A un Director que siempre se jactaba de la pureza, la iniciativa y la valentía de su periódico le apenaba observar que no conseguía suscriptores. Un día se le ocurrió dejar de decir que su periódico era puro y emprendedor y valiente y convertirlo en eso. «Si no son buenas cualidades —razonó—, es una tontería proclamarlas».
Con la nueva política consiguió tantos suscriptores que sus rivales se esforzaban por descubrir el secreto de su prosperidad, pero él se lo guardó, y al morir se lo llevó consigo a la tumba.