Caracteres de la vida

El primer carácter que le encontramos a la vida es el de la ocupación. Vivir es ocuparse; vivir es hacer; vivir es practicar. La vida es una ocupación con las cosas; es decir, un manejo de las cosas; un quitar y poner cosas; un andar entre cosas; un hacer con las cosas esto y lo otro. Y entonces encontramos esta primera contradicción: que esos objetos reales –las cosas– son lo que son no en sí mismos sino en cuanto nosotros nos ocupamos con ellos. El ocuparnos con las cosas es lo que les confiere el carácter de cosas; porque llamamos precisamente cosas al término inmediato de nuestra acción. He aquí pues una primera sorprendente unión de términos heterogéneos. Resulta que el ocuparse con las cosas es lo que convierte eso que «hay» en cosas. Pero no estamos al cabo de las contradicciones. Si nos fijamos un instante en lo que es la ocupación con cosas, encontraremos esta otra sorpresa; que la ocupación con cosas no es propiamente ocupación, sino preocupación. Ocuparse, hacer algo, sigue inmediatamente al preocuparse, al ocuparse previamente con el futuro. Y es extraordinario que la vida comience por preocuparse para ocuparse; que la vida comience siendo una preocupación del futuro, que no existe, para luego acabar siendo una ocupación en el presente que existe. Esa preocupación, esa orientación hacia el futuro nos pone de manifiesto una nueva contradicción en la vida. La ocupación en que la vida consiste se deriva de una preocupación. Otra contradicción que tenemos. Pero las consecuencias de estas contradicciones fundamentales son también muy interesantes; porque si la vida es ocupación preocupativa, ocupación de una vida que está preocupada, entonces diremos que por esencia la vida es no-indiferencia. La vida no es indiferente; a la vida no le es indiferente ser o no ser; no le es indiferente ser esto o aquello. Las cosas reales, los objetos ideales– que son entes, pero no el ente absoluto y auténtico, que es la vida, sino entes secundarios, que están en la vida– son indiferentes. A la piedra no le importa ser o no ser; al triángulo rectángulo no le importa ser o no ser. Y son indiferentes no sólo en cuanto a su existencia o esencia. No sólo no les importa ser, sino que no les importa ser esto o lo otro. Pero la vida es justamente lo contrario; la vida es la no-indiferencia. O dicho de otro modo, el interés. A la vida le interesa: primero, ser y segundo ser esto o ser lo otro; le interesa existir y consistir. Dicho de otro modo quizá más claro. Piense cada uno en sí mismo. Vivir uno no es solamente existir (que ya le interesa a uno mucho); además, vivir es vivir de cierta manera. Y hay veces en la historia en que el interés por esa cierta manera de vivir es tan grande, que encontramos episodios históricos de pueblos, hombres, colectividades o individuos, que prefieren morir a vivir de otra manera que como quieren vivir. El poeta latino Juvenal lo expresaba diciendo a los patricios degenerados de su época que sacrificaban al amor de vivir las causas que hacen digno el vivir: «Et propter vitam, vivendi perdere causas.» Por consiguiente, henos aquí ante una nueva y fundamental contradicción: la contradicción entre el ser de la vida que es y el interés por ser. ¿Cómo puede tener interés por ser lo que ya es? Sin embargo, la vida es de tal índole y naturaleza que aun siendo o existiendo, siendo ella la existencia total, tiene sin embargo interés por existir, y por existir de tal o cual modo. No estamos todavía al cabo de las contradicciones. Hay otras. La vida nos presenta esta otra contradicción: que la vida nos es y no nos es dada. Nadie se da la vida a sí mismo. Nosotros nos encontramos en la vida; nuestro yo se encuentra en la vida. Cuando reflexionamos y nos decimos: yo vivo, no sabemos cómo vivimos, ni por qué ni quién nos ha dado la vida. Lo único que sabemos es que vivimos. Por consiguiente, en cierto respecto, la vida nos es dada. Pero esa misma vida que nos es dada la tenemos que hacer nosotros. Algo tenemos que hacer para vivir. Se nos ha dado la vida, pero tenemos para seguir viviendo que hacer algo; tenemos que ocupamos en algo; tenemos que desarrollar actividades para vivir. La vida que nos ha sido dada está sin embargo por hacer. La vida nos plantea de continuo problemas vitales para vivir, que hay que resolver. La vida hay que hacerla, y en castellano tenemos una palabra para designar eso: la vida es un «quehacer». Y aquí nos encontramos con una nueva contradicción: que la vida nos es dada y que sin embargo de sernos dada no nos es dada, puesto que tenemos que hacérnosla, y hacérnosla es precisamente vivir. Y llegamos a otra contradicción más todavía: en el magnífico y formidable problema que la filosofía, desde siglos, viene estudiando bajo el nombre de libertad y determinismo, son la libertad y el determinismo dos términos contrapuestos. O la voluntad es libre y puede hacer lo que quiera; o la voluntad está determinada por leyes y entonces lo que la voluntad resuelve hacer es ya un efecto de causas, y por lo tanto está íntegramente determinada, como la marcha de la bola de billar por la mesa está determinada mecánicamente por la cantidad de movimientos recibidos del taco y por el efecto y dirección que se le ha dado. Pues bien: si nosotros nos planteamos el problema de libertad o determinismo, en el caso de la vida, diremos que la vida, nosotros en nuestra vida somos libres; podemos hacer o no hacer; podemos hacer esto o lo otro; la vida puede hacer esto o lo otro. Pero tiene que hacer algo forzosamente para ser, tenemos que hacer; para vivir, tenemos que hacer nuestra vida. Es decir, para vivir libres, para vivir libremente, para ser libres viviendo, tenemos necesariamente que hacernos esa libertad, puesto que la vida es un quehacer. Es decir, que la libertad, en el seno de la vida, coexiste hermanada con la necesidad; es libertad necesaria. Otra contradicción más. ¿Cómo vamos a resolver estas contradicciones? No las podemos resolver; y no las podemos resolver porque son contradicciones cuando aplicamos a la realidad existencial, a la existencia total, a la vida, los conceptos estáticos y quietos que derivamos de las cosas secundarias en la lógica de Parménides.

Tenemos que tomar, pues, estas contradicciones como expresión del carácter óntico mismo de este objeto metafísico que es la vida. Esas que parecen contradicciones, parecen contradicciones a un intelecto cuya idea del ser está tomada del ser de esta lámpara. Pero un intelecto cuya idea del ser fuese extraída del ser de la vida, tendría conceptos capaces de hacer convivir sin contradicción lo que en nuestras torpes expresiones de lógica aristotélica llamamos contradicciones en la vida.