Prólogo del autor

Ésta es la historia de sesenta años de vida de un ser humano. La primera parte (El hijo de la sierva, Tiempo de fermentación, La habitación roja, El autor) fue escrita a los cuarenta. Entonces me creía a las puertas de la muerte y no le encontraba sentido a la existencia; me consideraba un ser innecesario y malogrado. Por aquella época sólo me alimentaba el desolado concepto del mundo que posee un hombre medio impío. No obstante, quería contemplar objetivamente mi situación, hacer un balance, librarme quizás de falsas acusaciones.

Mientras trabajaba iba descubriendo, sin embargo, un cierto plan y una cierta intención en mi heterogénea vida y, a la vez, recobraba el deseo de vivir, empujado, sobre todo, por la curiosidad de ver qué iba a pasar y qué final tendría destino semejante.

Vivía en tierra extraña, olvidado y olvidando, ocupado por completo en las ciencias naturales luego de abandonar la labor literaria, y entonces, durante 1896, me encontré en un período al que he llamado Infierno —el mismo título con el que fue publicado el libro que le dio un giro a mi vida. Leyendas (1898) prosigue la descripción de ese proceso de aniquilamiento por el que pasaba y que fue reemplazado por una etapa de febril producción de numerosos dramas, poemas y novelas.

En todos ellos encontramos diversos tipos de autores pero, en cualquier caso, cada uno es la expresión adecuada de su época, sus movimientos, contramovimientos y engaños. Tachar y corregir ahora lo que desapruebo y detesto sería falsificar lo escrito y por esta razón se publican los documentos originales casi tal como fueron creados.

Me he preguntado si sería correcto dejar salir este «fuego» otra vez, pero tras una madura reflexión he optado por la indiferencia: un hombre con conceptos morales claros y con profundo conocimiento de las ideas más elevadas no se deja engañar por sofismas y el que está al borde de la desesperación apenas puede encontrar algún apoyo en estas observaciones que, además, ya han sido refutadas.

Si el autor, en realidad, como lo ha creído algunas veces al experimentar con puntos de vista o al encarnarse en distintos personajes, ha entrado en contradicción consigo mismo o si una providencia ha experimentado con él, es algo que el lector informado debe deducir en el texto. Pues los libros han sido escritos con toda sinceridad; naturalmente, no por completo porque esto es imposible.

De todas maneras, aquí se confiesa lo que nadie ha exigido y se asume la culpa aunque tal vez ésta no sea tan grave puesto qué el autor fustiga hasta sus pensamientos más íntimos.

Bastante veraces son también las relaciones entre los personajes pero no pueden ser enteramente fieles. Cuando a esta edad recorro lo que escribí a los cuarenta años, algo me resulta desconocido, como si acaso no hubiese tenido lugar. Por tanto, he olvidado ciertos detalles de mi infancia durante los últimos años, pero estoy casi seguro de que a los cuarenta los recordaba. Y, además, una historia puede ser contada de muchas maneras, ilustrada desde muchos puntos de vista, coloreada o descoloreada.

Si el lector encuentra aquí alguna historia narrada de otra forma en otra de mis obras, debe recordar lo que ahora le indico.

Éste es el análisis de mi larga y cambiante vida, los ingredientes de mi labor literaria, la materia prima.

El que quiera ver el resultado deberá leer el Libro azul que es la síntesis de mi vida.

August Strindberg