El problema de Dios

El otro problema es el problema de Dios. Hemos visto que la vida es una entidad ontológica primaria, o como yo digo, absoluta y auténtica. Hemos visto también que en ella, para la lógica parmenídica, hay un semillero de estructuras contradictorias. Pero esas estructuras contradictorias culminan en la contradicción entre el ser y la nada. Hemos visto que la vida, que es, que existe, mira de reojo hacia la nada. Esos dos pilares correlativos de la existencialidad total plantean empero la pregunta metafísica fundamental. En 1929, en la lección inaugural de su curso de filosofía en la Universidad de Friburgo (después de haber publicado varios años antes su gran libro Ser y tiempo) Heidegger, en ese discurso inaugural que lleva por titulo ¿Qué es Metafísica?, terminaba con esta pregunta, a saber: ¿por qué existe ente y no más bien nada? Cuatro años antes, en un trabajo periodístico –como muchos de él– publicado en Madrid, don José Ortega y Gasset usaba como título para ese trabajo esta frase: Dios a la vista, como cuando los navegantes, desde la proa del barco, anuncian tierra. «Dios a la vista». Pongan ustedes en relación esta frase de 1925 de don José Ortega y Gasset y esa frase final del discurso de Heidegger de 1929 sobre ¿Qué es Metafísica?, en donde se pregunta nada menos que esto: ¿por qué existe ente y no más bien nada? Si ponen ustedes en relación esas frases, verán cuán profundamente resurge en la metafísica actual la vieja pregunta de Dios. De modo que el viejo tema de la muerte, que ya está en Platón, y el viejo tema de Dios, que ya está en Aristóteles, resurgen de nuevo en la metafísica existencial de la vida; pero resurgen ahora con un cariz, un aspecto y unas condicionalidades completamente diferentes. Ahora entramos, por decirlo así, en la tercera navegación de la filosofía. La primera, que empezó con Parménides, terminó en la Edad Media con la plenitud magnífica de Santo Tomás de Aquino: es la metafísica del realismo la que se desenvuelve durante todo ese tiempo. La segunda navegación de la filosofía comienza en 1637 con la publicación del Discurso del Método, de Descartes. Toma vuelo la nave del idealismo y en tres siglos recorre y descubre los más magníficos continentes que la filosofía pudiera imaginar. Pero ahora ni el realismo ni el idealismo pueden dar una contestación satisfactoria a los problemas formidables, fundamentales, de la filosofía; porque nos hemos apercibido de que lo subrayado por el realismo y el idealismo son fragmentos de una sola entidad: aquél –el realismo– afirma el fragmento de las cosas que «están en» la vida; éste –el idealismo– el fragmento del yo, que también «está en» la vida. Pero ahora queremos una metafísica que se apoye, no en los fragmentos de un edificio, sino en la plenitud de su base: en la vida misma. Por eso digo que ahora comienza la tercera navegación de la filosofía., Nosotros probablemente quizá no la veamos cumplirse en estos años y sólo la contemplamos tomando rumbos y alejándose cada día más. Pero la proa de los barcos, como dice Ortega, camina hacia un continente en cuyo horizonte se dibuja el alto promontorio de la Divinidad.