En nuestra primera visión de conjunto sobre el campo todo de la objetividad, hemos encontrado cuatro regiones en que la totalidad de los objetos puede dividirse. En una primera región hemos colocado las cosas reales; en una segunda región hemos puesto los objetos. ideales; en la tercera, los valores; y en la cuarta región los objetos metafísicos, de los cuales por lo menos uno, la vida, está inmediatamente en nuestro propio poder y a nuestro alcance. Esas cuatro esferas de objetos son intuídas inmediatamente por nosotros. Inmediatamente nos ponemos en relación con las cosas; también de un modo inmediato, con los objetos ideales, como la igualdad o el círculo; también de un modo inmediato con los valores. Y con el objeto fundamental de la metafísica, que es la vida, nuestra vida, también estamos en un contacto inmediato, puesto que la vida nos comprende a nosotros mismos en el mundo. Así, esta inmediatez de nuestra relación con los objetos nos permite fácilmente descubrir, en una primera visión, que entre estas cuatro clases de objetividad existe una diferencia notoria. No es lo mismo ser cosa, que ser objeto ideal; no es lo mismo ser objeto ideal o ser cosa que ser valor. Y cuando nos referimos directamente a la vida, también advertimos en esta referencia directa e inmediata, que se trata de un objeto de calidad completamente diferente a la de los anteriores. No podremos por ahora, así, de pronto, determinar por medio de conceptos lo que hay de peculiar en cada una de estas esferas de objetividad; no podremos en nuestra intuición directa de cada uno de estos grupos de objetividad, encontrar, sin reflexión previa, la característica diferencial de cada uno de los grupos. Pero inmediatamente notamos que son en su raíz misma, distintos. Así como intuímos directamente que entre este pisapapeles y esta lámpara, desde el punto de vista del ser no hay una diferencia radical, intuímos también inmediatamente que entre esta hoja de papel y la raíz cuadrada de tres hay, desde el punto de vista del ser, una diferencia radical. Por consiguiente, se nos presenta ahora el problema de intentar determinar, conceptualmente, por medio de conceptos, de nociones, de pensamientos, en qué consisten las diferencias radicales entre esas cuatro modalidades de la objetividad. Sospechamos pues, con sólo la intuición de ellas, que cada una tiene su estructura propia; que cada región del ser, cada región de la objetividad tiene su propia forma. Y el problema ontológico que se nos plantea en seguida, es el de descubrir y definir, en cuanto sea posible, esas características propias de cada región ontológica; que tiene que haberlas, puesto que intuitivamente distinguimos entre los objetos de la una y los objetos de la otra. Y bien, llamaremos categorías ónticas a esas estructuras propias de cada región del ser; a esas estructuras que sellan con un tipo característico, con un modo característico del ser, a cada una de estas regiones ontológicas. Les daremos el nombre de categorías, porque con este nombre resucitamos el sentido que su autor, Aristóteles, les dio primitivamente. Para Aristóteles las categorías eran, en efecto, los. estratos elementales y primarios de todo ser. Las llamaremos ónticas para subrayar que estas categorías son las estructuras mismas de las regiones objetivas. La palabra «categoría» ha sido otra vez usada por Kant; pero en un sentido completamente distinto del de Aristóteles. Kant usa el término de categoría para designar, no la estructura del ser mismo, sino aquellas condiciones que convierten el conjunto de los datos de las sensaciones en objeto del conocimiento, aquellas condiciones que el objeto recibe cuando es pensado como objeto de conocimiento. Por consiguiente, ya en Kant las categorías no son propiamente ónticas, sino más bien ontológicas. La diferencia que debe establecerse entre estos dos términos es la de que empleamos el término «óntico» para designar aquellas propiedades características, estructuras y formas que son de los objetos en cuanto objetos. En cambio empleamos el término de la objetividad ontológica para designar aquellas formas, estructuras o modalidades, que convienen a los objetos, en cuanto que han sido incorporados a una teoría científica o filosófica. El objeto, en cuanto objeto, tiene su estructura propia. A esa la llamamos óntica. Pero luego, el objeto es elaborado de una cierta manera, por el esfuerzo del conocimiento; es elaborado por la filosofía, por la psicología, por las ciencias particulares; y esa elaboración hace sufrir al objeto algunas modificaciones, y las modificaciones que el objeto sufre, por el hecho de ingresar en la relación específica del conocimiento, esas modificaciones son las que llamaremos ontológicas. Mas, por debajo de las modificaciones ontológicas perduran siempre las estructuras ónticas; porque éstas no pueden ser modificadas ni transformadas por el hecho de que el objeto entre a formar en la relación de conocimiento. Kant ve muy bien que el objeto, al entrar en la relación de conocimiento, tiene que sufrir modificaciones por el hecho de ingresar en esa relación; y a ellas las llama categorías. Pero el error de Kant, como el error del idealismo en general, es creer que el objeto no es objeto más que en tanto en cuanto ingresa en la relación de conocimiento. Como si el hombre no tuviese una relación con objetos, distinta, anterior y más profunda que la relación de conocimiento. El hombre trata con los objetos, trata con las cosas, las tiene, las desea, las rechaza, las maneja, las manipula, independientemente de conocerlas; antes de conocerlas; después de haberlas conocido. La relación de conocimiento es sólo una de las muchas relaciones en que el hombre puede entrar con el mundo. Pero el idealismo es una filosofía, que debuta desde un principio con la condicionalidad histórica de buscar un conocimiento indubitable; el idealismo debuta con la condicionalidad histórica de iniciarse en una teoría del conocimiento; por eso sienta un principio indiscutible, que ha estado valiendo durante tres siglos, y es que la única relación entre el hombre y las cosas es la relación de conocimiento. Tanto el idealismo como el realismo adoptan, pues, un punto de vista parcial y limitado en el conjunto total del ser y de la realidad. Ese punto de vista parcial es el que debemos superar en la metafísica actual, en la ontología actual; y por eso hemos de colocarnos ingenuamente ante las diversas regiones del ser, e intentar fijar, con la mayor precisión, las estructuras ónticas de cada una de estas regiones. Por otra parte, este intento o ensayo de determinar las estructuras ónticas, esas estructuras que llamamos categorías, tiene otra consecuencia de una importancia fundamental. Cuando hayamos visto cuáles son las categorías estructurales propias de cada región de la objetividad, entonces advertiremos que esas estructuras pertenecen a los objetos mismos, al grupo de los objetos mismos; que imponen sus características a los métodos que el hombre, como sujeto cognoscente, haya de emplear para tomar conocimiento de esos objetos. Y llegaremos a la conclusión fácilmente de que cada región ontológica tiene sus características ónticas propias; y que si la inteligencia humana, deseosa de conocer los objetos de esa región, no tiene en cuenta la estructura óntica peculiar de esa región y aplica a ella métodos que no le son propios o peculiares, porque son métodos sacados de otras regiones, en donde hay otras estructuras distintas, entonces, de aquí, de esta aplicación de métodos inadecuados a las estructuras peculiares de una región, nacerán forzosamente equívocos, errores o malas interpretaciones, que conducirán las ciencias a faltas garrafales. Así, por ejemplo, se podría mostrar que durante más de un siglo ha permanecido el estudio de la biología detenido en las simples descripciones o enumeración de lo que se ve y se toca, por el hecho de que, al iniciar la labor explicativa, los biólogos pensaban que no podían aplicar más métodos que los mismos métodos de la física. Mas como los métodos de la física son métodos que están adecuados a una determinada región óntica, a una determinada región del ser, y que se acoplan a las estructuras de esa región, resulta que al ser aplicados sin discernimiento al objeto de la biología, tropiezan con imposibilidades, que hasta fines del siglo XIX no han podido salvarse, cuando al fin los biólogos se han dado cuenta de que es necesario aplicar al objeto de la biología métodos acomodados a las estructuras propias de ese sector o trozo de la realidad. Esto es lo que quiere decir la frase tan frecuente en la filosofía actual de «las categorías regionales». Los que sean lectores de libros actuales de filosofía, habrán visto en Husserl, sobre todo y en muchos otros filósofos, empleado el término de «categorías regionales». Lo que eso significa, es lo que les acabo de decir; a saber: que cada una de las regiones en que la totalidad de los objetos puede dividirse, tiene sus propias categorías, que no son nada más que la expresión, en palabras, de la estructura misma de esa región óntica. En cambio, las categorías intelectuales o categorías ontológicas, son aquellas que no responden a la estructura misma del objeto que se trata de estudiar, sino que responden, más bien, a la transformación que ese objeto sufre tan pronto como entra en la labor específica del conocimiento científico.