Caminata

Olorosa como un mate curado

la noche acerca agrestes lejanías

y despeja las calles

que acompañan mi soledad,

hechas de vago miedo y de largas líneas.

La brisa trae corazonadas de campo

dulzura de las quintas, memorias de los álamos,

que harán temblar bajo rigideces de asfalto

la detenida tierra viva

que oprime el peso de las casas.

En vano la furtiva noche felina

inquieta los balcones cerrados

que en la tarde mostraron

la notoria esperanza de las niñas.

También está el silencio en los zaguanes.

En la cóncava sombra

vierten un tiempo vasto y generoso

los relojes de la medianoche magnífica,

un tiempo caudaloso

donde todo soñar halla cabida,

tiempo de anchura de alma, distinto

de los avaros términos que miden

las tareas del día.

Yo soy el único espectador de esta calle;

si dejara de verla se moriría.

(Advierto un largo paredón erizado

de una agresión de aristas

y un farol amarillo que aventura

su indecisión de luz.

También advierto estrellas vacilantes.)

Grandiosa y viva

como el plumaje oscuro de un Angel

cuyas alas tapan el día,

la noche pierde las mediocres calles.