Un Predicador Ambulante, que durante horas había trabajado con ahínco en la viña de la virtud, susurró al oído de un Santo Diácono de la iglesia local:
——Hermano, estas gentes te conocen, y tu apoyo activo rendirá abundantes frutos. Pasa tú el plato, y te daré la cuarta parte.
Así lo hizo el Santo Diácono, y tras meterse el dinero en el bolsillo esperó a que se marcharan los feligreses y entonces le dio las buenas noches.
—¡Pero el dinero, hermano, el dinero que reuniste! —le recordó el Predicador Ambulante.
—No hay nada para ti —fue la respuesta—; el Adversario les ha endurecido el corazón y sólo han dado una cuarta parte.