Benarés

Falsa y tupida

como un jardín calcado en un espejo,

la imaginada urbe

que no han visto nunca mis ojos

entreteje distancias

y repite sus casas inalcanzables.

El brusco sol,

desgerra la compleja oscuridad

de templos, muladares, cárceles, patios

y escalará los muros

y resplandecerá en un río sagrado.

Jadeante

la ciudad que oprimió un follaje de estrellas

desborda el horizonte

y en la mañana llena

de pasos y de sueño

la luz va abriendo como ramas las calles.

Juntamente amanece

en todas las persianas que miran al Oriente

Y la voz de un almuédano

apesadumbra desde su alta torre

el aire de este día

y anuncia a la ciudad de los muchos dioses

la soledad de Dios.

(Y pensar

que mientras juego con dudosas imágenes,

la ciudad que canto, persiste

en un lugar predestinado del mundo,

con su topografía precisa,

poblada como un sueño,

con hospitales y cuarteles

y lentas alamedas

y hombres de labios podridos

que sienten frío en los dientes.)