Un miembro de la Milicia del Estado se había instalado en una esquina de una calle, donde miraba a todos con fiero ceño, y las personas que pasaban por el lugar hacían un largo rodeo para evitarlo, pensando en los horrores de la guerra. En un momento, para causar aún más terror, el hombre echó a andar hacia la gente, pero se enredó las piernas en la espada y cayó sobre los campos de gloria, y entonces todos le pasaron por encima cantando las más dulces canciones.