Vamos a tomar una clasificación que anda por ahí y que es probablemente la menos desacertada; provisionalmente, la más aceptable de todas, que es la clasificación de Scheler en su libro El formalismo en la ética y la ética material de los valores. Según esta clasificación, se podrían agrupar los valores en los siguientes grupos o clases: primero, valores útiles; por ejemplo, adecuado, inadecuado, conveniente, inconveniente. Luego, valores vitales; como por ejemplo fuerte, débil. Valores lógicos; como verdad, falsedad. Valores estéticos, como bello, feo, sublime, ridículo. Valores éticos, como justo, injusto, misericordioso, despiadado. Y por último, valores religiosos, como santo, profano. Pues bien; entre estas clases o grupos de valores, existe una jerarquía. ¿Qué quiere decir esta jerarquía? Quiere decir que los valores religiosos afírmanse superiores a los valores éticos; que los valores éticos afírmanse superiores a los valores estéticos; que los valores estéticos afírmanse superiores a los lógicos y que éstos a su vez se afirman superiores a los vitales, y éstos a su vez superiores a los útiles. Y este afirmarse superior ¿qué quiere decir? Pues quiere decir lo siguiente, y no más que lo siguiente: que si esquemáticamente señalamos un punto con el cero para designar el punto de indiferencia, los valores, siguiendo su polaridad, se agruparán a derecha o izquierda de este punto, en valores positivos o valores negativos y a más o menos distancia del cero. Unos valores, los útiles, se apartarán, se desviarán del punto de indiferencia poco; estarán próximos al punto de indiferencia. Otros valores, el grupo siguiente, los vitales, se apartarán del punto de indiferencia algo más. Es decir que, puestos a elegir entre sacrificar un valor útil o sacrificar un valor vital, sacrificaremos más gustosos el valor útil que el valor vital, porque la separación del punto de indiferencia en que se hallan los valores útiles está más próximo a la indiferencia. Nos importa menos tirar por la ventana un saco de patatas que sacrificar un valor vital, por ejemplo, un gesto gallardo. Pero estos valores vitales, a su vez, nos importan menos que los valores intelectuales. Es decir, que los valores intelectuales se apartan. del punto de indiferencia más y que son todavía menos indiferentes que los valores vitales, y así sucesivamente. Si nosotros tenemos que optar entre salvar la vida de un niño, que es una persona y por lo tanto contiene valores morales supremos, ó dejar que se queme un cuadro, preferiremos que se queme el cuadro. Esto es lo que quiere decir la jerarquía de los valores. En la cúspide de las jerarquías coloca Scheler los valores religiosos. ¿Qué quiere decir esto? Pues quiere decir que para quien no sea ciego a los valores religiosos (cosa que puede ocurrir), para quien tenga la intuición de los valores religiosos, éstos tienen jerarquía superior a todas las demás. Habrá quien no tenga la intuición de los valores estéticos y entonces preferirá salvar un libro de una biblioteca antes que un cuadro. De esta manera llegamos a esa última categoría estructural ontológica de la esfera de los valores: la jerarquía. Y ahora, para terminar, no me quedan sino dos observaciones de relativa importancia para dar por terminada esta recorrida por la esfera de los valores. La primera observación es la siguiente. Un estudio detenido, detallado, profundo de cada uno de estos grupos de valores, que hemos visto en la clasificación, puede y debe servir –aunque de esto no se den cuenta los escritores científicos– puede servir de base a un grupo o a una ciencia correspondiente a cada uno de esos valores. De modo que, por ejemplo, la teoría pura de los valores útiles constituye el fundamento de la economía, sépanlo o no los economistas. Si los economistas se dan cuenta de ello y estudian axiología antes de empezar propiamente su ciencia económica, y esclarecen sus conceptos del valor útil, entonces veremos cuánto mejor harán la ciencia económica. De modo que en el fondo de toda ciencia económica residen los valores útiles. Fuera pues bueno que ese fundamento estuviese esclarecido por un previo estudio o meditación acerca de la teoría pura de los valores útiles. Luego vienen los valores vitales. Pues bien, señores. ¿Qué es lo que echamos de menos desde hace tantos años en la ciencia contemporánea, sino un esclarecimiento exacto de los valores vitales que permitiera introducir por vez primera método y claridad científica en un gran número de problemas, que andan dispersos por diferentes disciplinas y que no se ha sabido cómo tratar? Sólo algunos espíritus curiosos y raros los han tratado. Por ejemplo: la moda, la indumentaria, la vestimenta, las formas de vida, las formas de trato social, los juegos, los deportes, las ceremonias sociales, etc. Todas esas cosas tienen que tener su esencia, su regularidad propia; y sin embargo hoy, o no están en absoluto estudiadas o lo están en libros curiosos o extraños como algunos ensayos de Simmel, o en notas al pie de las páginas. Y sin embargo constituyen todo un sistema de conceptos, cuya base está en un estudio detenido de los puros valores vitales. Lo demás, es bien evidente. Es bien evidente que el estudio detenido de los valores lógicos sirve de base a la lógica. Es evidente también que el estudio detenido de lo que son los valores estéticos, sirve de base a la estética. Es evidente asimismo que el estudio de los valores morales sirve de base a la ética. Y de esto no hay que quejarse, porque efectivamente en la filosofía contemporánea, la lógica, la estética, y la ética, tienen fundamento en una previa teoría de esos valores.
Del mismo modo la filosofía de la religión no puede fundarse sino en un estudio cuidadoso, detenido, de los valores religiosos. y hoy también ya empieza a haber en la literatura filosófica contemporánea una filosofía de la religión fundada en base a un previo estudio de los valores religiosos. Y les puedo citar a ustedes un nombre tanto más grato, cuanto que está por sus creencias religiosas muy próximo a nosotros –Gründler– que ha escrito un ensayo sobre Filosofía de la religión sobre la base fenomenológica, es decir, sobre un estudio de los valores religiosos. Esta es la primera observación. La segunda observación la están ustedes esperando, supongo que desde hace algún tiempo; porque terminábamos la conferencia del día anterior refutando enérgicamente a aquellos que acusan a la ontología contemporánea de partir en dos o en tres la unidad del ser. Recuerden ustedes que hubimos de hacemos cargo de estas críticas, según las cuales distinguir el ser en ser real, ser ideal, etcétera, es renunciar a la unidad del ser. Recuerden ustedes lo que hubimos de contestar a aquellas críticas. Hubimos de hacerles ver a aquellos críticos que en la serie de las categorías del ser real, la primera era el ser y en la serie de las categorías de lo ideal, también la primera era el ser, y que por lo tanto esa distinción o división no alcanzaba a la raíz ontológica del ser, sino a sus diversas modalidades. Ahora nos encontramos con esa misma crítica, cuando llegamos al campo de los valores; porque, se nos dice: ustedes dividen lo que hay, en dos esferas incomunicadas, las cosas que son, y los valores, que llegan ustedes a decir que no son, sino que valen. Pero es ingenua esta crítica. Ustedes mismos la tienen ya contestada. Precisamente porque los valores no son, es por lo que no atentan ni menoscaban en nada la unidad del ser. Puesto que no son, es decir, que valen, que son cualidades necesariamente de cosas, están necesariamente adheridas a las cosas. Representan lo que en la realidad hay de valer. No sólo no se menoscaba ni se parte en dos la realidad misma, sino que al contrario, se integra la realidad; se le da a la realidad eso: valer. No en cambio se la quita o se la divide. Precisamente porque los valores no son entes, sino que son cualidades de entes, su homogénea unión con la unidad total del ser no puede ser puesta en duda por nadie. Habría de ser puesta en duda, si nosotros quisiéramos dar a los valores una existencia, un ser propio, distinto del otro ser. Pero no hacemos tal, sino que por el contrario, consideramos que los valores no son, sino que representan simples cualidades valiosas, cualidades valentes, ¿de qué? Pues, de las cosas mismas. Ahí está la fusión completa, la unión perfecta con todo el resto de la realidad. Por lo demás, este problema de la unidad de lo real, es un problema al cual hoy, todavía, no puedo dar una contestación plenamente satisfactoria; por una razón: porque aún nos queda el último objeto. Nos queda por estudiar el último objeto de aquellos en que hemos dividido la ontología; y ese último objeto precisamente es el que tiene en su seno la raíz de la unidad del ser. Nos queda por estudiar la vida como objeto metafísico, como recipiente en donde hay todo eso que hemos enumerado: las cosas reales, los objetos ideales y los valores. Nos queda todavía la vida, como el recipiente metafísico, como el estar en el mundo. Esa unidad u objeto metafísico que es la vida, es lo que estudiaremos en la próxima lección; y en ella, entonces, encontraremos la raigambre más profunda de esa unidad del ser.