Estructura óntica de la vida

Vamos a intentar bosquejar hoy los problemas principales de una ontología fundamental de la vida, o sea de la existencia del ente auténtico y absoluto. La vida es el ente auténtico y absoluto, y vamos a intentar lo mismo que habíamos intentado en las lecciones anteriores. En ellas hemos descripto la estructura óntica de esos objetos que son las cosas reales, los objetos ideales y los valores. Ahora vamos a describir en lo posible la estructura óntica de la vida. Y como preliminar a esa descripción, tenemos que adelantar las observaciones siguientes. El ente auténtico y absoluto, que es la vida o la existencia, tiene, como han visto ustedes, una primacía sobre los demás entes: la primacía de ser auténtico y absoluto, mientras que los otros son entes «en» él, pero él no es ente en ninguna parte: es ente en sí mismo. Pues esa primacía que tiene la vida sobre los demás entes particulares se documenta en tres características de la vida, que son esenciales en su estructura ontológica: la primera es que ella es determinante; que ella es la raíz de todo ente y que por consiguiente no puede ser ella a su vez determinada, ni puede ser ella a su vez definida por definiciones extraídas de un ente particular. Este primer carácter le da primacía sobre cualquier otro ente. En segundo lugar, la vida contiene en sí misma la seguridad de la existencia, mientras que un ente cualquiera particular, que existe, no tiene en sí mismo la seguridad de que existe. Sólo la vida en la cual yo estoy, sabe por mí que existe; sólo la vida tiene seguridad de existir, y esa seguridad de existir hace que su existencia sea la existencia fundamental y primaria, mientras que las otras son siempre existencias secundarias y derivadas. y por último, la vida es el único ente que se interesa por mí y por cualquier ente derivado, mientras que los entes particulares no sienten interés ninguno por sí mismos. Una piedra es un ente, pero no sabe que lo es, ni se interesa por serio; mientras que la vida es un ente y sabe que lo es; es capaz de reflexividad y además se interesa por ser ente. O dicho de otro modo: la vida quiere vivir; la vida quiere ser vida; no quiere ser muerte: quiere ser vida. Ese interés del ente vital por su existencia, por su entidad vital, es característico de la vida como recipiente universal de los demás entes, que están en ella, los cuales, carecen de ese signo sustantivo que la vida tiene y que es el interés por sí misma. De modo que la vida es un ente que no sólo «es», sino que además refleja su propio ser, es el espejo de sí misma. La gran dificultad con que tropezamos, y a la cual aludía hace un momento, para describir adecuadamente estas sinuosidades en las estructuras íntimas de la vida –de la existencia en otra palabra– provienen de lo siguiente: que, como era históricamente necesario, la filosofía arranca de la intuición de un ente concreto y particular, de uno de esos entes que están «en» y que por consiguiente no son el ente absoluto y auténtico. La filosofía arranca con Parménides de la intuición de un ente particular y derivado; forja entonces sus conceptos lógicos, plegándose a la estructura de ese ente particular, y entonces estos conceptos del ente particular son conceptos de entes quietos, definitivos; de entes que «son ya» todo lo que tienen que ser; de entes en cuya entraña no existe el tiempo; de entes absolutamente estáticos, quietos, de lo que llamaríamos «entes-cosas». Dos características tiene todo ente-cosa: el «ser ya», o sea el ser sin tiempo, y la identidad. Y así, todos los conceptos lógicos, que desde Parménides maneja la ontología para reproducir o intentar reproducir la estructura de la realidad, son conceptos lógicos que contienen en su propio seno esas dos características: el «ya» definitivo, que excluye toda posibilidad de futuro, y la identidad que excluye toda posibilidad de variación. Ahora bien: si nosotros, con esos conceptos que desde Parménides hasta hoy dominan en la lógica, queremos apresar el ente absoluto de la existencia humana –la vida– nos encontramos con que esos conceptos no sirven, porque la vida es, no identidad, sino constante variabilidad, y porque la vida es justo lo contrario del «ya»; no es describible por medio del adverbio «ya», sino que es el nombre de lo que todavía no es. Por consiguiente, la estructura ontológica de la vida nos muestra un tipo ontológico para el cual no tenemos concepto. Y lo primero que tiene que hacer, o por lo menos lo que paralelamente a la metafísica de la existencia humana tiene que hacer una lógica existencial, es forjar esos nuevos conceptos. Ya Heidegger, e independientemente de él también Ortega, se quejan continuamente de que la metafísica del realismo y del idealismo, las dos, dominadas en el fondo por esa idea parmenídica del ser, reducen la vida al esquema quieto, definitivo, de sujeto u objeto. Pero la vida no es eso: ni sujeto ni objeto. La vida es sujeto y también objeto, y también es y no es; y hay en la vida una cantidad de variantes y de diversidades tan grande, que ningún concepto estático, quieto, ningún concepto ahistórico, antihistórico, será capaz de reproducirla. Por eso hacen falta conceptos flexibles, conceptos históricos, conceptos que permitan la variabilidad, la no identidad. Y existen esos conceptos en nuestra mente. Lo que pasa es que los lógicos no se han fijado nunca en ellos. Existen conceptos ocasionales, que lo que designan no es nada idéntico ni siempre igual a sí mismo, nada quieto y definitivo, sino que designan, lo que quiera que «haya» en la ocasión y el momento. Decimos: «algo», la palabra «algo», el pronombre indefinido «algo»; decimos también «ahora», el adverbio «ahora». Pues bien, el contenido real de esos conceptos puede ser variadísimo. «Ahora» es distinto en 1937 que en 1837; sin embargo con un mismo concepto designamos todas esas variaciones. He aquí pues un fondo de conceptos ocasionales, cuyo estudio en la lógica podría ser de gran fecundidad para estas necesidades nuevas en la metafísica existencial. Estos conceptos ocasionales no solamente no fijan el ser como a una mariposa en la colección del entomólogo; no fijan lo quieto en un ser «ya» y en un ser idéntico, sino por el contrario, nos invitan a pensar debajo de ellos cada vez un ser distinto, un ser cambiante. Por eso la descripción que vamos a hacer de la realidad ontológica vital va a ser difícil y alguna vez deberá tener aspectos más bien literarios o sugestivos; porque la verdad es que carecemos de los conceptos puros y apropiados para ello. Así van ustedes a ver que esta descripción de ese ente absoluto y auténtico, que es la vida, se caracteriza esencialmente por estar cuajada de arriba a abajo de contradicciones. La contradicción es el signo característico de la falta de lógica parmenídica. Y no tenemos más remedio que definir la vida por medio de una serie de contradicciones.