Un cierto número de filósofos censuran gravemente este tipo de ontología, que está en formación en la filosofía actual. Está sin acabar. Es el conjunto de los problemas en que trabajan actualmente los filósofos. y censuran este intento y la idea misma de «categorías regionales» y de «estructuras regionales del ser». La censuran acusándola de que divide y parte en dos, o en tres, o en cuatro, la fundamental unidad del ser. Dicen: esa ontología es una ontología dualista o pluralista; toma el ser y lo parte en dos; por un lado, las que se llaman cosas reales y, por otro lado, los objetos ideales. Pero esto no es así; tiene que haber una unidad del ser. Esta censura es completamente injusta; esta crítica es completamente infundada. Los que esto dicen no tienen la menor razón; y, sobre todo, no se han enterado de lo que la novísima ontología se propone y pretende: ¿Cómo puede decirse que nuestra ontología destruye la unidad del ser, cuando, por el contrario, acabamos de ver que lo primero que hemos hecho ha sido, al enumerar las categorías estructurales y ónticas de cada una de estas dos regiones, empezar por la misma, el ser? De modo que encontramos la misma categoría, el ser, como primera categoría de los objetos reales y como primera categoría de los objetos ideales. Lo que distingue a unos de otros no es pues que unos sean u otros no sean; los dos son: ahí está la unidad del ser. Pero unos son reales y otros son ideales. ¿O es que pretenden acaso estos filósofos monistas e identificistas que no haya más que un solo modo de ser? Pero entonces volveríamos a recaer infaliblemente en todas las complicaciones absurdas del realismo y del idealismo. Volveríamos infaliblemente a caer en la substancia, o bien en las categorías ontológicas, en las formas del espacio y tiempo kantianas, etc., etc., irremediablemente. Porque la única unidad no puede ser una unidad de identidad, sino que tiene que ser una unidad de conexión, de compenetración, que permita la diversidad; porque el ser es, pero es al mismo tiempo diverso. Pero no sólo hemos visto que en nuestra enumeración de las categorías, en las dos regiones, la primera de las categorías en ambas regiones ha sido el ser, sino que además hemos visto que nuestra llegada a la región de los objetos ideales, ha acontecido porque a ella nos ha llevado la profundización en la capa de los objetos reales. Cuando hemos descrito las capas sucesivas del mundo de los objetos reales, hemos pasado de las cosas con que vivimos y que manejamos, que tenemos a mano, a convertirlas en problemas. ¿Qué es esto? El problema era el anuncio de que había una esencia por descubrir ahí detrás. La ciencia viene luego a descubrir esa esencia; y cuando la ciencia ha descubierto esa esencia, esa esencia que tiene ¿qué es? Pues, eso es objeto ideal. Como hemos sido conducidos a la segunda región por la simple penetración en la profundidad, dentro de la primera, hemos penetrado profundamente en la primera y sin solución de continuidad nos hemos encontrado ya en la segunda. Esto quiere decir que entre las dos regiones hay una homogeneidad. Ese algo de lo que habían visto ya, vislumbrado, algunos escolásticos cuando hablaban del «ente»; de que el término ser no es como un género que tenga especies, sino que cada una de las especies del ser no está incluida en el ser como la especie en el género sino por analogía entitativa. El único momento un poco difícil, o dramático, va a ser cuando lleguemos a los valores, a esa región ontológica que llamamos valores. Porque ahí vamos a tropezar con una estructura óntica tan particular, que es la estructura óntica en donde la categoría de ser no se da. Los valores no son. De modo que esa categoría estructural del ser, que es la primera que hemos enumerado para los objetos reales y para los objetos ideales, vamos a tener que negarla a los valores. Y quizá sea aquí, donde nuestros adversarios los monistas o identidistas triunfen y digan: ¡Qué error! ¡De modo que ustedes admiten que hay el «no ser»! Pero entonces sabremos también qué contestarles.