto a los suyos. Entonces Nefertiti se convirtió en faraón de Egipto, pero no podía serlo como mujer, así que adoptó la figura masculina y se convirtió en Smenkhare. Ya otra lo había hecho antes que ella, no podemos olvidar a Hatshepsut. —Miró desafiante a Mauricio esperando que la contradijese, pero el arqueólogo se guardó mucho de abrir la boca—. Aquella tumba falsa puede significar dos cosas, una: que Nefertiti realizó alguna ceremonia simbólica de su transformación y preparó una tumba en cuyo sarcófago dejó el amuleto de corazón, que simbolizaba su desaparición como la esposa del faraón. Y la otra posibilidad, sería que Nefertiti la hizo construir para ocultar en ella las pruebas de la nueva identidad de su esposo y la ubicación del lugar donde se había autoexiliado.
—¡Bingo! Pero el texto que tenemos no es que sea el nombre de una calle, precisamente, demasiado ambiguo y complicado, a simple vista.
—Eran complicados.
—¿Y qué crees tú que pasó con Smenkhare?
—Tres años después, también desapareció misteriosamente. Yo opino que los que no querían a Akhenatón tampoco la querrían a ella y que lo más probable es que tuviese que huir igual que los demás. Creo que detrás de todo estuvo siempre Horemheb. Cuando este oficial del ejército subió al trono borró del listado de reyes a todos sus antecesores hasta llegar a Amenhotep III, padre de Akhenatón. Se deshizo por tanto de Akhenatón, Smenkhare, Ay y Tutankamón, de manera que cuando se encontró la tumba de este último, nadie conseguía saber quién podía ser. Horemheb se apropió de todos esos años de reinado como si hubiesen sido suyos y se convirtió en uno de los faraones que más tiempo estuvo en el trono. Mintió, sin pudor y sin temor, a la Historia. ¿Por qué no podemos pensar que fue él quien quitó a todas aquellas personas de en medio? Era el jefe del ejército, tenía poder y tenía motivos. Los suyos. Quería ser faraón de Egipto y no le correspondía ese honor porque, utilizando una frase de Mika Waltari,[3] una de las pocas en las que coincido, «nació con estiércol entre los dedos de los pies».
—¿Por qué dos papiros? —Mauricio seguía sin comprender.
—No lo sé.
—¿Y cómo halló mi madre el primero, si el que tú encontraste estaba en un escondite secreto? Según la narración que nos ha hecho Carlos, ella no tuvo tiempo de hacer lo mismo que tú.
—Todo aquello es muy extraño, y no precisamente por el papiro.
—¿A qué te refieres?
—No sé si hablar de ello.
Mauricio se levantó y la hizo detenerse en seco. No necesitó más que una mirada para convencerla.
—Carlos nos explicó que tu madre se metió dentro del sarcófago de piedra y que al salir se resbaló, y eso lo sabe porque él la vio introducirse y después Vincent le explicó el resto. Sofía deliraba y no pudo rebatirlo.
Mauricio asintió, recordaba bien las palabras de su padre.
—Yo observé el sarcófago, lo estudie bien y encontré dos rastros de sangre. —Hizo un gesto con la mano como si intentase que él llegase a la misma conclusión que ella sin tener necesidad de decirlo en voz alta—. ¿Cómo puede alguien golpearse dos veces en dos lugares distintos al caer? Al darse el primer golpe, Vincent, lógicamente, correría hacia ella, que no podría levantarse porque él no se lo permitiría, suponiendo que pretendiera intentarlo, cosa que dudo.
El arqueólogo visualizó la escena y de su rostro desapareció hasta la última gota de sangre.
—Uno de los golpes fue en la esquina del sarcófago. Por allí no pudo salir, no había espacio suficiente, la tapa del sarcófago de madera descansaba sobre ese ángulo.
Era evidente lo que Maite estaba queriendo decir y que él no quería escucharlo también era indudable. Buscó el sofá para sentarse, la inestabilidad de sus piernas lo hizo necesario.
—¿Crees que alguien la golpeó con intención de matarla? —Mauricio preguntó.
Maite asintió.
—¿Carlos? —volvió a preguntar.
Maite negó.
—¿Cómo van las cosas con tu recién encontrado hermano?
—Bien. Empezamos a comprendernos.
Maite sirvió otra taza de café.
—Es un buen hombre. A pesar de lo que ocurrió y de que su madre fuese una mujer perversa.
—No sabes si lo era. No sabes nada de ella. ¿O sí?
Maite negó con la cabeza.
—Tuvo un hijo y parece ser que murió.
Mauricio no dijo nada, aunque era evidente que la anticuaria esperaba algún «¡oh! ¡vaya!». O algo por el estilo.
—Eso no explica lo que hizo.
—Por supuesto que no. Supongo que nunca sabréis qué la empujó a hacer eso.
—Víctor ha estado haciendo averiguaciones.
—¿Y ha descubierto algo?
—¿Sabes cómo le llama?
—¿A quién? —Mauricio soltó su taza en la mesa.
—Al otro niño.
El arqueólogo se cruzó de brazos y encogió los hombros.
—El Encontrado.
—Curioso apodo.
Los dos quedaron unos segundos en silencio.
—Aunque tiene sentido. De hecho, para ti, tu hermano es El Encontrado.
Maite se sintió de pronto como un libro abierto frente a la mirada de Mauricio. Se le hizo un nudo en la garganta y una sensación de rabia se apoderó de ella. Se levantó y recogió las tazas del café.
—¿Por qué estás tan seguro de que es la mitad?
Mauricio había extendido sobre la mesa del comedor el papiro que Maite había hallado dentro del cilindro del sarcófago. Medía un metro y estaba escrito en color marrón.
—Mira. —Señaló—. Por un lado está escrito como un poema, utiliza lenguaje poético, pero no rima. Las frases no tienen continuidad, es evidente que faltan las líneas pares. Con la traducción la rima se pierde —hizo un gesto para que no pidiese una traducción poética—, es lo que ocurre en todos los textos de este tipo.
»Además el texto no tiene sentido, porque al suprimir las líneas pares, falta siempre algo que les dé significado. —Mauricio leyó—: «Debo alejarme, hermana mía, pero de mi marcha…» Y sigue: «Mira al cielo y ora conmigo, para que Atón me ilumine…»
—Es cierto, no tiene sentido —afirmó Maite.
—El otro papiro debe de contener los versos pares y la otra mitad del mapa —dijo Mauricio.
—¿Cuál crees que era la función de este documento? —preguntó Maite, que aún no había escuchado el texto completo.
—Aparecen diversos pasajes —dijo el arqueólogo—. Por un lado se inicia como si fuese una carta de despedida.
—Cuando Akhenatón se despidió de Nefertiti —introdujo Maite.
—No empecemos —pidió Mauricio—. Si me dejas te lo explicó todo, ¿vale?
Maite asintió un poco avergonzada.
—Después habla del lugar al que va y de lo que espera encontrar allí, o algo así, porque no lo tengo nada claro. Es demasiado largo para leértelo ahora, en otro momento, quizá.
Maite pasó los dedos por la superficie y dijo:
—Supongo que debe de ser importante el contenido.
—No creo que sea buena idea tocarlo mucho. —Mauricio cogió la mano de la anticuaria—. Es extraño que fuese escrito en lenguaje jeroglífico, porque en la época amarniana se utilizaba mucho la escritura hierática. Los jeroglíficos no eran un lenguaje de multitudes y Akhenatón, probablemente, quería que su pueblo pudiese leer y por eso potenció el cambio de escritura. Sin embargo, este papiro…
—Quizás era un modo más de mantenerlo fuera del alcance de «curiosos» —dijo Maite.
—Tenemos que conseguir el otro papiro. —Mauricio se frotaba la cara cansado.
—Vincent es un hombre muy poderoso. Tiene su casa muy vigilada. —Maite empezaba a sentir miedo de aquel hombre al que había creído un ser especial.
—Se nos tiene que ocurrir algo.
—Ahora estamos demasiado cansados. Será mejor que te marches y nos veamos mañana.
—Mañana no. —Mauricio se levantó y recogió todo el material en el que habían estado trabajando—. Tengo algo que hacer.
Maite frunció el ceño.
—Te lo contaré cuando vuelva.
—¿Vas a alguna parte?
—Tengo que ver a un amigo. —Se dirigió a la puerta—. El jueves por la tarde te lo explicaré todo.
Maite se quedó parada en medio de la habitación. No le gustaba esa actitud misteriosa, la sensación de que volvía a quedarse fuera. Mauricio se volvió y comprendió su mirada.
—Confía en mí. —Se acercó—. Por esta vez, al menos.
—La escritura jeroglífica consta de fonogramas o signos fonéticos y semogramas, que contienen significado, ¿esto qué significa? Pues que un símbolo puede representar una letra, consonántica, o un significado más completo por sí mismo.
Marc se había ofrecido para iniciar a Maite en el difícil lenguaje jeroglífico. La anticuaria pensó que sería una manera constructiva de llenar el tiempo libre mientras esperaba el regreso del arqueólogo.
—Verás, la escritura consonántica de un signo está determinada por lo que representa, al menos casi siempre; pero un signo puede tener varios valores y puede funcionar como un fonograma y como un semograma. Un ejemplo: un hombre sentado —Marc dibujó una figura en esa posición— puede leerse rmt, que quiere decir «ser humano», zj, que significa «hombre», o rhu, «compañero», pero también puede ser un taxograma, un determinativo que nos dice a qué clase de significación pertenece una palabra, en este caso hm-ntr, «sacerdote».
Maite escuchaba con atención.
—Los logogramas escriben palabras completas, por ejemplo, persona, país —Marc empezó a dibujar símbolos—, los trazos u ortogramas indican que un signo precedente es un logograma; las series de dos o tres trazos indican el dual o el plural de la palabra.
Colocó el papel delante de Maite para que empezase a dibujar símbolos copiando los de muestra que él amablemente le escribía.
Eran las diez de la noche del jueves, el timbre la hizo saltar del sofá. Al ver el rostro de Adrián se puso pálida, no era precisamente a él a quien esperaba encontrar al otro lado de la puerta. Una oleada de tristeza la envolvió al ver la sonrisa de su amigo y no se reconoció a sí misma actuando de ese modo. Se acercó y le dio un abrazo, ¿el abrazo de Judas?
—Pasa, pasa. ¡Qué sorpresa! ¿Cuándo has regresado?
—Esta tarde, hace solo unas horas.
—¿Cómo ha quedado todo por Egipto? —Maite le acompañó hasta el sofá.
—Bien. Se han hecho cargo de la excavación y de la falsa tumba, quieren estudiarla a fondo. No se creyeron del todo que no hubiésemos encontrado nada, pero no tuvieron más remedio que aceptarlo así.
—¿Y Rebeca? ¿Y los demás?
—Rebeca aguantó hasta el final conmigo. Táreq se marchó el segundo día, después de ti. Parece ser que solo sigue a su amigo y si él no está… —Hizo un gesto con los hombros—. Me dijo que solo trabaja con él y que si Mauricio se marcha pues él se marcha. Hakim y los demás se quedaron con nosotros.
Maite pensó que le mentía, ¿Táreq amigo de Mauricio? No fue eso lo que se desprendió de su última conversación con el egipcio.
—¿Mauricio no dio señales de vida? —preguntó intentando despistarlo.
—A mí no, desde luego.
—¿Qué hiciste después de salir del campamento? ¿Fuiste a ver a Vincent?
—Sí, estuve con él hasta que regresó a París. ¿Y tú qué has hecho?
—¿Yo? —Maite intentaba no ponerse nerviosa—. Pues nada, lo de siempre, enseguida abrí la tienda y me puse a trabajar.
—No deberías haber abierto —Adrián le cogió una mano—, necesitabas descansar.
—Sí, tienes razón. —Se levantó—. Voy a traer algo de beber, ¿qué quieres?
—¿Una cerveza?
—Bien.
—Estás rara. —Adrián la abordó en la cocina.
—¿Por qué lo dices?
—No sé, te noto… diferente.
Maite se encogió de hombros y le brindó un botellín. Salió seguida de su socio, agradeciendo poder ocultar su rostro y así recuperar la compostura.
—Debes tener cuidado con ese arqueólogo de mierda —dijo Adrián—. No me extrañaría que un día u otro quiera ponerse en contacto contigo.
—¿Tú crees?
—Por supuesto, tienes algo que él quiere.
—¿El escarabajo?
Adrián asintió.
—¿Cómo estás tú? —Maite intentó desviar el tema.
—Bien, un poco confundido.
¿Confundido? ¿Por qué?
—Hay algo que no consigo entender. No sé cuál era la finalidad de fingir envenenarme.
Maite estuvo a punto de atragantarse.
—¿De qué estás hablando?
—Fingieron envenenarme, Maite. Hakim me explicó que era imposible que me hubiesen dado el veneno en que él pensó. Los síntomas son idénticos, pero si hubiese sido esa la sustancia que me administraron, difícilmente habría sobrevivido y, en caso de que la dosis no fuese mortal, mi postración habría durado muchos días.
—¡Qué extraño!
—Los dos llegamos a la conclusión de que me dieron algo para sacarme del campamento. Algo cuyos efectos imitasen al veneno de modo que Hakim lo confundiese y Mauricio tuviese la oportunidad de sacarme del proyecto.
—¿Con qué fin? —A Maite le temblaban las piernas.
—No tengo ni idea. Aunque estoy seguro de que a Mauricio Varona no le gustaba mucho que yo estuviese en el campamento.
—Siempre Mauricio Varona. —Maite negó con la cabeza.
—Siempre, Maite. No es de fiar, ya viste lo que hizo con el papiro. Ahora seguro que querrá el escarabajo, es lo único que le falta.
Maite tuvo que morderse la lengua para no decirle que el escarabajo lo seguía teniendo ella a pesar de haberle visto. Pensó que quizá debería empezar a preocuparse por no tener noticias del arqueólogo. ¿Y si no pensaba volver? Tenía el texto del escarabajo. Y tenía el papiro. Maite se dejó caer hacia atrás en el sofá. No era posible que volviese a dudar de él, otra vez, no.
—Hacía tiempo que no venía por tu casa. ¿Sabes por qué? Aún tengo la sensación de que es algo mío también.
—Durante un tiempo, lo fue.
—¿Qué pasó exactamente, Maite? ¿Por qué me echaste de tu vida?
—Eso ya lo hablamos en su momento, Adrián, no viene al caso ahora.
—Sí, sí que viene. En aquel momento creí que era un acto de cobardía, pero siempre pensé que reaccionarías.
—¿Reaccionar?
—Sí, estoy convencido de que si me pediste que hiciera las maletas es porque te hice dudar, porque tuviste ganas de decirme que sí.
Maite frunció el ceño, no esperaba que saliese el tema precisamente en esos momentos.
—No, Adrián, te equivocas. Yo estaba a gusto contigo, pero no lo suficiente para iniciar algo que requería un compromiso de continuidad.
—¿Qué quieres decir?
La anticuaria suspiró, intentaba buscar las palabras de un modo que no sonasen demasiado mal.
—No te amaba lo suficiente para comprometerme a pasar la vida contigo. En cierta manera fuiste tú el que me lo hizo ver. Al proponerme que nos casáramos me hiciste reparar en ello. Yo estaba a gusto contigo y no me había planteado nada más. Como amigo, eres el mejor.
—Qué mal suena eso.
—No tiene por qué. La amistad es un sentimiento muy degradado, a cualquier relación se la llama amistad. Alguien me dijo una vez que la amistad era mayor compromiso que el del matrimonio, porque este acaba si acaba el amor, pero la amistad no tiene fecha de caducidad.
—¿Estás intentando consolarme?
—También me dijo que tener un amigo era algo muy difícil porque la amistad se alimenta de un código muy severo. Un amigo no puede traicionarte jamás, no te mentiría, en él siempre podrías confiar.
Maite vio pasar una nube delante de los ojos de Adrián, a los que miraba con fijeza. Parecía sentirse incómodo y se levantó dando un pequeño paseo por la habitación.
—¿Te parece que haga un poco de café? Tengo mucho sueño y me sentará bien.
Adrián asintió. Después de unos minutos Maite volvió con la cafetera y dos tazas, su invitado seguía deambulando por la habitación y al entrar ella se detuvo ante las dos copas de mármol negro y sujetó una mostrándola como si brindase.
—Brindo por ese sentimiento tan profundo del que hemos hablado y que compartimos: la amistad. En cuanto al arqueólogo, debes tener cuidado con él, seguro que volverá a por el amuleto. Supongo que lo tienes bien escondido.
—Supones bien.
—Así me quedo más tranquilo. —Se recostó en el sofá—. No creo que tenga mayor valor que el puramente histórico y poético de su texto: «Ninguna oposición a la presencia del príncipe soberano, / no te alejes de mí en presencia del que guarda la balanza». Un amuleto como tantos, si no fuese de Nefertiti no tendría mayor relevancia, sin embargo, estoy seguro de que él lo querrá para adjuntarlo al papiro y tener así un tesoro con el que comerciar.
—Opino lo mismo que tú y no se me ocurriría facilitarle el terreno a semejante individuo.
Maite sirvió las tazas y le brindó una a su amigo, que no pareció darse cuenta del cambio en la mirada de su socia. Después la anticuaria permaneció unos minutos en silencio.
—Adrián, creo que debes saber algo.
El hombre soltó la taza y esperó.
—Estuvo aquí.
—¿Mauricio?
—Sí. Se coló en mi casa cuado volví de trabajar y me obligó a dejarle entrar.
—¿Te hizo daño? —El rostro de su amigo se tensó como el papel.
—No. Solo me asustó. Quería que le diese el escarabajo.
—¿Lo hiciste?
Maite negó con la cabeza.
—Bien.
—Le dejé que copiase el texto y estuvo analizándolo durante toda la noche.
—Pero no se lo diste —insistió.
—No, no se lo di.
—¡Es un maldito cabrón!
—Había partes del texto que le resultaban extrañas.
—Ya lo imagino. —Adrián se rascó la barbilla gesto que Maite le había visto hacer siempre que se ponía nervioso—. ¿Y a qué conclusiones llegó?
—Bueno, separó tres frases. Cree que no tienen relación con el resto.
—¡Maldita sea! Escúchame bien, Maite. Debes darme el amuleto, conmigo estará más seguro. Tú no podrás plantarle cara.
Maite negó con la cabeza.
—Sí, Maite, tienes que dármelo, no estaré tranquilo mientras sepa que lo tienes tú y que ese energúmeno puede venir a buscarlo en cualquier momento.
—No. El amuleto me lo quedo yo. Y te aseguro que no pienso dárselo. Tienes que confiar en mí, esa es la base de toda amistad. —Sonrió.
Adrián pareció sopesar si debía seguir insistiendo y, finalmente, sonrió también.
—Tienes razón.
—¿Mañana vendrás a la tienda? —preguntó.
—Por supuesto.
—Entonces nos veremos allí. Ahora creo que debería dormir, si no mañana no podré valerme por mí misma.
Adrián entendió la directa y se despidió con un beso en la mejilla. Maite cerró la puerta tras de sí y colocó la cadena después de dar dos vueltas a la llave. Empezaba a cerciorarse de que no podía confiar en nadie.