Mucho se ha escrito sobre la profunda fascinación que Stendhal sentía por Italia y sobre el modo en que se inspiró en la espléndida historia de este país para crear uno de los referentes culturales de su obra. La abadesa de Castro es un claro ejemplo.
Sabemos también que el autor leía con interés manuscritos antiguos, y que aprovechó su posición como cónsul de Francia en Civitavecchia para conseguir copias de documentos renacentistas que relataban sucesos reales acaecidos en aquella época. Él mismo alega que transcribe el relato a partir de dos manuscritos italianos. Sin embargo, se trata tan solo de un ejercicio metaliterario, del que Stendhal se sirve para crear tanto un argumento como un estilo de narración libremente inspirados en obras maestras del período, como el Decamerón de Boccaccio. En realidad, solo una parte del relato se basa en un manuscrito histórico (un documento de treinta y cuatro páginas que narra las relaciones entre una abadesa y un obispo). Aprovechando como desenlace este hecho, que ocupa tan solo el último capítulo y medio de su novela, Stendhal construye toda una épica sobre el amor, el orgullo y la sed de poder, a través de una serie de personajes profundamente humanos.
Asimismo, Henry Beyle se vale de otras dos técnicas para dotar de verosimilitud a su relato: a imagen del erudito que edita un antiguo documento, utiliza glosas y notas a pie de página (de hecho, y a no ser que se especifique lo contrario, se entenderá que las notas son de mano del autor); en segundo lugar, emplea con frecuencia términos italianos, supuestamente procedentes de los textos originales. Ahora bien, el lector podrá observar que, en los capítulos directamente inspirados en su fuente italiana, Stendhal utiliza esta lengua con propiedad mientras que, en el resto de la narración, encontramos algunas inexactitudes en la transcripción de los términos italianos. Es así, por ejemplo, en el caso del bosque de la Faggiola, y de los vocablos giacco, machia o zinzare, que debieran escribirse, respectivamente, como Faiola, giaco, macchia y zanzare.
Por nuestra parte, preferimos permanecer fieles al original y mantener la trascripción de Stendhal. Pues, como el lector comprobará, ello no resta riqueza a la Italia de La abadesa de Castro ni lucidez a las soberbias reflexiones de su autor.
LA TRADUCTORA