En la era más estrambótica de la Tierra, los pterodáctilos fueron los únicos seres capaces de construir parejas absolutamente fieles.
En el caso de que muriese uno de los integrantes, el otro no formaba una nueva unión. Si el pterodáctilo sobrevivía, dedicaba el resto de su existencia a deambular por los sitios frecuentados con su pterodáctila. Y realizaba este peregrinaje sin comer ni beber. Sin ir en búsqueda de otra compañera.
Poco a poco iba debilitándose hasta que moría, preferiblemente en el exacto lugar en el que había caído su pterodáctila.