Pretensión de la metafísica

En la analítica trascendental Kant nos ha hecho ver que las condiciones del conocimiento son al mismo tiempo condiciones del objeto, de la objetividad, de la realidad de las cosas. Nos ha hecho ver que cuando nosotros adoptamos la actitud de conocer, el solo hecho de verificar el acto de conocer, consiste ya en situar nuestro yo en una posición distinta de la habitual, consiste ya en que nuestro yo se convierte en sujeto cognoscente; y además consiste en que las impresiones o percepciones que recibimos de las cosas se sintetizan y se agrupan en una forma también distinta de la habitual y que es la de agruparse y sintetizarse bajo las formas de las categorías, o sea como objetos que son, que tienen una esencia, que son causas y efectos, que sufren acciones y reacciones mutuas. Por consiguiente, el acto del conocimiento es primordialmente una posición de esas formas «a priori» de todo conocimiento posible; y, naturalmente, esas formas del conocimiento son también las formas de la objetividad en general. Cuando el hombre en medio de su vida, en pleno manejo vital de las cosas, detiene ese manejo vital, o, como dice Fichte, pone en suspenso la vida, se detiene y dice: ¿qué es esto?; esa nueva actitud, la actitud de conocer, que se intercala de pronto en medio del vivir, cambia por completo la faz de las cosas. En plena vida, en plena vivencia, en plena fluencia de las percepciones, de las impresiones, de las acciones, que constituyen nuestra vida, el acto del conocer detiene y solidifica, por decirlo así, esa fluencia vital y establece, estatuye la correlación de sujeto y objeto y el estatuir esta correlación consiste en que el sujeto agrupa todas sus vivencias en una síntesis especial que llamamos sujeto cognoscente; y agrupa también todas las vivencias exteriores en esas síntesis especiales que llamamos objetos a conocer. Y ese «a conocer», eso de que un objeto sea a conocer, supone que hemos puesto bajo el conjunto de las impresiones nuestra convicción de que esos objetos a conocer son, tienen una esencia –que es justamente la que me propongo conocer posteriormente–, tienen una consistencia, y que yo voy a poderla descubrir y que esa consistencia, entre otras cosas, es el estar engarzado en una natura, en una naturaleza, en un orden regular de causas y efectos, el estar en acciones y reacciones todas esas cosas que son las que yo voy a ir conociendo poco a poco, conforme se vaya desenvolviendo esta nueva actitud que llamo actitud de conocer. Por eso el conocimiento no puede ser nunca conocimiento de las cosas «en sí» mismas. Tiene que ser conocimiento de las cosas, en cuanto que han sido convertidas en objetos de conocimiento. Las cosas en sí mismas serían las cosas fuera de la relación de conocimiento; y hay una a modo de contradicción, una especie de contradicción en querer conocer, sin someterse a las condiciones de todo conocer, que son al mismo tiempo condiciones de toda objetividad en general. Ahora bien, existe desde tiempo inmemorial una disciplina racional, que se llama la metafísica, que tiene la pretensión, justamente, de conocer las cosas en sí mismas, de conocer el ser en sí, de llegar por medio de razonamientos puramente apriorísticos a la captación de cosas en sí mismas. La metafísica cree poder demostrar que el sujeto cognoscente, independientemente de que sea sujeto cognoscente, es en sí y por sí un alma y que esa alma es simple y por lo tanto inmortal. También la metafísica pretende que el objeto a conocer constituye en sí y por sí una substancia, el universo. También la metafísica afirma y asegura que por medio de razonamientos puros puede llegarse a conocer la cosa en sí y por sí que contiene en su seno la razón de todas las demás cosas o sea Dios.