Un Estadista Norteamericano que había retorcido la cola del León Británico hasta que le dolieron los brazos fue finalmente recompensado con un sonido agudo y áspero.
—Sabía que tarde o temprano cedería tu fortaleza —dijo el Estadista Norteamericano, encantado—; tu agonía confirma mi poder político.
—¡No existe tal agonía! —dijo el León Británico, bostezando—. La bisagra de mi cola necesita unas gotas de aceite, eso es todo.