Akhenatón, profeta de Israel
“Tan cierto como que vivo, mi corazón se encuentra
demasiado cansado para permanecer con ellos”.
Ra
—¿No viste a nadie?
Mauricio la miraba desde la cercanía y Maite apoyaba su brazo sobre la cabeza intentando ejercer alguna presión a la espera de que hiciera efecto la pastilla que le había dado Najib, el médico del campamento que el arqueólogo había contratado después del suceso con Adrián.
—Estaba demasiado concentrada. Oí un ruido, pero cuando pregunté, nadie contestó.
El arqueólogo la había sacado de la tumba, la había llevado a su tienda y la había dejado en la cama. Los demás no tardarían en ir a buscarles para cenar y Mauricio quería hablar primero con ella a solas.
—¿Qué estabas haciendo?
—Mauricio —se medio incorporó y de todas partes cayeron cuchillos que se clavaron en su cerebro—, ¡oh!
—No te levantes. —La ayudó a tumbarse de nuevo—. Te debiste golpear la cabeza al caer inconsciente. Tienes un buen chichón en un lado y la cara arañada por la arena.
—Encontré un papiro. Tenía un montón de símbolos jeroglíficos de los que solo reconocí los de Akhenatón y Nefer-Neferu-Atón.
—¿Un papiro? —Los ojos de Mauricio se encogieron y la miraron con mucha intensidad.
—¡Sí! Estaba dentro de un cilindro que formaba parte del enorme sarcófago de piedra. —Se apretó el cráneo—. El símbolo de Atón estaba suelto por alrededor, cuando lo sacudí un poco noté que se movía, así que supuse que podría ser un escondite. Vine a tu tienda y te cogí una herramienta que había visto una de las veces que estuve aquí y con ella conseguí sacarlo.
—¡Vaya con la anticuaria!
—Soy una experta en encontrar lo que se me oculta. —Sonrió, las ojeras y la palidez de su rostro enternecieron al arqueólogo, que le acarició el pelo.
—¿Qué había en el papiro?
—Un ininteligible texto jeroglífico con un mapa de la zona septentrional de Egipto y el Sinaí.
—¿El monte Sinaí?
—¡Sí! ¿No lo comprendes? —Los ojos brillantes de emoción.
—Suéltalo de una vez. —El arqueólogo sonrió.
—Estoy segura de que Akhenatón y Moisés eran la misma persona.
Mauricio negó con la cabeza.
—¿No lo ves? —A pesar del dolor se sentó en la cama—. Las pinturas nos lo confirman, muestran el Éxodo y algunas de las plagas que aparecen en la Biblia. Akhenatón no fue solo el faraón del monoteísmo, primero intentó alejarse creando una nueva capital, pero seguramente no pudo luchar contra el poder que existía entonces en Egipto: el clero. El ejército, que en un principio le apoyó, acabaría por volverse contra él. Justo lo que él no quería acabaría ocurriendo y los egipcios se matarían entre ellos. La única opción que tenía era marcharse, como ya hizo, pero aún más lejos. Intentar crear otra ciudad donde nadie les persiguiese. Y con él se llevaría a los demás seguidores del Dios único. Tenía que haber un lugar para ellos, una «tierra prometida».
—¿Y Nefertiti?
—No sé qué ocurrió con ella.
—¿Y la Biblia? No habla de Moisés como un faraón de Egipto, precisamente.
—Indirectamente sí. La hija del faraón lo recoge de las aguas y se queda con él. Eso le convierte en parte de la familia. Además, los que escribieron el texto modificaron todo aquello que podía interferir en la «religión» que querían promover. Es de sobra sabido que no fue la única vez que se hizo.
—¿Qué hacéis? ¿No queréis cenar? —Rebeca apareció en la entrada de la tienda.
—No, ahora no. Iremos dentro de un rato. —Mauricio le hizo un gesto para que los dejara solos.
Maite esperó a que saliera de la tienda antes de hablar.
—Quiero enseñarte algo que hay en mi tienda. ¿Podrías ir a buscarlo? Es un portafolio de color granate, está en una mesilla, junto a la puerta.
—¿Ahora?
—Solo será un momento.
—Está bien.
Mauricio salió y volvió en menos de dos minutos. Maite no pudo evitar sonreír al ver la prisa que se había dado. Rebuscó dentro del portafolio y sacó un documento que le entregó al arqueólogo.
—«Akhenatón, profeta de Israel» —dijo el hombre al tenerlo entre las manos.
—Es el trabajo que hice hace unos cuantos años, aunque he ido ampliándolo durante este tiempo, con lo cual es casi el doble del original.
Mauricio lo abrió y comenzó a leer, mientras Maite volvía a la cama. La anticuaria exponía sin tapujos su idea de la conexión entre el faraón de la XVIII dinastía, Akhenatón y el profeta de Israel, Moisés. Aparte de las confidencias que ya había trasmitido a Mauricio, allí se encontraban referencias a la Biblia, muy curiosas. Por ejemplo, al arqueólogo le llamó la atención la similitud que la anticuaria encontraba entre los versículos 12:12 del Éxodo y la destrucción del culto a Amón en Tebas:
—«“Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país, desde los hombres a los ganados y me tomaré justicia en todos los dioses de Egipto. Yo, Yahvé. La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera al país de Egipto. Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en mi honor”. (Éxodo 12:12)».
Maite consideraba que ese texto podía referirse a la terrible matanza que debió producirse al intentar desterrar a los sacerdotes de Amón.
—«Si Akhenatón ordenó que se destruyeran los templos y se borrara el nombre de los falsos dioses es seguro que el clero debió resistirse y sus seguidores también, lo cual provocaría una auténtica matanza. Para que el ejército reconociese a los partidarios de Atón, quizá se les indicó que colocasen algún distintivo evidente en las puertas de sus casas. Y la palabra “primogénito” podría vincularse a los sacerdotes, principales hijos del dios falso, Amón. Así, cuando la Biblia menciona esta manera tan cruel de herir al país de Egipto, la auténtica historia podría ser la de un faraón que, desesperado ante la persistencia de los sacerdotes de Amón en intentar imponer una religión que él consideraba falsa, contra la de su dios verdadero y único, llevará la desgracia a Tebas. Ese día debería ser el final del culto a los falsos dioses de Egipto y el principio de la nueva era de Atón, que sería recordada de generación en generación. Pero las cosas no debieron de salir como el faraón esperaba y, además, denota un claro conflicto con sus propias creencias de bondad y paz. Una matanza a gran escala que tiñese el Nilo con la sangre de sus súbditos podría haber trastornado el corazón del sensible Akhenatón hasta hacerle afianzarse y profundizar más en su fe. Seguramente, una persona bondadosa y pacífica después de ser el causante de una tragedia semejante no volvería a ser el artífice de ningún ataque contra su pueblo».
Mencionaba los cinco volúmenes de la Historia de Egipto escrita por Apión en la primera mitad del siglo I d. C. y decía que contenían un pasaje sobre Moisés que fue citado por el historiador judío Josefo. Josefo (hacia 70 d. C.) transmitió del trabajo de Apión, que Moisés había construido templos en Egipto, los cuales estaban orientados hacia el este, tenían los techos abiertos al sol y utilizaban un obelisco modificado. Curiosamente, estas eran las características distintivas de muchos templos de Akhenatón. Quizá por todo esto, para Flavio Josefo, Apión era un antisemita.
—«También estaban las relaciones evidentes entre el Himno a Atón y el Salmo 104. O los diez mandamientos y la confesión negativa del libro de los muertos. Llamaba la atención la continua elección de adjetivos como “resplandeciente” o “brillante” para referirse a Yahvé. O incluso la acepción de “El Altísimo”, que nos hace mirar al cielo para encontrarnos allí cara a cara con el sol. En las relaciones semánticas resultaba curiosa la evidente relación entre las palabras “Amón” y “Amén”».
Se refería extensamente a las ideas que Freud dejó escritas en varios artículos.
—«Aparte del origen filológico de los nombres “Moisés y la raíz mose”, o “Adón/Atón”, sus teorías iban mucho más allá. El psicoanalista era de la opinión que Moisés/Akhenatón no pisó la tierra prometida porque los suyos le mataron. Creía, asimismo, que de ahí viene el cambio radical entre el dios bondadoso en que creía el faraón, más próximo al dios de Jesucristo, y el dios de los judíos, más cruel y vengativo».
El apartado que Maite dedicaba a la circuncisión hizo especial gracia a Mauricio.
—«Esa tradición era una práctica habitual en el Antiguo Egipto, sin embargo, en el Éxodo lo derivan de una rocambolesca historia en la que Yahvé sale al encuentro del hijo de Moisés para matarlo y su madre, Séfora, le corta el prepucio con un cuchillo para apaciguar al dios ¿? (Éxodo 4:24)».
Según Maite esa explicación era, cuando menos, absurda.
—«Es evidente que quien escribió el texto no quiso de ningún modo darnos toda la información y obvió de un modo descarado que, viniendo de Egipto, que era un país donde esa era una costumbre cotidiana, la circuncisión debía de ser un acto que muchos practicarían. La historia que alguien había inventado para alejar las sospechas de que esa costumbre fuese heredada debería haber sido un poco más ingeniosa».
Mauricio se sentó en la cama y siguió leyendo.
—«Llama la atención la similitud entre el Arca de la Alianza descrita en la Biblia y las típicas arcas egipcias que utilizaban, en algunos casos, para transportar a sus dioses. Así como la semejanza entre el cetro Heka de Akhenatón, insignia real, considerado como un objeto mágico y poderoso, y el cayado de Moisés, al que las escrituras proporcionan también un significado mágico».
En otro apartado, Maite refería la dificultad de Moisés para que Dios le dé su nombre.
—«Éxodo 3:14: “Yo soy el que soy”. Para los egipcios el nombre era un elemento mágico de tremendo poder, nada puede existir si carece de nombre, y su conocimiento podía transferir los poderes del ser al que pertenecía. En un relato egipcio se narra la historia de cómo Isis intenta descubrir el nombre secreto de Ra. Los dioses tenían múltiples nombres y uno de ellos representaba la fuerza de su poder, por lo que era desconocido para todos. Isis ansiaba conocer ese nombre para poder poseer el poder del dios, así que moldeó la primera cobra y provocó el encuentro entre la serpiente y el dios, consiguiendo que Ra fuese envenenado. Después, cuando el dios clamaba ayuda en su suplicio, la diosa se ofreció a ayudarle a cambio de conocer su nombre».
Un dato geográfico que Mauricio podía corroborar era el que aludía a la ciudad de Mal-lawi. Maite constataba que a un lado del Nilo se encontraba la ciudad de Akhetatón y, al otro lado, la ciudad de Mal-lawi o Mallevi, que significa «la ciudad de los levitas».
—«Hay quien opina que en esta ciudad se encontraban muchos de los seguidores de Atón y discípulos del faraón. En el Sinaí, los levitas eran los mayores partidarios de Moisés».
Por fin llegaba a la misteriosa figura de Smenkhare, que subió al trono de forma sorpresiva como corregente.
—«Nadie sabe de dónde salió este personaje. Unos dicen que hijo, otros que hermano y algunos que amante de Akhenatón, ya que su imagen se confunde con la de una mujer de modo muy extraño e inexplicable. Lo único evidente es que su entrada en la corregencia se hizo precipitadamente. Esto pudo deberse al hecho de la marcha de Akhenatón y sus seguidores fuera de Egipto. Quizás el faraón decidió evitar su propia muerte y la de su familia saliendo de la regencia e incluso del país. En un intento por apaciguar los ánimos, había realizado un primer “Éxodo” hacia Tell al Amarna, donde estableció su capital, “Akhetatón”, pero aquello no fue suficiente para los clérigos, que alimentaron un profundo odio hacia aquel revolucionario y es muy fácil pensar que su vida y la de los suyos corría un grave peligro teniendo a todos los seguidores de Amón en contra y pocos creyentes a favor. Smenkhare intentó contener los ánimos del clero de Amón, pero no lo consiguió y la salida de Akhenatón fue inevitable».
Mauricio miró a Maite, que sonreía, segura de lo que el arqueólogo pensaba.
—«En un lugar del desierto del Sinaí se hallan los restos de un antiguo templo egipcio; el arqueólogo Flinders Petrie encontró allí una estatua de la madre de Akhenatón, la reina Tiy. También encontró una estela (monolito de piedra, decorado o escrito) del faraón Ramsés I, sucesor de Horemheb, que declaraba que Atón y todo su dominio estaban bajo su autoridad. Resulta curioso que la localización de esa estela se encuentre en un lugar en el que Moisés habría pasado parte de su exilio».
Llegaba a la figura del profeta de Israel y su curiosa manera de aparecer en la escena bíblica.
—«Como hechos curiosos referidos al advenimiento de Moisés y la fantástica historia del cesto en el Nilo, tenemos que el rey babilonio Sargón de Agade, fundador de Babilonia (circa 2800 a.C), muy anterior al relato bíblico, fue gestado en secreto por su madre, que al nacer lo colocó en una cesta de juncos y lo abandonó en el río Éufrates. Los hebreos no podían aceptar que su profeta fuese un egipcio, miembro del pueblo opresor, ya que el pueblo elegido debía ser el pueblo de Israel y no tenía ningún sentido que el hombre elegido para guiarles no fuese de los suyos, así que debían convertirlo en uno de ellos y esta leyenda pudo darles algunas ideas. En la lectura del Éxodo encontramos algunos detalles que a simple vista pueden pasar desapercibidos, pero mirando con otros ojos resultan reveladores. Por ejemplo en Éxodo 12:31 “Llamó Faraón a Moisés y a Aarón durante la noche y les dijo: ‘Levantaos y salid de en medio de mi pueblo vosotros y los israelitas… ’.” ¿Por qué Yahvé hace esa distinción entre ellos y los demás? ¿No eran todos hebreos? Otro detalle interesante del texto santo es el hecho de no dar el nombre del faraón, cuando se cita incluso el de las parteras que atienden a la madre de Moisés. Resulta chocante a simple vista la dificultad que hay todavía hoy día para ponerle nombre a este protagonista. Esto tendría lógica si los hebreos pretendiesen ocultar la verdadera personalidad de su profeta; no dando el nombre del reinante creían proteger el del propio Akhenatón, y permitían cierta confusión de fechas, cosa habitual en este texto».
La pastilla había empezado a hacerle efecto y Maite se sentía más relajada. Realmente, había trabajado mucho en ese documento y la posibilidad de encontrar algún indicio que corroborase su teoría sería mucho más importante de lo que podía siquiera imaginar. Recordó las pinturas que había visto en la falsa tumba de Nefertiti, y reconoció en ellas la imagen de Moisés frente al pueblo de Israel en su huida de Egipto y las plagas enviadas por Yahvé contra el faraón y los suyos. Sentía deseos de interrumpir la concentrada lectura de Mauricio, pero se mordió la lengua.
Otro detalle curioso: Moisés insiste a Yahvé en que no es un hombre de palabra fácil, que es torpe de boca y de lengua, a lo que Yahvé le contesta que busque a su hermano Aarón, el levita, para que hable por él: «Tú le hablarás y pondrás las palabras en su boca; yo estaré en tu boca y en la suya y os enseñaré lo que debéis hacer. Él hablará por ti al pueblo, él será tu boca y tú serás su dios». (Éxodo 4:15-16). ¿No podría indicar este párrafo la dificultad de Akhenatón para hablar la lengua de los hebreos? Si él era egipcio su conocimiento de la lengua hebrea sería escaso o nulo. En cuanto a su hermano Aarón, probablemente no eran familia de sangre, otra parte de la Biblia nos hace dudar al respecto: «En el monte al que vas a subir morirás e irás a reunirte con los tuyos, como tu hermano Aarón murió en el monte Hor y fue a reunirse con los suyos». (Dt 32:50).
Después de unas cuantas páginas más, Mauricio llegó al final del documento y volvió a leer en voz alta:
Todas las historias tienen un principio, y lo que un hombre piensa en la soledad de su metro cuadrado otro lo comparte en el lado opuesto del planeta. Akhenatón tuvo una revelación en la que «Dios» se le presentaba como el Único. Quizá, fue un santo o, tal vez, un loco, no lo sé, pero fue todo un personaje, un faraón de Egipto distinto de todos los demás. ¿Merecía el odio que despertó en sus semejantes? Hay quien le acusa de haber abandonado a su país, de haber desatendido su obligación de mantener a raya a sus posibles enemigos. Hay también quien dice que su apariencia física era la de un enfermo, que quizá tuviese afectada su capacidad mental. En todas las épocas y en distintos lugares han aparecido personas que han destacado frente a sus congéneres, seres que no han aceptado su momento histórico, espiritual o político y han luchado contra aquellos que les impedían desarrollarse en libertad. ¿Fue Akhenatón uno de ellos? ¿Y Moisés? Personalmente, considero la hazaña de Akhenatón como un hecho extraordinario y a él mismo cómo un héroe. Solo así puedo entender a hombres que han intentado variar el curso de la historia, movilizar al pueblo dormido y ovejuno, que va a donde le llevan sin hacerse preguntas. Considerados por sus coetáneos como visionarios, dementes o hijos de algún dios. Unos los vieron como revolucionarios y otros como boicoteadores del sistema. Porque nadie puede mantenerse al margen del margen. Akhenatón tenía todo lo que pudiese desear, era el faraón de Egipto, podría haber vivido del pueblo y disfrutado de todas las riquezas y del poder que su nacimiento le había otorgado. No era necesario que defendiese a un dios bondadoso, que amaba a todos por igual, sin distinguir entre ricos o pobres, hombres o mujeres. Podía muy bien haber vivido en su palacio de Tebas, aceptando que el clero de Amón sangrase al pueblo a costa de su fe (o su costumbre), como después hicieron, hacen y harán, otros muchos que se apoyan en las debilidades de la gente humilde para extraer de esa debilidad su poder. Quizás algún día, alguien, en algún lugar, descubra la tumba de Akhenatón. Quizás encuentren su momia metida en un sarcófago de piedra, sin adornos, sin objetos que le acompañen en su viaje. Quizá descubran que realmente fue un loco, un enfermo que llevó a Egipto al precipicio de la Historia, al que el pueblo odió profundamente por haberles abandonado a su suerte. Sin embargo, mientras tanto, yo seguiré esperando que alguien encuentre su tumba en algún lugar desierto, junto a su amada esposa Nefertiti, rodeado de bellas imágenes pintadas que nos muestren su vida en el exilio. Y que ese alguien descubra que lo único que deseó aquel faraón/profeta fue enseñar un nuevo camino a los suyos, un camino en el que no necesitarían un ejército para que su existencia tuviese sentido. Y quizá, junto a ellos, encuentren dos estelas en las que alguien habría escrito, con escritura hierática, diez preceptos, diez mandamientos a seguir por los incondicionales a Atón. «Dios único, cuyo amor es inmenso, que con sus rayos ilumina todos los rostros y con su brillo da vida a los corazones». (Himno a Atón).
«Delante de él avanza el fuego y a sus adversarios en derredor abrasa; iluminan el orbe sus relámpagos, lo que ve la tierra y se estremece. Los montes como cera se derriten ante el Dueño de la tierra toda, los cielos anuncian su justicia y todos los pueblos ven su gloria». (Salmo 97, del Libro de los Salmos).
«Y así él, Neferjeperura Uaenra, Akhenatón, Señor de las coronas, y ella, Nefer-Neferu-Atón, Nefertiti, a quien él ama, la Señora de las dos Tierras, vivan por siempre jamás». (Himno a Atón).
Mauricio la observó después de cerrar el documento. Siguió cada uno de sus rasgos con la mirada, se sentía libre para hacerlo, sin tener que justificarse. Tampoco tenía que disimular su expresión, que habría sido demasiado reveladora para cualquier espectador imparcial. Aquella mujer había entrado en su vida de un modo poco ortodoxo y había percibido que el peligro aumentaba en relación proporcional a lo cerca que la tenía. No se trataba de un acercamiento físico, que también, sino de otro sentimiento más peligroso. Maite se dejaba mirar, quizás, el efecto del medicamento la había relajado de tal modo que era capaz de absorber la tensión que emanaba del arqueólogo. O tal vez su única atención era ahora para lo que Mauricio había estado leyendo.
—¿Qué te ha parecido? —Hizo un gesto de impaciencia al ver que el hombre no decía nada.
—Sorprendente. Te has tomado mucho interés en este asunto.
—Mucho.
—Es interesante y ahora entiendo tu decisión de venir aquí.
—¿Qué opinas?
Mauricio indagó en su mirada tratando de averiguar si realmente quería saberlo.
—Creo que no es más que una teoría. Yo no creo que Akhenatón fuese Moisés. Es posible, con todo lo que he leído, que el profeta fuese un discípulo, un seguidor de Atón, pero desde luego no el faraón.
—Pero…
—Escucha, no he acabado. —Puso dos dedos en sus labios—. Es una idea romántica y realmente hermosa, pero carente de evidencias claras. Todo lo que expones son indicios, pero solo con indicios no se escribe la historia, al menos eso creo yo. En esta excavación podríamos haber encontrado tu «prueba», pero ahora estamos como al principio: yo sin encontrar la momia y tú sin evidencias.
Maite se encogió de hombros, estaba muy acostumbrada a esa reacción y otra le hubiese sorprendido.
—¡Bueno! —dijo—. Sería hora de que fueses a cenar.
—No pienso dejarte sola.
—No te preocupes, iré a mi tienda y dormiré.
—De eso nada.
—No podría probar ni un bocado…
—Pediré que traigan algo aquí, si te apetece comes y si no ya lo haré yo.
Se levantó y asomó la cabeza fuera. Maite le oyó dar una voz y después unas palabras en árabe.
—Ya está —dijo—, dentro de un momento, todos sabrán que estás aquí.
Maite no se atrevía a preguntarle a pesar de que se moría de ganas. Le observó mientras se preparaba un sitio para cenar.
—¿Vas a dejar que te pregunte? —dijo al fin.
—Si quieres arriesgarte.
No le veía la cara y no supo si bromeaba, pero el acicate fue suficiente para ella, que no necesitaba mucho empuje para tirarse de cabeza.
—¿Has hablado con tu padre?
—Sí, también he hablado. —Mauricio se acercó y se quedó de pie frente a Maite, que le miraba con descaro.
—Supongo que quieres decir que habéis llegado a las manos.
Mauricio no contestó.
—Si no quieres explicármelo, pues me lo dices y nos ahorramos la conversación, pero creí que empezábamos a tenernos confianza.
—¡No me digas! ¿Hasta cuándo?
—Hasta que me des motivos para desconfiar. —Maite se puso de pie, todo se movió de su sitio durante unos segundos en los que Mauricio la sujetó por los brazos.
—A ver si te estás quietecita.
—No estoy de acuerdo. —Poco a poco se estabilizó—. Fui yo quien te explicó lo de tu madre.
—Le encontré y le partí la cara.
—¿No hablaste con él?
—Yo sí. Pero él no dijo una palabra.
—¿Le diste la oportunidad?
—Supongo que no. No me interesa nada que pueda decirme. Es un mal nacido, no merece ni que le mire a la cara.
—Mi opinión sobre él no es mejor que la tuya, pero considero que siempre hay que dar una oportunidad al otro para explicarse.
—Me alegra por ti que seas tan justa.
—No te cachondees.
—No, en serio, me alegra. —Volvió a sentarse en la cama—. Supongo que si hubieses tenido la oportunidad de conocer a la mujer que secuestró a tu hermano y os destrozó la vida, te habría gustado sentarte a charlar con ella.
Maite se quedó muda, no tuvo valor para rebatir lo que Mauricio pretendía enseñarle.
—Maite, lo que siento por Carlos no admite una conversación entre él y yo. Para mí, está muerto y enterrado.
Ella asintió, buscó una silla y se sentó.
—He dado parte del hallazgo que hemos hecho y de la identidad del cadáver a las autoridades. Mañana vendrá una inspección para dar fe de lo que he declarado.
—¿Cómo estás?
El arqueólogo meditó sobre esa pregunta antes de contestar.
—Siempre me han tachado de introvertido, de ocultar mis sentimientos, y es cierto. —Respiró hondo y dejó escapar el aire de un golpe—. Estoy mejor que ayer, cuando descubrí quién era aquel cuerpo en el suelo de la tumba, gracias a ti. No, tranquila, no te reprocho que me lo dijeras, al contrario. No puedo pensar en nadie mejor que tú para decírmelo y estar conmigo en esos momentos. Pero hay algo…
Pensó en las palabras que quería decir.
—Me siento culpable —se agachó delante de Maite—, siento un dolor aquí, en el pecho, como si me hubiesen dado un golpe con una maza. Tengo un sentimiento de culpa que me asfixia, por haber creído lo que él me dijo. Porque la maldije muchas veces por marcharse y dejarme. Cuando me sentía solo, cuando nadie venía a sacarme de aquel maldito colegio en el que me encerró, la odiaba casi más que a él.
Maite le acarició la cabeza.
—No hagas eso, me haces sentir como un perro. —Se levantó y se apartó.
—Estás poco acostumbrado a mostrar tus sentimientos, por eso no puedes entender que los demás mostremos los nuestros.
—No me gusta que me tengan lástima.
Maite se puso de pie.
—Yo no te tengo lástima. No eres la clase de persona que inspira ese sentimiento.
Mauricio la miró con las manos en la cintura, parecía no saber qué tenía que hacer.
—¡Eres humano! Y para mí esa es una gran noticia.
Maite se acercó y le besó en los labios, y Mauricio le habría devuelto el beso de no ser por Jamal que entró en ese momento con la cena. Cuando el cocinero salió de la tienda después de mantener una amigable y breve conversación con Mauricio el clima se había roto y Maite volvía a la distancia de su silla de convaleciente.
—Creo que deberíamos averiguar quién me atacó. Supongo que debe ser la misma persona que intentó envenenar a Adrián.
Mauricio se limpió la boca y bebió un trago de agua antes de contestar. No pudo evitar sentirse un poco culpable por haber retirado la vigilancia de la tumba, pero creyó que no había nada que proteger.
—La cuadrilla la formamos un equipo de unas cuarenta personas. No los conozco a todos, unos traen a otros cuando ofreces trabajo. Los más especializados han trabajado antes con nosotros y son más o menos conocidos, pero el resto…
—No podemos resignarnos. ¿Crees que hubiesen podido matarme?
—Si hubiese sido su intención. Es evidente que solo querían quitarte el papiro.
Maite se tocó la cabeza.
—¿Y a Adrián? ¿A él qué querían quitarle?
—No tengo la menor idea.
—Todo esto ha sido muy raro desde el principio. —Maite volvió a la cama y se estiró.
—Maite, tienes razón y me gustaría…
—Bueno, ¿acabas o qué?
Táreq y Rebeca entraron en la tienda, sorprendiéndolos de nuevo en mitad de la conversación, que estaba tomando un cariz muy íntimo.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué te ha visto el médico, Maite? —Rebeca sonrió solo con la boca.
—Se me han caído algunas púas —le devolvió la sonrisa aderezada con un poco de sarcasmo—, pero no te preocupes, me las han vuelto a colocar todas.
—¡Ja! —dijo la arqueóloga.
—Alguien la ha dejado inconsciente cuando trabajaba s-o-l-a en la tumba. —Mauricio ignoró la batalla de gatas, remarcando el hecho de que no había nadie con ella.
—¿Quéee? —Táreq se acercó a ella—. ¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes. Precisamente hablábamos de eso, intentábamos pensar en alguien.
—¿Y? —Rebeca se sentó junto a Mauricio, que terminaba de cenar.
—No se nos ocurre nadie.
—¿Por qué? —Táreq buscó una silla y la colocó junto a la cama—. Quiero decir que ¿para qué alguien deseaba dejarte inconsciente? No habrán…
—No, no me han hecho nada. Encontré algo…
Los recién llegados abrieron los ojos y los oídos.
—Descubrí un escondite en el sarcófago exterior, pude extraer uno de los símbolos jeroglíficos. Era como un cilindro y estaba hueco, dentro había un papiro.
—¡Por fin! —Rebeca dio una palmada—. ¡Creí que no encontraríamos nada!
—¿Qué había en el papiro? —preguntó Táreq.
—Estaba escrito…
—… pero ella no entiende la escritura jeroglífica. —Mauricio la interrumpió poniéndose de pie—. Y ahora será mejor que os marchéis y, de paso, os lleváis esto, que seguro que Jamal lo necesitará. Maite necesita descansar y esta noche dormirá aquí.
—¿En serio? —Rebeca acarició el rostro de su socio—. ¿Contigo?
—Por supuesto. —La empujó con suavidad y firmeza hasta que la hizo salir.
—¡Que disfrutes y cuidado con las púas!
Maite oyó el comentario y tuvo deseos de salir a buscarla.
—¿Por qué has dicho eso?
—¿El qué? —Mauricio se sentó en la silla que había ocupado Táreq.
—Que íbamos a dormir juntos.
—Porque es cierto.
—¡Vaya! ¿Y alguien ha pedido mi opinión?
—No creo que necesite tu opinión. Solo he hablado de dormir, ¿o es que eres de las que crees que un hombre y una mujer no pueden dormir en la misma cama sin hacer el amor?
—Nnno —titubeó.
—Yo solo he pensado compartir mi cama, es lo suficiente grande para que podamos descansar los dos cómodamente. —Sonrió y su cara se iluminó—. Claro que si quieres algo más, podemos discutirlo.
—No te preocupes, si quiero algo más te lo diré. En cuanto a que podemos dormir tranquilamente, estoy de acuerdo.
—Bien —dijo él.
—Eso —respondió ella.
Por la mañana se despertó temprano, como era su costumbre; la cabeza aún le molestaba.
—Buenos días.
Maite se sorprendió al ver a Mauricio junto a la cafetera, vestido y listo para el trabajo.
—¿Hace mucho que te has levantado?
—Una media hora. ¿Cómo te encuentras?
—Todavía me duele un poco.
—Has pasado una noche inquieta.
—¿Te he molestado?
—No, creo que estaba un poco preocupado y eso mantuvo mi sueño ligero.
—Rebeca no se va a creer…
—Rebeca no tiene nada que opinar al respecto. —Mauricio dejó la taza sobre la mesilla.
Maite suspiró.
—Me gusta mucho ver el cielo cuando despierto, es lo que más echo de menos desde que estoy aquí.
—Si me lo hubieses dicho habría hecho un agujero en el techo de la tienda. —Sonrió—. Vuelvo enseguida, voy a traer algo para que comas y recuperes las fuerzas.
—No hace falta —dijo Maite, aunque se moría de hambre.
El arqueólogo saludó y salió.
Maite se quedó un rato tumbada observando los objetos de Mauricio, era muy ordenado y austero, lo justo y necesario. Exceptuando el baúl, aquel baúl de piel, siglo XVII, que la atraía como un imán. No tendría otra oportunidad como aquella, se dijo. Saltó de la cama y, mirando a todas partes como una ladronzuela que teme ser descubierta, pasó la mano suavemente por la superficie y aspiró el olor a viejo que le resultaba tan familiar. Observó que tenía una pequeña aldaba de hierro forjado, la cogió con descuido y sin esperar más levantó la tapa. Mauricio guardaba allí libros y documentos. El corazón se le aceleraba y le costaba darles suficiente oxígeno a sus pulmones, a su alrededor el mundo giraba mientras ella se sujetaba a aquella tapa abierta para no caer. El mareo que le produjo la inestabilidad espacial comenzó a revolver su estómago vacío. Un sentimiento de pánico se apoderaba de su cuerpo, se extendía como barro subiendo por sus piernas.
—¿Qué haces?
La voz de Mauricio sonó como el trueno después de que el rayo la hubiese partido por la mitad. No hizo falta contestar. El arqueólogo vio el objeto en las manos de Maite a medio desenrollar, los símbolos egipcios saltaban a sus ojos como saetas. Sabía que nada que dijese podría disipar la expresión que le devolvían aquellos ojos. Era terror y era pánico. Emociones demasiado fuertes para derrotarlas con palabras.
—Alguien lo ha puesto ahí, Maite. Tienes que creerme.
—¿Si lo hubieras cogido tú me lo dirías? —Se puso de pie, temblorosa—. ¿Me dirías que fuiste tú?
—¿Qué puedo decir que seas capaz de creer?
La anticuaria sentía un cúmulo de sensaciones contradictorias. ¿Cómo podía alguien equivocarse tanto con sus semejantes? Cuánto puede mentir una mirada pareciendo tan sincera. Se apartó lentamente del arqueólogo. Para cualquier observador externo sería evidente que creía que podía saltar sobre ella en cualquier momento. A pesar de su temor no soltó el papiro amarniano de sus manos, lo sujetaba con firmeza a la vez que con sumo cuidado.
—Escúchame, Maite, no voy a hacerte daño. —Mauricio susurraba, pero a Maite sus palabras le sonaban a encantador de serpientes.
—Vas a dejar que me vaya. —Caminaba hacia la salida con paso inseguro pero resuelto.
—No, no voy a dejar que te vayas. —En dos pasos le cortó el camino.
—¿Qué pretendes? —Sus ojos lanzaban chispas.
—Que me escuches. —Extendió las manos en un gesto de súplica—. Tranquilízate, vamos a sentarnos, miraremos el papiro e intentaremos entender por qué alguien lo ha puesto ahí.
—¿Para qué nadie lo iba a poner ahí?
—Para que lo encontrases y me inculpase.
—¿Y cómo podía alguien saber que yo miraría en ese baúl?
—¿Estás de broma? Hablamos de un baúl inglés del siglo XVII, cualquiera que haya estado aquí contigo ha tenido que ver con qué ojos lo mirabas.
Maite dudó durante unos segundos, pero a pesar de esa duda no dejaba de temblar. ¿Y si quería matarla? Recordó el cuerpo de Muhsin y el envenenamiento de Adrián. También recordó todos los motivos que le habían hecho dudar de él, cómo le había conocido y cómo había conseguido que le enseñase el talismán de corazón.
—Déjame ir. Necesito tranquilizarme.
—No puedo dejarte ir así. Alguien quiere meterme en un problema. —Extendió la mano—. Dame el papiro.
Maite lo abrazó contra su pecho.
—Yo lo encontré.
—Dámelo, Maite. Hay alguien dispuesto a hacer daño por él.
—¿Alguien? —preguntó irónica.
—Te juro por la persona que está tirada en esa tumba que yo no te ataqué.
—¡Valiente prueba!
La mirada de Mauricio revelaba que había sido tocado.
—¿Qué ocurre aquí?
Maite casi dejó escapar un grito de alivio al ver a Adrián en la entrada de la tienda y corrió a refugiarse en sus brazos.
Adrián extendió el papiro y lo observó con detenimiento y asombro.
—Ya sabes que lo mío son los libros, Maite.
Mauricio no perdía detalle de todos sus movimientos, parecía un león enjaulado, la anticuaria le observaba por el rabillo del ojo, todavía algo asustada.
—Habla de la huida de «el rebelde». Menciona que su corazón está triste porque atrás deja a …
—… la bella —intervino Mauricio, que se había detenido junto a Adrián y se apoyaba en la mesa para no perder detalle.
—Anuncia que volverá cuando las aguas del Nilo bajen de nuevo, ¿limpias? —Adrián miró a Mauricio, que frunció el ceño—. Después hay una frase extraña, «ella iluminará junto a él y será él».
El arqueólogo negó con la cabeza, no lo veía claro, tendría que estudiarlo más a fondo. Siguieron leyendo, pero las incongruencias se sucedían unas a otras y, finalmente, llegaron a la conclusión que requería una lectura mucho más detallada. Ante la reclamación de Mauricio respecto a la devolución del documento, Adrián lo tuvo muy claro.
—Lo siento, pero esto se queda conmigo.
—¿Y eso? —preguntó el otro.
—Es evidente que no eres de fiar. Después de lo que me ha explicado Maite, empiezan a confirmarse mis sospechas sobre ti.
Mauricio miró a la mujer con una mirada poco amigable.
—Mejor será que yo lo guarde —sentenció Adrián.
—¿Y hasta cuándo?
—Hasta que decidamos qué hacer.
—Es evidente que esta excavación ha terminado.
—También es evidente que empieza otra.
—¿Piensas pedir permiso para excavar en el monte Sinaí?
—El plano no es nada detallado.
—Porque no está completo, además deberemos dar parte de nuestros hallazgos —avisó el arqueólogo.
—No veo por qué. Podemos decir que hemos tenido una intuición.
—La arqueología no se maneja por intuiciones.
Maite observaba a los dos hombres y se sintió incómoda y con un runrún en el cerebro que apenas la dejaba pensar. Había algo allí que no encajaba. ¿No deberían primero aclarar la situación? Había alguien que iba envenenando y golpeando a la gente. Un asesino. ¿Y lo único que les importaba era la excavación?
—Preparar una excavación en el Sinaí llevará algo de tiempo —Mauricio se inclinó sobre el papiro y señaló el lugar que indicaba la flecha—, y además vuelvo a repetir que el plano no está completo.
—Bien, deberemos usar la imaginación.
Ninguno de los dos hombres se percató de la salida de Maite de la tienda. Cuando estuvo en el exterior respiró hondo, allí dentro no había aire suficiente y se estaba ahogando. Sintió deseos de gritar, de llorar; la rabia mezclada con unas gotas de desilusión eran los ingredientes del cóctel que acababa de beber y que había dejado un regusto amargo en su garganta. Se encaminó hacia su tienda y allí se vistió con ropa limpia. Después se dirigió a la falsa tumba de Nefertiti, como la había llamado Mauricio, y pasó junto al cadáver de Sofía, sin detenerse. Sintió cierto estremecimiento al encontrarse allí, sola, pero creía que ya no corría ningún peligro. Quería estar en la sala final, volver a contemplar las reveladoras pinturas de las paredes. El arqueólogo podía decir lo que quisiera, pero ella estaba convencida de que su teoría era la correcta. Quería despedirse. Observó una por una cada figura, vio delante de sí a los artistas trabajando y casi pudo oler los ungüentos que utilizaban para sus pinceles. Estaba cansada, agotada más bien, pero su cansancio no era solo físico. La sensación de no poder confiar en nadie era la más desagradable que se podía sentir y no era la primera vez que la experimentaba. Siempre debería haber alguien a quien agarrarse. Pero, en ese momento, se sentía como debió de sentirse aquel que mostraban los dibujos; sola. Pensó en los amigos que le traicionarían, aquellos en quienes confiaría y le abandonarían, en los enemigos declarados, en los aprovechados e interesados, en los envidiosos y en los cobardes que le dejarían a su suerte o le amenazarían de muerte dependiendo de los casos. Quizá, también Nefertiti. ¿Y si ella también le abandonó?
—¡Qué maravilla! —Adrián apareció de pronto y consiguió asustarla.
—¿Por qué no me has avisado? —le recriminó.
—¡Perdona! —exclamó sorprendido ante la violencia de su respuesta—. ¿Qué te pasa, Maite? He ido a buscarte a tu tienda.
—Estoy cansada. Me voy de aquí.
—¿Te vas? —Parecía sorprendido—. ¿Por culpa de ese imbécil?
—Ya te he dicho que estoy cansada. Aquí ya no hay nada que hacer.
—Debemos planear la siguiente excavación.
—Ya —sonrió, aunque la semipenumbra que daban las lámparas no permitía fijarse en muchos detalles—, pero es que ya no me interesa seguir. Quiero volver a casa.
—Maite —hizo una pequeña pausa—, no parece alegrarte mucho mi vuelta.
—Me ha resultado increíble veros a los dos allí, hablando sobre cuándo continuamos.
Adrián no contestó, se apoyó en una de las paredes y se cruzó de brazos.
—Alguien trató de envenenarte y a mí me dejaron inconsciente; podrían habernos matado y a vosotros solo os importa quién será el primero en descubrir no sé qué cosa.
—Eso no es cierto. Yo tengo bastante claro quién hizo esas dos cosas.
—Pero no tenemos pruebas, ¿y si no fue él?
—¿Tienes dudas? —Adrián se acercó a ella y la sujetó por los hombros—. No creo que sea el momento de abandonar. Siempre has confiado en ti y sabes que estás más cerca que nunca de demostrar lo que siempre has creído.
—Ahora lo que quiero es irme a casa —insistió—. Quizá, más adelante…
—Yo no voy a volver. No puedo permitir que él continúe y encuentre algo sin nosotros.
—Necesita el plano —arguyó Maite.
—Es demasiado listo, seguro que lo ha memorizado.
A Maite le cruzó una idea por delante de los ojos, casi la vio formarse y crecer.
—¿Dónde está el papiro?
—Lo he metido en mi mochila.
Adrián abrió la cremallera para enseñárselo y lanzó una exclamación de cólera. Maite se volvió hacia las pinturas de la pared, su socio había salido corriendo, pero ella sabía que era demasiado tarde. Cuando Adrián llegó al exterior de la tumba y buscó a Mauricio Varona le informaron de que se había marchado con mucha prisa y había dejado a Rebeca al mando de todo.