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TRAS cerrar la ventana de Skype, Marco cogió un bolígrafo de un bote —una lata de Sprite— y un montón de papel impreso de su mesa de trabajo. Eran los resultados obtenidos en el software de su invención. Prefería compulsarlos uno a uno sobre papel antes que agotarse la vista en el monitor.

Comenzó a descartar los que le parecían menos interesantes: intervenciones en blogs, frases en Facebook, mensajes de Twitter de todas partes del mundo. El software había enumerado, catalogado y traducido las correspondencias extranjeras relacionadas con las dimensiones paralelas y la teoría que Marco había explicado a Alex.

«Basura digna de Google, veamos los SMS», pensó mientras con el capuchón apretado entre los labios punteaba con el boli las distintas intervenciones. El examen de aquellos resultados podía hacerle perder todo el día, pero Marco había inventado aquel programa para encontrar contenidos privados, que una simple búsqueda online no habría podido descubrir.

No eran muchos los SMS que hablaban de Multiverso. La mayoría de estos concernía a teorías científicas aparecidas en alguna revista del sector. Nada interesante.

De pronto, un mensaje lo impresionó:

SÍ, LO CONOZCO. EL PROBLEMA ES QUE ESTE EBOOK ES INENCONTRABLE. YO LO DESCARGUÉ EL AÑO PASADO, LO LEÍ, PERO DESPUÉS DE UNA SEMANA YA NO CONSEGUÍ ABRIRLO. EL ARCHIVO ESTABA CORRUPTO Y YA NO HE VUELTO A ENCONTRARLO EN LA RED.

La mirada de Marco se iluminó.

«Veamos el SMS que precede a esta respuesta». Apoyó la pila de folios sobre la mesa y volvió al software con un rápido clic en el ratón.

Localizado el mensaje, abrió con el botón derecho una ventana y seleccionó «detalles». Los datos del destinatario estaban allí. Marco los copió y los pegó en el campo de búsqueda de su programa para ver si había alguna correspondencia, si el software conseguía descubrir también el mensaje anterior de la conversación.

—¡Sí! ¡Es este! —exclamó mientras lo leía.

El remitente coincidía. Y también el tema de la discusión.

SE LLAMA: THOMAS BECKER’S MULTIVERSUM (DIE REALITÁT, DIE UNS UMGIBT, IST NUR EINE DER UNENDLICHEN PARALLELEN DIMENSIONEN).

La traducción del subtítulo rezaba: «La realidad que nos rodea es solo una de las infinitas dimensiones paralelas».

—Bien, bien… —susurró mientras anotaba en un folio los dos números de móvil.

Escribió el primero en el teclado de Skype. No existía. Tachó el número y pasó al siguiente. El mismo resultado. Luego fue al portátil y abrió tres ventanas con sus correspondientes páginas de libros online.

—Joder, nada. Estará descatalogado —masculló mientras reabría su software.

Tecleó título y subtítulo del libro en un campo de búsqueda que indagaría a partir de los resultados obtenidos. Y luego no solo los SMS interceptados, sino también blogs, post en las redes sociales y sitios de internet.

Apareció una coincidencia: un blog titulado The_great_web_robbery. «El gran robo de la web, interesante…», pensó levantando las cejas. Al parecer, el blog citaba el libro de Thomas Becker. Pero apenas escribió la dirección en internet recibió un mensaje: «Este blog ha sido eliminado a causa de una violación del derecho de autor».

—¡Maldición! —exclamó llevándose las manos a la cabeza. Se quitó las gafas, las dejó sobre la mesa de trabajo y se masajeó la frente. Cerró los ojos para hacerlos descansar.

«El SMS hablaba de un ebook desaparecido de la red. Debo encontrar ese libro».

Cuando volvió a abrir los ojos, la pantalla del monitor estaba negra. Un par de toques sobre el ratón. La pantalla continuó negra. Pulsó la barra espaciadora en el teclado, en vano. Comprobó que todas las conexiones funcionaban. El piloto anaranjado estaba encendido y, por tanto, no podía ser un problema eléctrico.

De golpe en el monitor se abrió una ventana, abajo a la derecha. Un recuadro azul con un pequeño rectángulo blanco que relampagueaba en un ángulo.

«Pero ¿qué demonios…? ¿Por qué ha pasado a la modalidad DOS?».

Marco se quedó observando, estupefacto. Luego cogió el ratón y constató que estaba inutilizable. Iba a escribir algo en el teclado cuando el rectángulo empezó a moverse en la pantalla.

Se detuvo en el centro. Las letras comenzaron a tomar forma ante los ojos asombrados y, al mismo tiempo, espantados de Marco.

YO NO EXISTO.

La frase cambió de posición en la ventana y luego se multiplicó invadiendo cada ángulo del recuadro hasta que el procesador debajo de la mesa se apagó.

El PC se paró con un breve silbido.

—¡Hostia, un virus! —imprecó Marco.

«Alguien se ha metido en mi ordenador», pensó. Nunca le había ocurrido algo semejante. ¿Había entrado verdaderamente un virus en el sistema? Era difícil, dada la gama de antivirus actualizados de que disponía. Pero era posible, desde el momento en que los hacker de todo el mundo crean nuevos cada día y ni siquiera él podía estar a cubierto de un ataque imprevisto.

Intentó reiniciar el procesador, sin suerte. Desconectó y conectó la toma de corriente: sí, el PC estaba completamente averiado.

El Mac estaba aún encendido y al máximo de su luminosidad, como le gustaba a él. Sobre la izquierda, el Dell portátil estaba fijo en la página de Amazon donde minutos antes había buscado en el catálogo el texto de Thomas Becker.

Marco accionó el mando de la silla de ruedas y dio marcha atrás hasta el pasillo. Luego giró ciento ochenta grados y avanzó hacia la cocina.

Una vez allí, dio una palmada y las luces se encendieron. La mesa estaba desordenada. Un par de platos sucios, una botella de agua sin tapón, cubiertos dispersos, un vaso, servilletas usadas y migas por doquier.

Abrió una puerta del mueble y sacó un bote de café. Se acercó a los hornillos y cogió la cafetera para prepararla. Mientras lo hacía, se dijo: «Debe de ser un hacker. Uno mejor que yo. Será una broma. O un desafío».

Cuando volvió a la sala de monitores con la taza en una mano, fue derecho hacia el teclado del Mac. Abrió una página nueva y escribió «Thomas Becker» en el campo de búsqueda.

«Un músico… un campeón de piragüismo… no está», comprobó mientras sacudía la cabeza.

Un estrépito de bocinas rompió el silencio. Provenían de la calle a la que daba la sala. Marco levantó la mirada hacia el sonido. Por la ventana solo podía vislumbrar la fachada del edificio de enfrente, con las persianas de los apartamentos bajadas, algunas prendas tendidas en los balcones y numerosas antenas parabólicas.

Cogió la taza y se acabó el café. Luego volvió a la pantalla del Mac para continuar con la búsqueda.

—¡No! ¡Este no! —exclamó ante el monitor Apple de 24 pulgadas completamente negro.

Se quedó inmóvil, presa de la impotencia. Él, que habría podido escribir un manual de instrucciones para los ordenadores que tenía enfrente. Casi tenía miedo de que de un momento a otro apareciera nuevamente aquel recuadro azul.

No se equivocaba.

Cuando el pequeño rectángulo blanco empezó a relampaguear, Marco fue rápidamente al teclado. «Esta vez jugaré con ventaja, no dejaré que me den morcilla».

«¿Quién eres?», tecleó. El rectángulo volvió al principio y continuó relampagueando unos momentos. «¿Te has divertido lo suficiente con el DOS?», añadió.

La respuesta de su interlocutor virtual llegó seca y directa como una bofetada.

IMBÉCIL, HE ENTRADO EN TU MACINTOSH. NO ES POSIBLE ABRIR UNA VENTANA DE DOS EN EL MACINTOSH.

Marco se quedó en silencio. Con las manos paralizadas y los ojos clavados en la pantalla. Había cometido una ligereza digna de un principiante. Solo ahora lo entendía: la ventana abierta por el hacker era algo más inexplicable que una simple modalidad DOS.

—Este cabrón está controlando mis ordenadores desde el interior… —murmuró Marco mientras se mordisqueaba las uñas nerviosamente. Otra frase se compuso delante de sus ojos:

DIME POR QUÉ ESTÁS BUSCANDO INFORMACIONES SOBRE MÍ EN LA RED. ¿PARA QUIÉN TRABAJAS?

Marco respondió al instante:

PERO ¿TÚ QUIÉN ERES? ¿QUÉ DEMONIOS QUIERES DE MÍ?

Al igual que su misterioso interlocutor:

YO NO EXISTO. ESTÁS HABLANDO SOLO.

Marco no supo qué responder. Verdaderamente no conseguía entender en qué clase de absurda situación se había metido.

YO SOLO ESTABA BUSCANDO UN TEXTO. HE ESCRITO EL NOMBRE DEL AUTOR EN EL CAMPO DE BÚSQUEDA Y…

Marco sacudió la cabeza, a la espera de la respuesta, que llegó en el acto:

EL AUTOR QUE BUSCAS NO EXISTE.

Entonces preguntó:

¿ERES THOMAS BECKER?

El rectángulo blanco relampagueó unos segundos. Y también el Mac se detuvo del todo.