A este objeto metafísico –la vida– tiene que llegar la filosofía forzosamente, necesariamente, so pena de no ser filosofía, so pena de cercenar su problema y reducirlo a un tipo de ente, a los entes físicos, a los entes ideales, a los valores, y prescindir de ese otro ente absoluto y auténtico, que es la vida y sobre el cual derivativamente descansan los entes particulares y derivados. De modo que la filosofía tiene que ir a parar inevitablemente, por uno u otro rodeo, a una metafísica de la existencia, a una metafísica de la vida. Pero resulta que para llegar a esa metafísica de la existencia o metafísica de la vida, necesitamos una nueva lógica; porque los conceptos de que tradicionalmente viene haciendo uso la filosofía para definir el ente, son conceptos que se derivan, que se extraen de la contemplación de los entes inauténticos, de los entes derivados, de esos entes que están «en» el otro ente absoluto, en la existencia, que es la vida. Por consiguiente los conceptos lógicos formados por impregnación de esos entes inauténticos y derivados, ¿cómo van a valer para captar y apresar la peculiaridad ontológica de este ente absoluto, primario y auténtico? Y las poquísimas cabezas filosóficas del presente que, desde hace algunos años vienen pugnando por una metafísica que unos llaman existencial y otros de la vida (pero que es la misma, porque lo que los unos llaman existencia es exactamente lo mismo que lo que los otros llaman vida) las pocas cabezas que andan detrás de esa metafísica no tienen más remedio que sentirse cohibidas y exigir, pedir, demandar con ansia y con esfuerzo una lógica vital o existencial, una razón vital o existencial. Ya desde el año 1914, mi fraternal amigo don José Ortega Gasset, en sus Meditaciones del Quijote, pedía esa lógica vital, esa razón vital capaz de apresar el nuevo objeto, que la superación del idealismo y del realismo propone a la metafísica. No se trata aquí, por mi parte, de discutir una cuestión de prioridad o de no prioridad; pero es conveniente hacer notar y subrayar que la idea de una metafísica de la vida, o sea de una metafísica existencial, y la idea de una razón vital capaz de forjar los conceptos aptos para apresar las peculiaridades ontológicas de la vida o de la existencia, es una idea que ya en el año 1914, sus buenos diez años antes de la publicación del libro de Heidegger; había sido expresada de una manera clara y terminante por Ortega y Gasset en las Meditaciones del Quijote.