Kant, pues, llega en este momento a preguntarse: esta disciplina racional metafísica ¿es posible? ¿Es legítima? Eso que la metafísica pretende hacer ¿puede hacerse? La contestación a esta pregunta la desarrolla en la última parte de la Crítica de la Razón pura, que lleva el nombre de Dialéctica trascendental. Y se llama Dialéctica trascendental, porque en ella se verifica una discusión de la razón consigo misma, un diálogo de la razón consigo misma, un encuentro, un choque de tesis y antítesis, en que la razón discute consigo misma la posibilidad de la metafísica. La solución que va a dar Kant al problema de la posibilidad de la metafísica podemos vislumbrarla de antemano, antes de leer la Dialéctica trascendental podemos vislumbrar que la solución va a ser negativa; que Kant nos va a decir que la metafísica es imposible; que el empeño de la metafísica es un empeño ilegítimo, porque si en la Estética y en la Analítica trascendental hemos enumerado las condiciones de todo conocimiento posible y al mismo tiempo de toda objetividad posible, y nos encontramos ahora, precisamente, con una disciplina que quiere eludir esas condiciones indispensables de todo conocimiento posible, entonces esa disciplina elusiva, rompiendo el sometimiento a las condiciones imprescindibles de todo conocimiento, sería una disciplina ilegítima, que creería llegar a lo que pretende, pero que sería una simple ilusión. Se figura llegar a esas cosas en sí mismas. Pero a las cosas en sí mismas no puede haber conocimiento que llegue, puesto que el conocimiento se define como conocimiento no de cosas en sí mismas, sino de objetos a conocer o sean fenómenos. Por consiguiente, podemos de antemano suponer cuál va a ser la contestación a la pregunta. Nosotros hemos visto ya que todo conocimiento es y se verifica como confluencia de dos grupos de elementos: un grupo de elementos que llamaremos formales y otro grupo de elementos que llamaremos materiales o de contenido. El grupo de los elementos formales viene determinado por las condiciones «a priori» del espacio, del tiempo y las categorías; pero el espacio, el tiempo y las categorías son meras formas, meras condiciones ontológicas que se aplican, se imprimen sobre el material proporcionado por la percepción sensible. El otro grupo de elementos, que confluye con los elementos formales, para formar el conocimiento es la percepción sensible que, amoldándose y sujetándose a las formas de espacio, tiempo y categorías, constituye lo que llamamos la objetividad, la realidad del objeto a conocer. Ahora bien; la metafísica pretende que existe en la razón humana la posibilidad de un acto de aprehensión cognoscitiva que recaiga no sobre fenómenos, no sobre objetos a conocer, sometidos al espacio, al tiempo y a las categorías, sino sobre cosas en sí mismas. Esta es una falta esencial contra la definición y descripción misma del conocimiento. Por consiguiente, se trata ahora –para Kant– de descubrir minuciosamente, punto por punto, en dónde está esa falta que comete la metafísica, en dónde está y en qué consiste esa ilusión que la metafísica se hace, de llegar a cosas en sí mismas por medio de ideas racionales.