CUANDO la comunicación se interrumpió, Jenny estaba tumbada en su cama, en la oscuridad. Del piso de abajo subía un vocerío confuso. No se trataba de sus padres, sino de la televisión. Pasaba de la medianoche y el cielo de Melbourne se veía por la ventana del cuarto. Despejado, sin nubes, un manto negro embellecido por una miríada de puntitos luminosos. Desde aquel ángulo no se veía la luna. En cambio, el cinturón de Orión era muy visible, con las tres estrellas características alineadas.
—La más grande se llama Betelgeuse —le había explicado su padre años antes—. Y es enorme. ¡Su radio es mil veces el del Sol!
—¿Qué significa? —había preguntado ella, siempre curiosa.
—Que si sustituyéramos el Sol por Betelgeuse… ¡su perímetro rozaría la Tierra!
—Papá… pero cuando nosotros ya no estemos, como los abuelos, ¿iremos al universo?
—En cierto sentido, sí. Cuando observas las estrellas, puedes pensar que el abuelo y la abuela te miran desde allá arriba.
—¿Significa que aún están vivos?
Roger le había acariciado el rostro.
—Eso no es posible, tesoro.
—Pues yo creo que sí lo es, en alguna parte.
La muchacha se quitó una goma de la muñeca, se ató el pelo y respiró hondo. No hacía calor, pero a Jenny le agradaba dormir ligera de ropa. La camiseta sin mangas con la leyenda SURF-MANIA y las braguitas dejaban al descubierto unas piernas atléticas y una tersa piel dorada. En el cuello, como siempre, llevaba su colgante preferido, una cadenita que terminaba con el Triskell, un símbolo de origen celta formado por tres medialunas entrelazadas en una especie de remolino. En el centro del colgante, la letra V se fundía con el núcleo de la espiral. Se lo había regalado su abuela.
—Te protegerá —le había dicho al dárselo. El Triskell brillaba sobre su blanca palma.
—¿Qué significa la V? —había preguntado Jenny.
—Me lo regaló tu abuelo el día que pidió mi mano. Es un amuleto que contiene nuestra historia. Tu historia.
—¿Por qué la mía?
La abuela se había limitado a sonreír, estrechándole los hombros.
Jenny sacudió la cabeza al evocar aquel dulce recuerdo. Sus abuelos ya no estaban, pero no la habían dejado sola. Había quedado aquel símbolo que contaba el origen gaélico de su familia paterna. Solía apretarlo en la mano cuando tenía miedo o necesidad de fuerza y valor para afrontar un reto, fuera una competición de natación o un examen.
Volvió a pensar en Alex.
El ataque no se había producido durante el sueño, a pesar de la hora. Jenny estaba despierta en la oscuridad, pensando en la prueba que la esperaba el sábado siguiente y para la cual se había entrenado muy poco a causa del estudio. Tras el escalofrío, Jenny había experimentado una sensación de calor desconocida. Se sentía segura. Su cuerpo no respondía a las órdenes del cerebro, pero advertía la agradable sensación de flotar en un limbo, protegida y serena. Con los ojos cerrados, se había abandonado al encuentro. Como un sueño, pero tanto ella como Alex sabían que no lo era.
Por primera vez Jenny estaba segura. Siempre había tenido la duda de que todas aquellas voces e imágenes obedecieran a trastornos psíquicos, alguna extraña forma de esquizofrenia. Las búsquedas en internet, en foros y blogs, de alguna historia análoga a la suya, habían sido vanas. Al final había renunciado. Durante cuatro largos años había sospechado que Alex solo era una proyección mental y temido que no hubiera nadie al otro lado. Ahora, si bien no tenía pruebas científicas de la existencia del muchacho, su reciente comunicación no dejaba lugar a dudas. Alex le había hecho una pregunta precisa para comprobar, a su vez, que ella era una persona real. Y ella había respondido.
—Estás ahí —musitó. Sé que estás ahí.
Permaneció despierta largo rato, con un único pensamiento rondándola. Cualquier cosa que sucediera allí fuera, en el mundo, ya no tenía importancia respecto del acontecimiento sobrenatural protagonizado por Alex y ella. Un milagro que superaba cualquier fantasía humana.
Envuelta en el silencio de aquella noche de finales de octubre, Jenny ni siquiera lejanamente podía imaginar que el planeta estuviera a punto de ir al encuentro de un terrible destino, y que la clave de todo estaba custodiada en su cabeza.