En primer lugar, ataca Kant a lo que él llama psicología racional, o sea a la parte de la metafísica encaminada a mostrar que el alma es simple .y por consiguiente inmortal. Kant hace ver que nosotros no podemos predicar del alma absolutamente nada; porque el alma no puede ser objeto a conocer, no puede ser fenómeno dado en la experiencia. En la experiencia, en el tiempo, que es donde se dan los fenómenos anímicos, lo único que obtenemos cuando miramos hacia nosotros mismos es una serie constante de vivencias, que van desplazándose unas a otras (ahora una vivencia, luego esta otra, luego esta otra) y que además cada una de las vivencias tiene en sí, dentro de sí, una señal doble: es por un lado vivencia de un yo y por otro lado vivencia de una cosa; pero no encontramos ninguna vivencia que pueda ser considerada como eso que llamamos el alma. Por lo tanto, no podemos, sin transgredir las leyes esenciales del conocimiento, considerar el alma como una cosa a conocer. Tendríamos que extraer, sacar el tiempo, que es el marco o el carril general en donde discurren nuestras vivencias, para encontrar fuera del tiempo eso que llamamos el alma, simple, substancia, inmortal. Pero nosotros no podemos salirnos del tiempo, puesto que el tiempo es, junto con el espacio, la primera de las condiciones de todo conocimiento posible. Así la psicología metafísica comete una transgresión, comete una totalización indebida, presentándonos la substancia «alma» como algo fuera del tiempo.