Un Lobo, que al devorar a un hombre se había atragantado con un manojo de llaves, pidió a un Avestruz que le metiera la cabeza en la garganta y se las sacara. El Avestruz aceptó.
—Supongo —dijo el Lobo— que esperas un pago por tu servicio.
—Una buena acción —respondió el Avestruz— contiene su propia recompensa; me comí las llaves.