En las lecciones anteriores nos propusimos verificar una excursión por el campo de la metafísica. Arrancamos del problema esencial metafísico, que es el problema de: ¿qué existe? Perseguimos en nuestra excursión, a lo largo de la historia de la filosofía, las dos grandes respuestas contradictorias que se han dado a esa pregunta. Nos encontramos, primero, con el realismo y luego con el idealismo; y sintetizamos la forma más perfecta y completa del realismo en Aristóteles, así como la forma más completa y perfecta del idealismo la hallamos en Kant. Al perseguir a lo largo de la historia estas dos soluciones fundamentales del problema metafísico, hubimos de prescindir por completo de otros problemas filosóficos, que están más o menos en relación con este problema metafísico, con objeto de que la contraposición del idealismo y del realismo resultase clara, resultase netamente dibujada ante vuestros ojos. Pero habiendo llegado al término de esa primera excursión por el campo de la filosofía y reiterando la promesa que les hice a ustedes de hacer otras excursiones, en otras direcciones diferentes, vamos a iniciar hoy, hasta el final del curso, o sea durante tres o cuatro lecciones más, otro tipo de excursión filosófica, por aquella otra parte de la selva filosófica que lleva el nombre extraño de ontología. Esto quiere decir, naturalmente, que la ontología y la metafísica no son conceptos que se superpongan exactamente; hay intercambios problemáticos entre una y otra esfera, como veremos en el curso de nuestra excursión por la ontología; pero no es lo mismo, ni se proponen lo mismo las reflexiones ontológicas y las metafísicas. Así, pues, ahora, nos salimos de aquella intrincada parte de la metafísica para entrar en esta no menos intrincada pero muy interesante también de la ontología.