41. Celo desmedido

Un tigre antropófago asolaba el Reino de Damnasia, y el Rey, muy preocupado por las vidas y los cuerpos de sus reales súbditos, prometió entregar su hija Zodroulra al hombre que matara al animal. Después de varios días Camaraladín se presentó ante el Rey y reclamó su premio.

—Pero ¿dónde está el tigre? —preguntó el Rey.

—Que los asnos canten sobre la tumba de mi tío —respondió Camaraladín— si alguna vez tuve el atrevimiento de acercarme a una legua de ese tigre.

—¡Miserable! —gritó el Rey, desenfundando el quitapenas—. ¿Cómo te atreves a pedir la mano de mi hija si no has hecho nada para ganarla?

—Oh, Rey, tú eres más sabio que Solimán el Grande, y tu servidor no es mejor que el polvo de la tumba de tu perro, pero te equivocas. No maté al tigre, es verdad, ¡pero escucha! Te he traído la piel del hombre que acumuló cinco millones de piezas de oro y andaba en busca de más.

El Rey empuño el quitapenas, y mientras le rebanaba la cabeza a Camaraladín, dijo:

—Aprende, miserable, las consecuencias del celo desmedido. Si no hubieras molestado al millonario, él hubiera devorado al tigre.