Un Hermoso Anciano encontró a un Alumno de una Escuela Dominical y apoyó la mano tiernamente en la cabeza del joven, diciendo:
—Escucha, hijo, las palabras de los sabios, y sigue el consejo de los rectos.
—Muy bien —dijo el Alumno—; usted dirá.
—Bueno, en realidad yo nada tengo que ver con todo eso —dijo el Hermoso Anciano—. Sólo sigo una de las costumbres de la época. Soy pirata.
Y al levantar la mano de la cabeza del joven, este último notó que tenía la cabeza ensangrentada. Después el Hermoso Anciano se fue a instruir a otros jóvenes.