—NO tengo palabras —comentó Marco después de la revelación de su amigo—. ¡Tú siempre has tenido este don! Ahora se explica el porqué de ese vídeo que grabaste de pequeño…
—Debemos estudiar los dibujos. Encontrar más información.
—Claro. Déjame echar un vistazo. —Marco sacó de la caja unos folios y un bloc de notas. Entretanto, Alex sostenía el dibujo que representaba a Mary Thompson, con aquel pelo rizado tan tupido y el trazo del rotulador que se salía de los contornos del cuerpo regordete. Junto a la mujer, un sofá y un cuadro con el suelo lunar en primer plano. El mismo que había visto en la casa de la niñera de Jenny.
—Lo que no consigo entender es por qué yo. ¿Qué soy? ¿Qué somos Jenny y yo?
—Alex, quizá no seas tú, quizá no seáis vosotros.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que no está claro que estéis solos. Quizás haya otras personas así. Es razonable suponer que no estáis solos. Becker es uno de vosotros.
Alex miró con ansiedad a su amigo mientras en la calle se oía un ruido creciente: bocinas, alaridos y sirenas, como una ola que estaba cubriendo la ciudad.
—Seguiré husmeando en estos papeles —dijo cogiendo más folios de la caja.
Alex extrajo una agenda con cubierta de piel lila. La abrió y reconoció de inmediato la caligrafía de su madre. Era su diario. Comenzó a hojearlo. Aparte de algunos apuntes sobre su nacimiento como el peso, las medidas y los momentos más importantes de sus primeros meses de vida, el diario estaba centrado en su enfermedad.
Su mirada se elevó hacia la ventana. La ciudad se había teñido de gris, una niebla densa cubría las calles como un espeso manto. Alex entrevió la silueta de una mujer en el edificio de enfrente, inclinada hacia delante mientras recogía la ropa tendida. Un acto cotidiano que le hizo pensar en el trastorno sufrido por su vida en la última semana, y en cómo las vidas de todos, quizá muy pronto, ya no serían las mismas.
—Esto parece interesante —comentó Marco, que ya estaba examinando otro material—. «He soñado que Jenny se marchará —empezó a leer de una hoja—, que me abandonará. Pero no es culpa suya. Algún día volveremos a encontrarnos…».
Alex no pudo creer lo que estaba escuchando. «Entonces ya ha ocurrido todo», pensó.
—Marco, ¿quién demonios era yo de pequeño?
—Eras una persona especial —respondió su amigo y volvió a hurgar entre los papeles. De pronto se detuvo, como alcanzado por una iluminación—. Quizá las infinitas dimensiones sean simultáneas —dijo entornando los ojos reflexivamente—. Como un CD.
—¿Qué tienen que ver ahora los CD?
—Existen teorías sobre el tema. Al principio, cuando empecé a interrogarme sobre el Multiverso, encontré una de ellas. Un CD tiene un principio y un fin, y si lo reproduces tiene una duración. Pero si lo quitas del lector, tienes todo su arco temporal entre las manos en un determinado momento. Quizá también los universos sean simult… —Se detuvo, con los ojos como platos.
—¿Qué pasa ahora?
—Mira aquí —dijo alargándole un folio a Alex.
Representaba a dos muchachos estilizados en una habitación. Uno estaba sentado en un sillón y debajo de él estaba escrito «Alex». El otro estaba en una silla con una gran rueda en primer plano, y «Marco» escrito al lado. La figura del sillón tenía en la mano un folio que en pequeño reproducía el mismo dibujo. En la esquina inferior derecha había una fecha: diciembre de 2014.
Alex se quedó petrificado, sin saber qué decir. Su mente se colapsó con la idea de que cualquier cosa que dijera ahora, con toda probabilidad ya la había dicho.
—¿Lo comprendes? —preguntó Marco, mientras el estruendo proveniente de la calle era sustituido por el fragor de una lluvia repentina sobre la ciudad.
—Claro. Estos somos nosotros. Nosotros… ¡ahora! ¡Yo dibujé esta escena hace diez años!
Alex se quedó con los ojos fijos en el dibujo profético y acto seguido sacudió la cabeza mirando el suelo. Marco comenzó a hojear rápidamente los demás dibujos. Entre aquellos papeles podía estar escrito su destino, y quizá no solo el suyo. Pocos instantes después se detuvo en un folio arrugado.
—No… esto no.
—¿Qué has encontrado? —preguntó Alex.
Marco se limitó a tenderle el dibujo para que lo viera por sí mismo. Cuando lo tuvo ante los ojos, palideció.
Sobre la derecha del folio, un círculo con siluetas marrones en el interior, rodeadas por vastas zonas azules. El trazo de pastel de punta gruesa se salía en varios puntos del contorno bien calcado. Parecía un planeta, posiblemente la Tierra.
Alex se fijó en la parte izquierda del folio.
Otro disco, este rojo encendido, con una estela para indicar la dirección hacia la cual apuntaba: derecho hacia la gran esfera azul.
Debajo, a la derecha, una fecha.
—Es la fecha de mañana —dijo Marco—. Y es la Tierra. Ya ha ocurrido y ocurrirá de nuevo.
—No puede ser, no lo creo. Es un error.
—Alex, ¡no es un error! —Marco volvió a coger los folios y se los enseñó uno a uno a su amigo—. Mira. Has dibujado las realidades paralelas en que te has encontrado en estos últimos días. Y luego el muelle, Mary Thompson…
—¿Estamos a punto de morir? —preguntó con un hilo de voz.
Marco lo miró a los ojos con una expresión repentinamente melancólica.
—Sí, creo que sí —admitió.
En ese instante, Alex fue asaltado por una imagen proyectada ante sus ojos. Lo vio como si el hombre estuviera allí, a pocos pasos de él, en la habitación, junto a Marco: el vidente malayo, sentado en aquel banquito y barajando las cartas indolentemente. Sus palabras le resonaron en el cráneo como campanas que tocaran a fiesta, mientras la penetrante mirada del malayo lo hipnotizaba.
«Todos nosotros en gran peligro… Tú importante».
—No puede ser —repitió Alex observando el dibujo caído en el suelo—. ¿Cómo es posible que alguien lo haya avistado? ¿Tú sabías algo?
—Un meteorito de pequeñas dimensiones puede ser avistado días antes del impacto, pero no causaría el fin del mundo que ha predicho Becker. Este es sin duda un gran asteroide.
—¿Y entonces? Entonces hay un error, este dibujo no es…
—Alex, un asteroide de grandes dimensiones puede ser avistado con mucha antelación. Pero… podría ser mantenido en secreto.
—¿Qué dices? ¿Todos vamos a morir y no nos dicen nada?
—Si han preparado una ciudad búnker, o algo por el estilo, no pueden permitirse que todo el planeta sea presa del pánico.
—Pero ¡en el mundo ya hay pánico, y cómo! Incluso sin saber nada respecto a este probable impacto…
—Claro. Saben que en nuestra época es difícil que una noticia de esta naturaleza no trascienda. Por eso, en los días anteriores a la catástrofe, nos han privado de todo medio de comunicación.
—Pero ¿quiénes? ¿De quién hablas?
—¡No sé quiénes son, Alex! Solo sé que internet no desaparece de un plumazo por casualidad. Está ocurriendo algo. Algunos podrán salvarse, seguro. Tú… Jenny y tú quizás estéis entre ellos. —Mientras lo decía, recordó las palabras del profesor: «Podrán salvarse, pero la muerte los alcanzará igualmente».
Alex abstrajo la mirada. Todo lo que había visto y vivido hasta aquel día estaba a punto de desaparecer. Marco dio un puñetazo sobre la mesa y añadió:
—Becker no es un chiflado. Todo cuadra. Y si llegando a Memoria podéis salvaros, hacedlo. Debes encontrar ese sitio.
—Ni siquiera sé por dónde empezar.
—Vuelve con Jenny. Lo que es seguro es que debéis encontrarlo juntos. No sé si alguien más podrá salvarse. Yo menos que nadie.
Alex siguió abstraído, pero finalmente no pudo contener las lágrimas. Se levantó, se inclinó y abrazó a su amigo.
—No pierdas las esperanzas.
—Alex, ¿no ves que soy una piltrafa? Soy incapaz de pasar a otra dimensión y tampoco veo el futuro. Soy un tío normal y moriré como todos.
Alex no supo qué decir. Su amigo tenía razón. Tal vez su propio destino no sería distinto, pero de momento tenía una posibilidad: volver junto a Jenny y encontrar Memoria, fuera lo que fuese.
—Te quiero, Marco, amigo. Quizá podrías…
El tullido sacudió la cabeza para hacerlo callar.
—Hazlo y no pierdas más tiempo. Es tu camino. Ve en busca de Jenny. Puedes atravesar las dimensiones. Quizás en su realidad no suceda nada de esto. Quizás este es el verdadero valor de tu don: poder escapar de aquí. En cualquier caso, yo estoy condenado. Vete, Alex. No hay tiempo que perder.
—No te dejaré solo. No puedo hacerlo.
—¡Vete ya, joder! No me hagas cabrear. ¡No quiero que nadie me compadezca!
Alex lo miró con lágrimas en los ojos.
—Adiós, amigo. Cualquier cosa que suceda mañana, tú nunca te irás de aquí —le dijo llevándose una mano al corazón.
Luego se volvió y se dirigió hacia la puerta del piso.
Marco lo vio alejarse. Los largos años de su amistad le pasaron rápidamente delante de los ojos, sacudiéndolo con la fuerza de un ciclón. Volvió a ver las risas frente a los videojuegos. Volvió a ver las noches pasadas leyendo historias de terror, iluminados solo por velas. Volvió a ver los abrazos y las lágrimas en el funeral de su abuela, con Alex a su lado, su único amigo. Siempre había sido así. Y ahora, aquel que era más que un hermano estaba marchándose para no regresar nunca.
—¡Espera! —gritó Marco justo cuando Alex cerraba la puerta a sus espaldas. En aquella palabra había un inesperado entusiasmo.
Alex se volvió sorprendido y entró de nuevo en el piso.
—¿Se te ha ocurrido algo?
Marco lo observaba con aire decidido y ojos radiantes.
—Me parece que por fin he entendido qué es Memoria.