Hemos visto, pues, detenidamente, siguiendo la Dialéctica trascendental, cómo Kant va mostrando en cada una de las argumentaciones de la metafísica el pecado que todas ellas cometen, y que consiste en que se salen de los limites de la experiencia; en que aplican las categorías o no las aplican según capricho; en que toman por objeto a conocer lo que no es objeto a conocer, sino cosa en sí misma. La metafísica por consiguiente comete la falla esencial de querer conocer lo incognoscible. Es, pues, una disciplina imposible. A la pregunta: ¿es posible la metafísica? Kant, después de unos estudios muy detenidos, contesta diciendo radicalmente: no es posible. Como ustedes ven, toda la Crítica de la Razón pura –que ya les dije a ustedes el primer día en que hablamos de Kant, que era una propedéutica, una teoría del conocimiento destinada a anteceder a la metafísica–, la Crítica de la Razón pura nos conduce a la conclusión de que la metafísica es imposible. Pero la metafísica es imposible como conocimiento científico; nada más que como conocimiento científico. Todo razonamiento que tenga la pretensión de ser a un mismo tiempo conocimiento científico y llegar a captar cosas «en sí», es necesariamente inválido, imposible; y la metafísica, que desde Parménides viene teniendo la pretensión de ser, en efecto, un conocimiento científico, racional, teorético, de las cosas «en sí», es, como conocimiento científico, racional, teorético, completamente imposible. Pugna con las condiciones de la posibilidad del conocimiento; repugna a esas condiciones de la posibilidad del conocimiento. Pero, ¿no habrá otra vía, otro camino, que no sea el del conocimiento científico, teorético y que nos conduzca a las cosas «en sí» de la metafísica? Supongamos que lo hubiera. Supongamos que haya una vía, no científica, no cognoscitiva, sino apoyada en otra actividad de la conciencia humana, que no sea la actividad de conocer; supongamos que haya esa otra vía que nos conduzca a los objetos de la metafísica. ¿Entonces? Entonces la Dialéctica trascendental adquiere una importancia colosal. ¿Por qué? Porque si bien es cierto que la Dialéctica trascendental demuestra que la razón humana, en su labor cognoscitiva, teorética, no puede hacer metafísica, también demuestra que no puede refutar la metafísica que por otras vías se haga. De modo que Kant, sabia y previsoramente, le ha puesto una coraza a la nueva metafísica que va a hacer. La dialéctica trascendental elimina la metafísica como conocimiento teorético; pero elimina también los ataques que el conocimiento teorético científico pueda hacer a otra metafísica que no esté basada en la actividad cognoscitiva de la razón, sino en otras actitudes. Dicho de otro modo: Kant concede a los físicos que no tienen para qué ocuparse en afirmar el alma, ni Dios, ni el universo; pero también les exige que no se ocupen de esos objetos tampoco para refutarlos. O dicho de otro modo: en la época de Kant, ya ha empezado a aletear y a existir en Europa el materialismo; ya han escrito sus libros La Mettrie y D’Holbach y otros. Y lo que quiere aquí decir Kant es: muy bien, que la física se recluya en su laboratorio. Perfectamente, que el conocimiento fisico-científico tenga unos límites dentro de los cuales haya de estar recluido. Muy bien, que toda aspiración de la razón científica, técnica, física, teorética, toda aspiración de esa razón a objetos suprasensibles sea denunciada como inválida. Muy bien. Pero también que los científicos que hacen física no se crean autorizados a refutar la metafísica, si por casualidad surgiera por otra parte distinta de la ciencia. O dicho de otro modo: que los físicos hagan física, pero que no hagan filosofía, porque la hacen muy mal. Y así Kant prepara el terreno para una nueva metafísica que no había existido antes. Los filósofos que venimos estudiando desde el principio, Parménides, Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Descartes, los ingleses, Leibniz, etc. son todos metafísicos en el sentido de que creen en la posibilidad de que la metafísica sea una ciencia, una disciplina racional, teorética. Algunos, como Hume, niegan la posibilidad de que la metafísica sea tal ciencia, pero siempre en el terreno de la ciencia y de los fundamentos científicos racionales. Ahora nos encontramos con que Kant barre absolutamente todo eso. Kant, habiendo eliminado del idealismo iniciado por Descartes, el residuo de realismo de la cosa «en si» hace ver que la cosa en sí es absolutamente inaccesible a ningún conocimiento teorético. Por consiguiente, la metafísica no podrá ser nunca objeto de un conocimiento racional. Pero inaugura ahora Kant unas nuevas bases para la metafísica; por cuanto hay una metafísica no sólo posible, sino real, pero basada no en la conciencia cognoscente, no en el conocimiento racional, sino en otras actividades de la conciencia humana que no tienen nada que ver con el conocimiento. Por eso, esta nueva metafísica, que Kant va a desarrollar, está a salvo de toda clase de críticas, que proceden de la razón raciocinante; porque concediéndole a la razón raciocinante que no puede demostrar la existencia de Dios, ni la libertad, ni la inmortalidad del alma, la obliga también a estarse callada si por otros lados el hombre llega a la convicción de la existencia de Dios, de la libertad, de la inmortalidad del alma.