—Hijo mío —dijo un anciano Padre a su fogoso y desobediente Hijo—, el mal carácter es tierra fértil para el remordimiento. Prométeme que la próxima vez que te enfurezcas contarás hasta cien antes de actuar o hablar.
Apenas el Hijo hubo terminado de hacer la promesa, recibió del bastón paterno un doloroso golpe, y cuando llevaba contado hasta setentay cinco tuvo la desdicha de ver cómo el viejo subía a un coche que había allí esperando y se alejaba a toda velocidad.