—ESTOY aquí, Jenny —pensó Alex mientras el tren hacía su entrada en la estación.
—Estoy llegando… Tengo miedo de sentirme indispuesta, de no aguantar la emoción. ¿Puedes mirar a tu alrededor?
—Sí… Veo a la gente que baja del tren. Mi corazón está desbocado.
—También el mío. Acabo de bajar. Me encuentro a mitad del tren. ¡Ven a mi encuentro!
Alex avanzó unos metros, titubeante. Luego apretó el paso mientras sus ojos examinaban uno a uno todos los rostros que iban poblando el andén. Jenny hizo lo mismo. Se esforzó por borrar cualquier pensamiento y se concentró en la búsqueda de aquel rostro. La foto del equipo de baloncesto estaba impresa en su mente. Lo habría reconocido entre un millón de personas.
La imaginación de Alex voló por unos instantes al cuerpo desnudo de Jenny, tal como lo había sorprendido en su primer viaje mental desde el otro lado del Multiverso. Era una visión maravillosa, pero intentó desecharla.
De pronto, Jenny vislumbró aquel mechón rubio de Alex entre la multitud. Era el suyo, lo había soñado y visto muchas veces.
Estaba allí.
Los ojos del muchacho se encontraron con los suyos por primera vez. Se reconocieron a una decena de metros de distancia. Permanecieron unos instantes inmóviles, mirándose, sintiendo las ansiedades, los miedos y las dudas que los habían atormentado durante cuatro años, la emoción y la alegría de vivir el epílogo de una búsqueda aparentemente infinita.
Echaron a correr el uno hacia la otra, como si en el andén estuvieran solo ellos, como si no existiera nada más por lo que valiera la pena vivir. Ninguno de los dos quería ver desvanecerse la imagen de la persona a la que había buscado desde siempre, la persona por la cual había dudado de su propia salud mental, la causa o el efecto de algo desconocido.
—¡Alex! —gritó Jenny mientras estallaba en lágrimas y se arrojaba en brazos del muchacho. Un temblor la recorrió por entero en el momento del contacto entre ambos cuerpos.
—Jenny… —susurró Alex.
La apretó contra sí, las palabras se le atascaron en la garganta por la emoción. Sintió una especie de sacudida. Una llamarada de calor lo envolvió al acariciar el pelo de ella, lacio y suave, mientras la cabeza de Jenny se apoyaba en su hombro.
A continuación, todo pareció detenerse en torno a ellos.
El vaivén frenético de la estación se interrumpió repentinamente como si toda la gente hubiera olvidado su destino. Una muchacha dejó caer el bolso en el suelo y los miró como presa de un hechizo. Su abrazo parecía liberar una energía indefinible que envolvía a todas las personas que se encontraban en el andén. Una niña se acercó sonriente y tiró de la chaqueta de Alex.
—¿Quién eres? —le preguntó antes de que su madre alcanzara a reprenderla.
Nadie sabía qué estaba sucediendo, pero para todos estaba claro que algo había alterado el normal equilibrio de la realidad, justo en aquel lugar y momento.
Al estrecharse, Alex y Jenny liberaron una luz deslumbrante que se reflejó en el Triskell e irradió, iluminando y haciendo vibrar la realidad circundante. Abrazados en el núcleo de aquel estallido de luz, ambos jóvenes solo pudieron sentir la vibración que emanaban y que contagiaba a todos los presentes en el andén.
Muchos se llevaron las manos a la cara, como para protegerse los ojos. Otros permanecieron inmóviles, los ojos cerrados y los dientes apretados con cara de estupor. Todos olvidaron en un instante adonde se dirigían, por qué motivo se encontraban allí.
Alex y Jenny habían cruzado las fronteras espaciotemporales y estaban finalmente juntos.
Parecía un punto de llegada, pero era solo el principio.
—Dime que te funciona internet, por favor.
La voz de Marco traslucía preocupación. Estaba sentado en la silla de ruedas, con una lata de Coca-Cola en la mano, el móvil en la mesa de trabajo y el auricular bluetooth en el oído derecho. En el visor del móvil aparecía el nombre de su interlocutor: Ricky Horses. Dos años mayor que él, era también un hacker experto con el cual Marco había compartido gran parte de su experiencia informática. Se fiaban el uno del otro, desde los tiempos en que habían conseguido introducirse juntos en la red de datos de un importante administrador de telefonía móvil. Entre ellos tenían una especie de pacto tácito: yo no te hago jugarretas, tú no me las haces.
—No —respondió Ricky—. Desde esta mañana que lo intento. Y parece que no es un problema aislado.
—El número de la asistencia…
—… está colapsado, lo sé.
—Ricky, ¿por qué dices que no es un problema aislado?
—He estado en el banco y los terminales no estaban operativos. Y la filial está al otro lado de la ciudad respecto de mi casa, que es donde estoy ahora.
—Maldición… ¿qué demonios está sucediendo? —Marco permaneció con la mirada fija en el vacío mientras las palabras del profesor Becker le volvían a la cabeza: «El Multiverso está a punto de desaparecer. El día del final está cercano»—. Llámame en cuanto tengas noticias, ¿vale?
—Está bien, Marco. ¿Necesitas algo? En tu estado…
—… no necesito nada, gracias. Solo que funcione esta maldita red.
Alex y Jenny salieron de la estación y echaron a caminar a paso rápido, de la mano, como si fuera lo más natural del mundo. Para ambos aquel contacto significaba la certeza de que lo que estaban viviendo era real y no fruto de su imaginación. Más que cualquier palabra, más que cualquier posible explicación, eran sus dedos entrelazados los que se comunicaban entre sí.
De pronto, Alex se volvió hacia Jenny y la miró intensamente.
—He esperado mucho tiempo para poder mirarte a los ojos sin que tu imagen se me escapara, sin despertarme a continuación en mi mundo.
Jenny sonrió con los ojos relucientes. Le tocó la cara con la mano y siguió sus rasgos.
—Creía que estaba loca —dijo—. Ahora ni siquiera me importa. Si esto es lo que se siente al estar loco, me parece muy bien.
Ambos guardaron silencio unos segundos, mirándose intensamente. La ciudad en torno a ellos había recuperado su ritmo habitual, pero algo de aquel instante mágico de su primer contacto permanecía. Una atmósfera, una vibración que los mantenía unidos como si fueran una sola cosa, como si fueran el corazón de una dimensión que les pertenecía solo a ellos.
—No sé cómo será nuestra vida ahora… —reflexionó Alex—. No sé qué debemos esperar.
—No esperemos nada. Estamos juntos. Era todo lo que quería. El resto no me importa.
Alex sonrió, como para suscribir las palabras de Jenny. Le cogió la mano y, juntos, reanudaron su camino por un mismo mundo.
La sensación de atravesar una Milán alternativa era muy extraña. La mayoría de las calles parecían idénticas, mientras que frente a algunos edificios Alex se preguntaba si los había visto alguna vez en su mundo o si eran el resultado de un diverso curso de los acontecimientos.
—Pero tú hablas italiano. ¿Cómo es eso? —preguntó Alex mientras atravesaban un cruce.
—Mi madre nació y creció en Roma. Me habla en italiano desde que soy muy pequeña.
—¿Habías estado aquí antes de hoy?
—Pues no lo sé. No me acuerdo. Pero me parece que hablo contigo desde siempre.
—Es increíble, las calles son las mismas, pero ese edificio nunca lo había visto —dijo Alex observando un rascacielos a lo lejos. Tenía la forma de una C oblonga y ofrecía una atractiva extensión de vidrieras que reflejaban como un gigantesco espejo la escena circundante. Era mucho más alto que los edificios que Alex estaba habituado a ver en su Milán.
—¿Qué quieres decir? Es tu ciudad.
—No exactamente. Ahora debo explicarte todo. Te sonará absurdo, al principio tampoco yo quería creerlo.
—Para mí ya todo es bastante absurdo. He atravesado medio mundo para…
—Yo vivo en una dimensión paralela a esta.
Alex contó a Jenny lo que sabía del Multiverso gracias a las teorías de su amigo Marco y el profesor Becker. Se daba cuenta de que la muchacha podía tomarlo por loco, pero no tenía alternativa. Además, en las últimas veinticuatro horas había comenzado a no prestar atención a lo que hasta poco antes había sido la frontera entre normalidad y locura.
—Alex, ya me resulta difícil de aceptar… todo esto —Jenny extendió los brazos para abarcar la calle, los edificios, la realidad entera—. Pero lo que me dices no tiene ningún sentido para mí…
—Sé que parece absurdo, también para mí lo es. El punto es que este absurdo comienza a tener sentido, sobre todo dado que me ha traído hasta ti. Jenny. Creo que podemos viajar a través de las dimensiones del Multiverso. Creo que somos especiales y que en nuestra vida está escrito un destino diferente. Nuestra mente es la clave.
—Un momento. Repite la última frase.
—He dicho que nuestra mente es la clave.
Jenny ya había oído esas palabras. No recordaba dónde ni cuándo, pero formaban parte de su pasado. De golpe se acordó de cuando había despertado en lo que parecía el salón de su casa y una mujer que parecía su madre le había dicho que su padre había muerto. Luego recordó su clase con una profesora y compañeros desconocidos. Por último, volvió a ver las imágenes del sueño tenido en el avión, cuando se había encontrado en casa de sus abuelos, aún vivos. Habían sido experiencias tan vívidas como para no distinguir el sueño de la realidad. ¿Era de eso de lo que estaba hablando Alex?
—Sí —respondió él, que había captado la pregunta mental de Jenny.
Ella pareció asombrarse, pero al instante la claridad de los pensamientos de Alex, la certidumbre y la convicción del muchacho comenzaron a difundirse en su mente como una luz que se filtra a través de una ventana. Él se dio cuenta y prosiguió sin rodeos:
—Creo que queda poco tiempo. —Caminaban hacia Corso Venezia—. No sé decirte por qué, y tampoco es fácil explicar cómo he obtenido esta información, pero estamos en peligro.
Jenny lo miró preocupada.
—Entonces ¿quiénes somos? ¿Por qué nos está ocurriendo todo esto?
—No lo sé. Solo sé que debemos encontrar Memoria antes de que sea demasiado tarde… pero no tengo ni idea de qué es. Ni de dónde está.
—¿Memoria?
—Nunca has oído hablar de ese lugar, ¿verdad? —preguntó Alex.
Jenny se detuvo de pronto, soltando la mano del muchacho. Él se volvió y se miraron con ansiedad.
—Alex, esta situación empieza a intranquilizarme. Tengo miedo. Y no sé de qué demonios estás hablando. ¿Demasiado tarde para qué?
Él se acercó y le acarició el pelo, luego tendió los brazos para que ella le cogiera las manos.
—Jenny, tampoco yo lo sé, pero no podemos fingir que no pasa nada. ¿Has visto lo que ha sucedido en la estación?
—Sí —respondió ella, con los ojos brillantes, mientras observaba la expresión del muchacho con que siempre había soñado. Había dudado de su existencia, había creído que estaba loca. Él había seguido buscándola, y ahora le pedía un nuevo acto de confianza incondicional—. El tiempo parecía haberse detenido. Se creó algo… una energía.
—No estamos locos, aunque cualquiera podría tomarnos por tales si escuchase esta conversación. Es todo real.
—Pero si es verdad que vives en una dimensión alternativa… ¿cómo has llegado hasta aquí?
—Con la mente. No es el cuerpo lo que se desplaza. No puedo explicarlo… Es como cerrar los ojos en una dimensión para atravesar un paso entre dos mundos, una especie de torbellino, y despertarse en otra realidad. Cuando abres los ojos estás en tu alter ego. Eso es lo que he sentido. Me he despertado en un vestuario de mi instituto, aquí, en tu realidad. Quizá también tú puedas hacerlo…
Jenny volvió a ver el retrato de Connor, la clase con los compañeros desconocidos y la casa de sus abuelos, en una rápida secuencia.
—Quizá ya lo haya hecho —dijo.
Los jardines públicos de Porta Venezia estaban abiertos al público. Decidieron entrar. Una mujer con un abrigo de piel que sujetaba la correa de un caniche los miró. Los ojos de Jenny se fijaron en el paseo arbolado que se atisbaba en el corazón del parque. A la izquierda había una hilera de bancos, de los cuales un par libres. De la mano, se acercaron al primero y se sentaron.
Ambos percibían los pensamientos del otro, tal como había ocurrido en todos aquellos años de comunicación telepática. No era necesario pronunciar ninguna palabra, aunque para Alex era maravilloso oír finalmente en directo el sonido de la voz de Jenny, tan delicada y dulce.
—No tengo idea de qué significa, pero hoy me ha ocurrido algo extraño, como si leyera dentro de las personas… —dijo Alex dando voz a un pensamiento que remolineaba en medio del puente telepático que los unía.
—También a mí me ha sucedido. En el tren. Un niño me miró y fue como si me contara un recuerdo suyo.
—Te han aparecido imágenes en la cabeza, ¿verdad?
—Exacto. Como si fuera una escena de mi pasado, no del suyo.
—Es increíble, Marco me lo había dicho. Becker tenía razón… estamos desarrollando un poder.
—Pero esta Memoria de la que has hablado, admitiendo que exista… ni siquiera sabemos dónde empezar a buscarla, ¿correcto? Ni por qué ese hombre la llama así.
«Lo descubriremos», pensó Alex mientras cogía las manos de la muchacha. Jenny bajó la mirada y sonrió antes de llevar los brazos en torno al cuello de él. El muchacho se acercó más, buscando su mirada. Jenny levantó el rostro y lo miró fijamente. Fue un instante interminable, en el que Alex se sintió perdido.
En torno a ellos de pronto no existían calles, casas y ciudades. Solo estaba el vacío, y ellos en el centro. Los labios se acercaron, se rozaron, los dedos se entrelazaron. Alex y Jenny empezaron a besarse, mientras el aire gélido enrojecía las mejillas de ella y punzaba el rostro de él.
Sin interrumpir el beso, el muchacho rozó con la mano el cuello de Jenny y tocó la cadenita del Triskell. Alex abrió los ojos, miró el colgante mágico y recordó que el mismo símbolo pertenecía a la pequeña Jenny de su dimensión, muerta a la edad de seis años.
—Este colgante… —dijo al tiempo que recordaba la visión tenida en el salón de la casa de la anciana niñera— siempre lo has llevado, ¿verdad? Desde pequeña.
—Pertenecía a mi abuela, fue un regalo del abuelo. Cuando el otro día me dijiste que sabías del Triskell, entendí que no eras una alucinación.
—No lo soy… —Alex sonrió.
Jenny quedó encantada con aquel gesto de complicidad.
—Es tan bonito besarte… —dijo—. No sabes cuántas veces lo he soñado. No puedo creer que todo esto esté ocurriendo de verdad.
Alex sonrió, sacudió la cabeza y levantó la mirada.
—Nos estamos buscando desde siempre, Jenny —dijo antes de besarla otra vez.
Cuando ella abrió los ojos, con la cabeza apoyada en su hombro, entrevió una cola de personas que estaban entrando en una estructura en forma de cúpula cerca de allí.
—¿Adónde van? —preguntó.
Alex se volvió.
—Al Planetario.
Jenny sonrió.
—Las estrellas, ellas siempre me han guiado.
—Y a mí me han traído hasta ti —respondió Alex y se levantó.
—¿Qué haces? ¿Adónde vamos? —preguntó Jenny.
—A ver las estrellas, ¿no? —respondió él sonriendo y encaminándose hacia el Planetario.
En el vestíbulo, un letrero delante de la taquilla ponía:
DESTINO ESTRELLAS — PROYECTO ESCUELAS 2014
ENTRADA GRATUITA.
Debajo de la inscripción, una ampliación representaba la Vía Láctea cortando en diagonal la bóveda celeste.
Mientras las personas se repartían por el interior de la sala, Alex notó aquella habitual sensación de desconcierto, sin entender qué la había provocado. Jenny echó un vistazo a las filas de sillas rojas dispuestas en círculo para que cada espectador quedara de cara al palco del conferenciante, situado en el centro. Luego localizó dos que parecían más apartadas y cogió a Alex de la mano. La sala tenía capacidad para trescientas personas, pero aquel día había unas cuarenta. Jenny se sentó y miró al muchacho con ojos radiantes.
En la mezcla de emociones que aquella aventura les generaba, a Alex le pareció casi cómico comportarse como una persona normal. Con un brazo rodeó los hombros de Jenny cuando las luces se apagaron y dejaron al público contemplando la bóveda celeste encima de ellos.
El conferenciante se acomodó en su sitio y se colocó un diminuto micrófono en una solapa de la chaqueta.
Fue en aquel momento cuando Alex lo recordó todo.
—Ya hemos estado aquí… —dijo de repente. Cerró los ojos y rescató de un pasado lejano la escena que desde hacía unos minutos estaba produciéndole una secuencia de déjá vu. En aquel recuerdo estaban tanto él como Jenny, pero los contornos estaban difuminados, las personas parecían muy grandes y los miraban desde arriba. Las estrellas eran una miríada de destellos, mientras algunos niños hacían ruido en el lado opuesto de la sala y perturbaban las palabras del conferenciante. Las explicaciones del hombre eran difíciles de entender y los temas, aburridos.
Alex trató de orientarse en aquel recuerdo. Repentinamente era tan vívido y definido que podía analizarlo como una fotografía en un viejo álbum. Jenny le estrechaba la mano. Alex se volvió hacia ella y la vio mirando hacia arriba mientras decía:
—A esa la conozco, es Andrómeda. Mi padre me cuenta siempre la historia de las estrellas…
Alex trataba de vislumbrar sus rasgos, pero la oscuridad se lo impedía. Solo la bóveda celeste ofrecía un débil resplandor que caía sobre sus cabezas, pero bastaba para entender que tanto ella como Alex, aquel día, no tenían más de cuatro años: eran dos niños, de la mano, sentados en aquel mismo Planetario.
«Pero en otro rincón del Multiverso… —pensó Alex—. Estábamos en mi dimensión original. Y aquella era la Jenny que a los seis años…».
Se detuvo. Trató de borrarlo todo. La muchacha estaba junto a él y podía captar cada uno de sus pensamientos. No tenía ninguna intención de hacerle saber que, en la realidad de la que él provenía, ella había muerto diez años antes. «Piensa en otra cosa, vamos, piensa en otra cosa», se ordenó.
Afortunadamente, Jenny estaba observando las estrellas reproducidas en la cúpula y no se percató de nada, pero aquel esfuerzo provocó en Alex una repentina vibración que lo recorrió como un escalofrío. Su cabeza se ladeó mientras el cuerpo se mantenía rígido, como si se hubiera dormido repentinamente para eliminar sus recuerdos, para evitar compartirlos con Jenny.
La mente del muchacho fue absorbida de improviso en el remolino y atravesó un túnel de emociones, imágenes y sonidos indistintos. Lejos de Jenny, lejos de aquel mundo. Cuando salió del confuso calidoscopio, volvió a abrir los ojos y trató de enfocar de nuevo la realidad circundante. No necesitó más de un minuto. En su realidad originaria, había abandonado el cuerpo en aquella playa de Melbourne.
Pero ahora en torno a él no había arena ni océano.
«¿Dónde diablos he venido a parar?».