El no ser de los valores

Terminábamos la lección anterior, anunciando que hoy nos íbamos a ocupar de otra esfera ontológica, que ya señalamos en la primera de estas lecciones sobre ontología, y que es la esfera de los valores. Encontrábamos que en nuestra vida hay cosas reales, hay objetos ideales, y hay también valores. Ahora bien; ¿en qué sentido hay todo eso? ¿En qué sentido hay cosas reales, objetos ideales y valores? Las cosas reales y los objetos ideales los hay en mi vida, en nuestra vida, en el sentido de ser. Pero ahora debemos preguntamos en qué sentido hay valores en nuestra vida. Si volvemos a la consideración existencial primaria que nos sirvió de punto de partida, o sea nosotros viviendo, encontramos que las cosas de que se compone el mundo, en el cual estamos, no son indiferentes, sino que esas cosas tienen todas ellas un acento peculiar, que las hace ser mejores o peores, buenas o malas, bellas o feas, santas o profanas. Por consiguiente, el mundo en el cual estamos, no es indiferente. La no-indiferencia del mundo, y de cada una de las cosas que constituyen el mundo, ¿en qué consiste? Consiste en que no hay cosa alguna ante la cual no adoptemos una posición positiva o negativa, una posición de preferencia. Por consiguiente, objetivamente visto, visto desde el lado del objeto, no hay cosa alguna que no tenga un valor. Unas serán buenas, otras malas; unas útiles, otras perjudiciales; pero ninguna absolutamente indiferente. Ahora bien; cuando de una cosa enunciamos que es buena, mala, bella, fea, santa o profana ¿qué es lo que enunciamos de ella?. La filosofía actual emplea muchas veces la distinción entre juicios de existencia y juicios de valor esta es una distinción frecuente en la filosofía; y así los juicios de existencia serán aquellos juicios que de una cosa enuncian lo que esa cosa es, enuncian propiedades, atributos, predicados de esa cosa, que pertenecen al ser de ella, tanto desde el punto de vista de la existencia de ella como ente, como desde el punto de vista de la esencia que la define. Frente a estos juicios de existencia la filosofía contemporánea pone o contrapone los juicios de valor. Los juicios de valor enuncian acerca de una cosa algo, que no añade ni quita nada al caudal existencial y esencial de la cosa. Enuncian algo que no roza para nada ni con el ser en cuanto existencia, ni con el ser en cuanto. esencia de la cosa. Si decimos, por ejemplo, que una acción es justa o injusta, lo significado por nosotros en el término justo o injusto, no roza para nada a la realidad de la acción, ni en cuanto efectiva, existencial acción, ni en cuanto a los elementos, que integran su esencia. Entonces, de aquí se han podido sacar dos consecuencias. La primera consecuencia es la siguiente: los valores no son cosas ni elementos de las cosas. Y de esta consecuencia primera, se ha sacado esta otra segunda consecuencia: puesto que los valores no son cosas, ni elementos de las cosas, entonces los valores son impresiones subjetivas de agrado o desagrado, que las cosas nos producen a nosotros y que nosotros proyectamos sobre las cosas. Se ha acudido entonces al mecanismo de la proyección sentimental; se ha acudido al mecanismo de una objetivación, y se ha dicho: esas impresiones gratas o ingratas, que las cosas nos producen, nosotros las arrancamos de nuestro yo subjetivo y las proyectamos y objetivamos en las cosas mismas y decimos que las cosas mismas son buenas o malas, o santas o profanas. Pero si consideramos atentamente esta consecuencia que se ha extraído; tendremos que llegar a la conclusión de que es errónea, de que no es verdadera. Supone esta teoría que los valores son impresiones subjetivas de agrado o desagrado; pero no se da cuenta esta teoría de que el agrado o desagrado subjetivo no es de hecho ni puede ser de derecho jamás criterio del valor. El criterio del valor no consiste en el agrado o desagrado, que nos produzcan las cosas, sino en algo completamente distinto; porque una cosa puede producirnos agrado y sin embargo ser por nosotros considerada como mala; y puede producirnos desagrado, y ser por nosotros considerada como buena. No otro es el sentido contenido dentro del concepto del pecado. El pecado es grato, pero malo. No otro es el sentido contenido en el concepto el «camino abrupto de la virtud». La virtud es difícil de practicar, desagradable de practicar, y sin embargo la reputamos buena. Como dice el poeta latino: «Video meliora proboque, deteriora sequor». «Veo lo mejor, y lo aplaudo, y practico lo peor». Por consiguiente, la serie de las impresiones subjetivas de agrado o desagrado no coincide ni de hecho ni de derecho, con las determinaciones objetivas del valor y del no valor. Este argumento me parece decisivo. Pero si fuera poco, podrían añadirse algunos más, entre otros, el siguiente: acerca de los valores, hay discusión posible; acerca del agrado o desagrado subjetivo, no hay discusión posible. Si yo digo que este cuadro me es molesto y doloroso, nadie puede negarlo, ya que nadie puede comprobar si el sentimiento subjetivo que el cuadro me produce, es como yo digo o no, que enuncio algo cuya existencia en realidad es íntima y subjetiva en mi yo. Pero si yo afirmo que el cuadro es bello o feo, de esto se discute; y se discute lo mismo que se discute acerca de una tesis científica; y los hombres pueden llegar a convencerse unos a otros que el cuadro es bello o feo, no ciertamente por razones o argumentos como en las tesis científicas, sino por mostración de valores. No se le puede demostrar a nadie que el cuadro es bello, como se demuestra que la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos rectos; pero se le puede mostrar la belleza; se le puede descorrer el velo que cubre para él la intuición de esa belleza; se le puede hacer ver la belleza que él no ha visto; señalándosela, diciéndole: vea usted, mire usted; –que es la única manera de hacer cuando se trata de estos objetos.