La existencia de Dios y sus pruebas

Pasa Kant, seguidamente, a la tercera parte de su estudio, que se refiere a la existencia de Dios. Kant encuentra también en las pruebas que tradicionalmente se vienen dando de la existencia de Dios, un error de razonamiento; el cual consiste –igualmente que los anteriores– en eludir la razón las condiciones de todo conocimiento posible, de toda objetividad posible. Kant agrupa las pruebas tradicionales de la existencia de Dios en tres argumentos principales: el argumento ontológico, el argumento cosmológico y el argumento físico-teológico. El argumento ontológico ya lo conocen ustedes. Es el que Descartes nos expone en una de sus Meditaciones metafísicas. Y Descartes no ha sido el primero en exponerlo, sino que probablemente lo ha estudiado ya en San Anselmo. Es el argumento aquel que ustedes recordarán: yo tengo la idea de un ser, de un ente perfecto; este ente perfecto tiene que existir, porque si no existiera le faltaría la perfección de la existencia y no sería perfecto.

Kant discute este argumento y muestra que la existencia, lo que llamamos existencia, tiene un sentido muy claro y muy completo en la serie de las condiciones del conocimiento posible. Existir, la existencia, es una categoría; y una categoría formal, que nosotros, como el espacio, el tiempo, la causalidad, la substancia, aplicamos, pero que no podemos legítimamente aplicar más que a percepciones sensibles. Si nosotros no aplicásemos la categoría de existencia a la percepción sensible, tendríamos que decir, como Hume, que nuestras percepciones sensibles son nuestras nada más, y que no les corresponde fuera de nosotros nada. Pero justamente el aplicar nosotros a las percepciones sensibles la categoría de existencia, de substancia, de causa, es el acto por el cual establecemos los objetos a conocer, los fenómenos. Este es el sentido de la existencia. De modo que para afirmar que algo existe, no basta tener la idea de ese algo, sino además hay que tener la percepción sensible correspondiente; tenerla o poderla tener. Es así que de Dios no tenemos, no podemos tener la percepción sensible correspondiente, luego no podemos afirmar su existencia. O dicho de otro modo; podemos decir: yo tengo la idea de un ente perfecto; yo tengo la idea de que ese ente perfecto existe, porque en la idea de un ente perfecto está contenida la idea dé la existencia. Pero de ideas, no salimos. La existencia auténtica, o como dice Kant «lo que diferencia a cien táleros realmente existentes de cien táleros ideales» no es nada más que esto: que los cien táleros ideales son sensibles, perceptibles. Y eso es justamente lo que le falta a la idea de Dios. Luego examina Kant el argumento cosmológico. El argumento cosmológico es muy fácil de refutar. Consiste en ir enumerando series de causas hasta tener que llegar a detenerse en una causa incausada, que es Dios. Pero aquí se ve inmediatamente en qué consiste el error del razonamiento. Consiste en que se cesa de pronto de aplicar la categoría de causalidad sin motivo alguno. Kant examina por último el argumento físico-teológico, que es el argumento popular por excelencia; es el de la finalidad. Es el de describir y descubrir en la naturaleza una porción de formas reales de cosas (como, por ejemplo, la maravilla de la estructura del ojo humano o la maravilla de los organismos animales) formas cuyos engarces y coyunturas varias no pueden realmente explicarse sino suponiendo una inteligencia creadora que les haya impreso esas formas tan perfectamente engarzadas para la realización de los fines. Es el argumento sacado de la teología. Pero Kant aquí también muestra que el concepto de fin es uno de esos conceptos metódicos, que nosotros hacemos para la descripción de la realidad, pero del cual no podemos sacar ninguna otra consecuencia, sino que tal o cual forma es adecuada a un fin. No podemos, sin salirnos de los límites de la experiencia, sacar de esa adecuación a un fin conclusiones referentes al creador de esas formas.