LENTAMENTE, Alex se dejó caer en el suelo. Las últimas palabras de Jenny siguieron resonando en su cabeza durante unos interminables segundos. «Exactamente donde dices que estás…».
Se llevó la mano a la sien derecha, donde sentía un dolor agudo y penetrante. Luego miró alrededor, confuso, guiñando los ojos a causa de la jaqueca.
El muelle estaba desierto en aquel momento. Al otro lado de la estructura, las olas comenzaban a encresparse a causa del viento, ahora más violento y frío.
—Esto no tiene sentido —dijo en voz alta. Lo repitió tres veces y añadió—: Me estoy volviendo loco. Es la única explicación. Estoy perdiendo la cabeza y no quiero reconocerlo.
Echó un vistazo a su mochila, abandonada en el suelo cerca de la barandilla. Alargó un brazo para acercarla y la abrió. Con una mano hurgó y sacó el móvil del bolsillo interior, lo encendió y seleccionó MARCO en la agenda.
Su amigo estaba despierto, como siempre, a pesar de que eran las tres y media de la madrugada. Frente a él, los tres ordenadores encendidos y la débil luz de una lámpara montada sobre la mesa de trabajo. Los neones azules sobre la pared estaban apagados para evitar que se sobrecalentaran.
—Perdóname, Marco. ¿Dormías? —El tono monocorde fue un libro abierto para su amigo.
—Qué va, estoy pirateando un sistema. He conseguido entrar en el banco de datos de una cadena de videojuegos y si tenemos suerte conseguiré hacerme enviar a casa el nuevo Call of Duty mañana. Gratis, naturalm…
—Jenny no está —lo interrumpió Alex—. Estoy en el sitio en que nos habíamos citado, pero ella no está.
—Quizá tuvo algún problema. A lo mejor está a punto de llegar.
—No, la cuestión es otra. Acabamos de hablarnos.
Marco empujó hacia atrás la silla de ruedas y se alejó de los ordenadores. Se detuvo cerca de una mesita sobre la que había dejado una botella de agua mineral. Bebió unos sorbos mientras procuraba entender qué quería decirle Alex.
—Hablado… ¿con la mente?
—Sí.
—¿Y qué ha dicho? ¿Te ha explicado por qué no está ahí?
—Exactamente lo contrario.
—No te sigo.
Alex miró alrededor, como temiendo que alguien lo oyera, pero solo estaban las olas que rompían bajo la estructura del muelle.
—Ella dice que está aquí, precisamente donde estoy en este momento.
Marco se quedó sin palabras. Desde la primera vez que Alex le había hablado de Jenny y aquellos extraños contactos no había dudado de su buena fe y, sobre todo, de la salud mental de su amigo. Estaba convencido de que los tornillos de Alex estaban todos en su sitio. Pero, entonces, ¿qué se escondía detrás de aquel fallido encuentro?
Ella estaba allí, o por lo menos le había dicho a Alex que estaba exactamente en el sitio en que lo había citado. Pero al parecer no había nadie, solo un muelle desierto.
—Alex, ¿te das cuenta de que lo que has dicho no tiene sentido?
—Por supuesto. Todo esto no tiene ningún sentido. ¡Me estoy volviendo loco! —Alex dio un puñetazo en el suelo.
—Escúchame. Intenta tranquilizarte. Debe de haber una explicación. Dame diez minutos. Necesito verificar algo. Te devuelvo la llamada.
—Vale —dijo Alex, desconsolado.
—No te alejes, quédate allí, ve a comer un bocata, échate en la playa, pero no tomes iniciativas hasta que yo te llame.
Alex guardó el móvil en el bolsillo, cogió la mochila y se dirigió a la escalinata que llevaba a la playa. Algunos chiquillos jugaban a la pelota a lo lejos. Un hombre con un perro recorría el rompiente a paso rápido. Entonces comprendió el significado de la frase leída en internet, cuando había tecleado el nombre del barrio y se había encontrado ante un Sitio de viajes que ponía: «La zona más tranquila de Melbourne, un oasis de relax».
Bufó y se recostó sobre la arena, con los ojos perdidos en el cielo azul y límpido. La jaqueca estaba pasando.
Entretanto, Marco había introducido una serie de palabras clave en Seeker y estaba esperando los resultados.
Seeker era un programa de su invención. Estaba destinado a convertirse en el software de búsqueda más extraordinario del mundo, lo repetía siempre. Lo habría podido vender a alguna gran compañía y habría obtenido un montón de pasta.
Lástima que, de momento, fuera completamente ilegal.
El algoritmo sobre el que se basaba Seeker hacía que su búsqueda atravesara varios niveles. Encontraba correspondencias en los foros, en los estados de Facebook, en los mensajes de Twitter, en los contenidos de MySpace y en todas las principales plataformas que utilizaban software para la interacción entre los usuarios. Todo ello era comparado con los resultados de los principales buscadores y las más fiables enciclopedias, además de archivos y bases de datos online. La idea básica de este software era entrelazar los contenidos on y off line, las experiencias no verificables con las informaciones seguras. Solo de este modo, según Marco, era posible sondear las infinitas posibilidades, llegar a hipótesis nuevas. Por tanto, el objetivo era formular hipótesis, no buscar respuestas preconcebidas. Pero había una «zona» de búsqueda, ciertamente la más interesante y la que podía proporcionar las informaciones más útiles, que no era exactamente respetuosa con la ley. Marco había conseguido entrar en los bancos de datos de los principales administradores de telefonía nacionales, y había creado un algoritmo que cribaba todos los SMS intercambiados por los usuarios, buscando correspondencias. Que reviente la privacidad, decía siempre él.
El procesador se puso a trabajar con los datos.
Después de menos de diez minutos la banda violeta que dominaba el centro de la imagen alcanzó el ciento por ciento y aparecieron los primeros resultados. La panorámica comenzó a llenarse de enlaces, listas bibliográficas, nombre de autores. Marco comprendió que necesitaba más tiempo para analizar y seleccionar todas aquellas informaciones. Había añadido algunos inputs posteriores para empezar a eliminar las correspondencias menos útiles.
Cogió el móvil y envió un SMS a su amigo:
HAY MATERIAL, TENGO QUE PENSAR. VE A PASEAR UN POCO, COME ALGO. HABLAMOS MÁS TARDE.
Alex leyó el mensaje y comprendió que no tenía alternativa. Ahora que la tensión se había aflojado un poco, se percató de que estaba hambriento. En un primer momento los acontecimientos le habían cerrado el estómago. Pero ya había pasado el mediodía y el consejo de su amigo le parecía razonable. Se encaminó por la Explanada en la dirección por la que había venido el taxi.
Pasó por delante de un par de bares. Luego divisó el letrero de un restaurante. Se llamaba Steak Mex y tenía todo el aire de ser un sitio donde se podía comer excelente carne a precios desorbitados. A pocos pasos, un puesto de pizzas al corte era más apropiado para su caso.
Se sentó en una mesita a la sombra y apoyó la mochila en una silla. Pidió una ración de pizza y una de croquetas. Mientras esperaba apoyó los codos sobre la mesa y se cogió la cabeza entre las manos, refugiándose en aquel rincón de soledad hasta la llegada del camarero.
Al otro lado del mundo, Marco imprimía página tras página, comprobaba parágrafos, procesaba nuevos datos en el ordenador, tomaba notas en un bloc de DIN A4 cuadriculadas. Sentía estar acercándose a una explicación, por más que fuera increíble, de lo ocurrido a Alex. Ya se había hecho una idea, solo le quedaban por verificar algunas informaciones. Todo ello podía no tener un fundamento verosímil, podía parecer surreal, por no decir paranormal, pero la pista llevaba en esa única dirección. Puesto que su amigo no sufría de problemas mentales, había una sola respuesta a todo aquello. Una respuesta que había nacido de una pregunta que Marco se había hecho años antes, el día del accidente en que sus padres habían perdido la vida.
La pantalla del móvil de Alex se iluminó cuando él estaba bebiendo un café aguado en un gran vaso de plástico.
—Tengo una pista. Supongo que te parecerá absurda. No te preocupes, aceptaré incluso una serie de insultos por tu parte. Pero si damos por cierto el hecho de que tú no sufres trastornos psíquicos, hay una sola solución al enigma. La única en que vale la pena concentrarse para avanzar.
—Te escucho.
—Se trata de algo que la ciencia aún no tiene demasiado claro.
—He recorrido medio mundo para hablar con una muchacha con la que me comunico con la mente… estoy abierto a todo.
—Dime cuándo empezaron los ataques.
—Hace cuatro años, ya lo sabes.
—Bien. Comenzaste a oír voces y ver imágenes. Todo era muy confuso, la comunicación con la chica era complicada y a menudo incomprensible. ¿Correcto?
—Sí.
—Con el tiempo, tanto tú como Jenny afinasteis la técnica para comunicaros, intercambiar informaciones, saber algo más el uno de la otra.
—¿Por qué me dices lo que ya sé?
—¡Escúchame! En los últimos meses las cosas han evolucionado. Conseguisteis comunicaros sin dolores ni desvanecimientos, sin ser víctimas de interferencias por parte de voces o imágenes ajenas a vuestra vida. En resumen, breves diálogos, cada vez más nítidos.
Alex recordó la primera vez que había conseguido no desvanecerse, cuando había oído la voz de Jenny en la biblioteca universitaria y le había parecido flotar en un limbo, mientras su cuerpo permanecía rígido y clavado en la silla.
—¿Adónde quieres llegar?
—Jenny te ha confirmado que existe citándote en un lugar del mundo que no conocías. Además, por lo que me contabas, también te había comunicado un dato que tú no podías saber…
—El nombre de un alcalde australiano.
—Bien. Por tanto, Jenny existe. Y vive donde dice vivir.
—¡Pero no estaba en el muelle! ¡Ha dicho que estaba allí, pero no había nadie!
—Alex… Jenny estaba en ese muelle.
Un chaval pasó a toda velocidad en un skateboard por delante del puesto, saltando el peldaño de la acera con un ágil brinco. Alex levantó la mochila y se acercó a la barra, luego extrajo la tarjeta de prepago y la entregó al barman sin siquiera mirar el precio en el visor de la caja.
—¿Sigues ahí? —preguntó Marco.
Alex saludó con un gesto de la cabeza y se alejó del puesto. Fue a apoyarse con los codos en el murete del paseo marítimo, observando las olas doradas del mar golpeado por el sol.
—Marco…, ¿qué demonios dices?
—Exactamente lo que he dicho. Que de ahora en adelante debemos ver las cosas de una manera diferente, amigo mío.
—Perdona mi ignorancia, pero, que yo sepa, si una persona está en un muelle frente a una farola y yo estoy en el mismo muelle frente a la misma jodida farola, ¡la veo!
Marco sonrió mientras rebuscaba entre las páginas de apuntes sobre la mesa. Los papeles se estaban acumulando y el teclado del Mac estaba sepultado bajo una pila de ellos. Más tarde lo ordenaría todo.
—Bien, te daré un pequeño ejemplo para que entiendas qué estoy diciendo.
—Dispara.
—Yo desde hace diez años no estoy paralizado de cintura para abajo por culpa de aquel accidente. El coche descendió por la ladera y se estrelló contra un árbol a poca velocidad, hundiendo solo el bloque del motor y dejando a mis padres vivos, y a tu amigo sano como un pez.
—¿Qué dices?
—Estoy planteando una hipótesis. ¿Puedes imaginarlo?
—Bien, sí… lo imagino. Ya me gustaría que fuera así. Por desgracia, es una fantasía.
—¿Estás de acuerdo conmigo en que hay acontecimientos precisos en la vida de cada uno que cambian para siempre su curso?
—Claro.
—Los hay más graves, como mi accidente, y otros que parecen insignificantes, pero no lo son en absoluto. Nada es insignificante. El concepto de gravedad es relativo. Para mí todo ha cambiado desde aquel día porque he perdido a mi familia y el uso de la mitad de mi cuerpo. Para el presidente de Estados Unidos es grave el estallido de un escándalo que frustra su reelección. Para cada uno de nosotros existen muchos diferentes momentos críticos.
Alex escuchaba con atención. Le vino a la memoria la «teoría de las líneas» que había supuesto mientras observaba a la gente en el Charles de Gaulle. Cada persona era una línea a recorrer. Según decía su amigo, el recorrido de Marco se había desviado bruscamente diez años antes como consecuencia del accidente. Todo lo que habría podido suceder en su vida había cambiado de rumbo por un trazado completamente distinto originado en aquella tragedia.
—Ahora intenta aceptar —continuó Marco— que hipotéticamente no quedé paralizado tras aquel accidente y mi familia no murió aplastada entre las chapas. ¿Dónde estaría ahora?
—No lo sé. En casa con tu familia, caminarías… ¿Por qué me haces estas preguntas?
—¿Y si ese escenario existiera?
—¿Qué quieres decir?
—En alguna parte yo estoy con mi familia, camino y corro, y tú probablemente no me conoces.
—¿En alguna parte, dónde?
Marco respiró hondo antes de plantear el tema central de su búsqueda.
—En un espacio-tiempo alternativo.
Alex se quedó unos segundos en silencio. En el horizonte una nave se estaba alejando y desaparecía poco a poco, como engullida por el océano. Alex la contempló hasta que el último puntito negro desapareció del todo.
—Marco, ¿qué tiene que ver ahora esta historia? ¿Qué demonios es un espacio-tiempo alternativo?
—Una realidad paralela. Un mundo exactamente idéntico al que vivimos, con una infinidad de cosas en común con este, pero donde hemos tomado… otros caminos.
Alex levantó la cabeza, observó el cielo y se detuvo un momento en la forma de una nube. Parecía el perfil de un viejo sabio, con una larga barba y un cigarrillo en la boca.
—Tanto tú como Jenny —continuó Marco— podrías haber hecho algo en el pasado. Pero también exactamente lo contrario… en un universo paralelo. Una dimensión en la cual existes tú, tal como existe ella, pero su vida ha cogido direcciones completamente diversas, y también la tuya.
—Marco, ¡no sé cómo se te ha podido ocurrir algo semejante! Y no sé cómo esta absurda teoría tuya puede ayudarme en este momento. ¡Yo hablo con Jenny en mi condenada cabeza, ese es el problema! El motivo es que estoy loco.
—¡Escúchame, Alex! Hace dos días emprendiste un viaje que debía conducirte hasta ella. Fue ella quien te dio las indicaciones, el lugar de la cita. Esta mañana ella estaba en el muelle, como tú. Tú estabas frente a esa farola y ella también. Pero en una dimensión paralela.
—Una dimensión paralela… Anda ya, Marco. Bonita historia, de verdad, esta vez te has superado. —El tono de Alex era sarcástico y resignado al mismo tiempo.
—¡No estoy inventando nada, amigo! —exclamó con creciente agitación—. Existe documentación científica, hay montones de libros e investigaciones sobre el tema. Son cosas que sigo desde hace años, desde el día del accidente, desde que me hice esta pregunta por primera vez.
—¿De qué pregunta hablas?
Marco permaneció en silencio unos segundos antes de responder. En su cabeza, miles de datos se acumulaban en busca de orden.
—¿Existe un mundo dónde nos hemos quedado en casa aquel día y hoy puedo caminar como una persona normal? ¿Un mundo dónde mis padres aún están vivos?
—¿Y has encontrado una respuesta?
—Sí, la he encontrado, ¡ya lo creo!
La voz de Marco temblaba. Su emoción era demasiado intensa. Nunca había confiado a nadie nada de eso. A nadie, ni siquiera a Alex, le había contado que había sido precisamente el accidente lo que lo había impulsado a realizar ese tipo de estudios.
—Es el Multiverso, Alex.