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Con larval inocencia un pterodáctilo busca a su pterodáctila. El no sabe nada de la muerte. Sólo sabe planear con ella como dos gigantes remeros del espacio. Sólo sabe que un pterodáctilo y una pterodáctila son un mismo cuerpo. Y ahora a él le falta una parte.

Ella murió una noche en que los cielos eran dorados. Aún está sobre la arena su cadáver fosilizándose, pero él insiste en la búsqueda porque eso no es ella, no es su pterodáctila: le falta el vuelo, la mirada y el olor del amor: Ignora las leyes de la naturaleza, cree en el reencuentro. Si necesita a su pterodáctila tiene que ser porque en algún sitio ella lo espera.

Vuela chocando contra todas las salientes de la noche. Va una y otra vez por los lugares que conocieron juntos. Desde la orilla de aquel lago vieron la primera lluvia de estrellas, en ese cráter la tuvo entre sus alas. Vuelve al cielo. Insiste en la búsqueda. Es una esperanza en vuelo y condenada.

Desde lo alto de la noche color magenta se lanza en picada. Solitario y en silencio se desploma en ese fragmento de playa que nunca quiso mirar.