No sólo hijo de Agar como Ismael, Johan —memoria en el laberinto infantil de su demiurgo— es también un «hombre feroz como el asno salvaje del desierto», un onagro. Así lo sugiere la referencia bíblica de la connotación decimonónica de Tjänstevqvinnasson, el título que Strindberg eligió para su «Historia de un alma (1849-1867)». Cabe señalar, desde luego, que la alusión no se extingue allí. Se sumerge en los entresijos del relato, deja huella, se integra en la peculiar visión de mundo del autor; pues, a pesar de su tormentoso peregrinaje vital, de su permanente contradicción, un trasfondo religioso signa su escritura. No en vano, casi un cuarto de siglo después —retomando nuestra alusión para revelar sus contornos— y en Stora Landvagen (El camino real) escribe: «Aquí yace Ismael, el hijo de la sierva». El hijo de la sierva: así hemos traducido el título intentando conservar su matriz original pese a otras posibilidades nominativas, quizás menos sugerentes, con las que se le suele reseñar en las enciclopedias literarias.
Es el necesario «hasta cierto punto» que recomienda Octavio Paz a traductores profanos y gentes del oficio. De allí que, en esta lectura, para guardar la máxima fidelidad al texto y, naturalmente, haciendo caso omiso, de las encontradas opiniones críticas sobre el descuidado estilo strindbergiano, lo artificioso de su frase o las limitaciones que impone su excesiva fidelidad al pasado, hayamos respetado los apenas reconocibles desacuerdos del punto de vista y, sobre todo, las abruptas irrupciones de algunos pasajes en presente. Estas últimas son más bien recursos de escritor y tienen una significación precisa: el apelar al uso del presente tan propio del teatro le confiere mayor intensidad a la acción, le permite impactar más al lector, asumir la infancia y la adolescencia —tan caras a los románticos— desde una innovadora perspectiva y, por tanto, examinarlas en toda su cruel desnudez. Tal vez así se le reste agilidad a la narración, tal vez se la torne en apariencia fragmentaria. Pero ¿acaso el estéril paisaje del alma de un condenado a muerte puede expresar impasiblemente su crucifixión? De eso se trata aquí; Kafka lo atestigua: «Me siento mejor porque he leído a Strindberg… No lo he leído por leerlo, sino por apretarme contra su pecho… Esa furia, esas páginas conseguidas a fuerza de puños».
Por otra parte, hemos añadido brevísimas notas cuando el relato lo exigía y donde lo creíamos imprescindible para facilitar su ubicación histórica. Asimismo, queremos agradecer las valiosas observaciones de Sanna Tórnqvist y su versión del Prólogo con el que Strindberg mismo acompañó su ciclo de novelas autobiográficas.
S. F. y W. F. T.