La inversión copernicana

Aquí llegamos a lo que Kant llama inversión copernicana. Kant compara su hazaña filosófica con la realizada por Copérnico. Copérnico encuentra que el conjunto de las observaciones astronómicas no tiene recta interpretación posible, si suponemos que el sol da vueltas alrededor de la tierra y que la tierra es el centro del universo; y si no hay interpretación recta posible con esa hipótesis, Copérnico nos propone que invirtamos los términos, que supongamos que es el sol el centro del universo. Kant dice del mismo modo: si las condiciones elementales de la objetividad en general, del ser objeto, no son, no pueden ser enviadas por las cosas a nosotros, puesto que las cosas no nos envían más que impresiones, no hay más que hacer lo mismo que Copérnico y decir que son las cosas las que se ajustan a nuestros conceptos y no nuestros conceptos los que se ajustan a las cosas. Las categorías por consiguiente, son conceptos, pero conceptos puros, «a priori», que no obtenemos extrayéndolos de las cosas, sino que nosotros ponemos, imponemos a las cosas. No se asusten ustedes, que esto no es tan vertiginoso como parece. Aquí Kant lo único que ha hecho es lo que nosotros apetecemos desde hace tantas lecciones. ¿Qué es lo que apetecemos desde hace tantas lecciones? Apetecemos una teoría del conocimiento que, como propedéutica de la metafísica, elimine por completo el residuo de realismo que quedaba en Descartes, en los ingleses y en Leibniz; que elimine por completo la cosa en si, independiente de toda otra condición. Y lo que ha hecho Kant aquí ha sido eso: eliminar por completo ese residuo de realismo aristotélico y fijar la correlación fundamental del sujeto y el objeto en el conocimiento. Lo que ha hecho aquí Kant ha sido decir: el objeto del conocimiento no es objeto del conocimiento sino en tanto en cuanto se provea de las condiciones del conocimiento. Ahora bien, esas condiciones del conocimiento es el sujeto del conocimiento el que se las da al objeto, el que convierte la cosa en sí misma, en objeto de conocimiento. Así es que tanto el sujeto como el objeto del conocimiento son términos correlativos, que surgen en el ámbito del pensamiento humano, cuando el hombre, no contento con vivir como el animal, quiere conocer. Cuando el yo psicológico, el yo de las vivencias, el yo de Descartes, el yo de los ingleses, resuelve un buen día ser sujeto de conocimiento; o, dicho de un modo más vulgar, cuando el hombre siente la curiosidad de saber qué son las cosas, en el acto mismo en que el hombre dice: ¿qué son las cosas? ya este yo no es el yo biológico, psicológico y natural, sino que se convierte en sujeto de conocimiento, en sujeto cognoscente. ¿Qué diferencia hay entre el sujeto cognoscente y el yo? El yo es la unidad puramente vital de nuestro ser, de nosotros mismos; pero cuando el yo se convierte en sujeto cognoscente, ese acto de convertirse en sujeto cognoscente, consiste en proponerse un objeto a conocer. Y ese «proponerse un objeto a conocer» no consiste en otra cosa sino en prestar, en imprimir en las cosas a conocer, los caracteres categoriales del ser, de la substancia, de la causalidad, etc. El animal anda por el mundo, en una especie de semisueño, de conciencia obtusa, donde las impresiones que recibe del mundo hacen de él y de sus instintos lo que una ley biológica ha hecho. Pero el hombre se alza por encima de todo eso. Esas impresiones múltiples, esas vivencias psicológicas, el hombre en un momento determinado las tiene, sí; pero se para y dice: ¿Qué es? En el mismo momento de decir ¿qué es? se convierte en sujeto cognoscente y de inmediato sus impresiones se convierten en objeto a conocer. Pero convertir las impresiones en objeto a conocer no es otra cosa que considerarlas bajo la especie de la esencia, de la substancia, etc. Dicho de otra manera: el físico es un hombre que vive, que duerme, como todos los hombres, que se levanta por la mañana y luego bebe una taza de té. Se pasea, y de pronto, a las diez, dice: voy a ir a mí laboratorio. En ese momento el yo del físico se convierte en sujeto cognoscente. Hasta ahora era un yo viviente, nada más; pero entonces se convierte en sujeto cognoscente. ¿Qué significa esto? Significa que el físico, que lleva en su bolsillo la llave de su laboratorio, está de antemano, «a priori», convencido: primero, de que hay objetos; y segundo: de que esos objetos tienen una esencia, pueden ser conocidos; tercero: de que están sometidos a causas y efectos; cuarto: de que hay leyes en la naturaleza, precisamente las que va a descubrir en su laboratorio. Si el físico no estuviese previamente convencido de eso, ¿qué sentido tendrían los pasos que da hacia su laboratorio? ¿Qué sentido tendría que se pusiese a hacer experimentos en su laboratorio? Luego esa convicción previa de que hay objetos, de que los objetos tienen esencia, de que esa esencia es cognoscible, de que ese conocimiento es por causas y efectos, y de que hay leyes, etc.; esas convicciones previas son de tal naturaleza, que si el físico no las tuviese previamente, no se preocuparía de hacer física; y no habría física. Pues lo que quiere decir Kant, es que lo que el yo es, cuando se convierte en sujeto cognoscente, lo es en relación con el objeto a conocer; y lo que el objeto a conocer es cuando deja de ser mera sensación, mero montón de impresiones, para convertirse en objeto a conocer, lo que el objeto a conocer es, lo es no «en sí», sino en relación con el sujeto cognoscente. Y entonces, ni el sujeto cognoscente es «en sí», ni el objeto a conocer es «en sí», sino que el sujeto cognoscente es tal para el objeto, en la función de conocer; y el objeto a conocer es tal para el sujeto cognoscente, en la función de conocer; pero no «en sí y por sí». El error de todos los anteriores filósofos idealistas fue considerar que de algún modo podía penetrarse en el «en sí», en el yo en sí, en el yo independientemente de que sea sujeto cognoscente; o en la cosa en sí, independientemente de que sea objeto a conocer. Ese es el error. Iban, pues, a las cosas los filósofos anteriores y descubrían en ellas la objetividad, la esencialidad, la causalidad, la unidad, la pluralidad, la acción recíproca, la totalidad, todas las categorías. Y se creían que las categorías eran propiedades de las cosas en sí mismas. ¡No! Son propiedades de las cosas, en cuanto que son convertidas en objeto a conocer; pero no en sí mismas. Iban luego al sujeto y decían: yo existo. Pero el yo es también una serie de impresiones, como decía perfectamente Hume; y Hume tenía perfecta razón al disipar la idea del yo y la idea del alma en una serie de impresiones, en cuya serie no hay ninguna impresión que sea especialmente la del yo. Entonces, ¿qué es el yo? El yo se convierte en unidad, en sujeto cognoscente, cuando recibe él también esas categorías de unidad, de pluralidad, de causa y de substancia, y entra en la relación de conocimiento. Ni el sujeto cognoscente, ni el objeto conocido o a conocer, son en sí. Son fenómenos, como dice Kant. Kant ha logrado de esta manera eliminar por completo ese residuo de realismo. Ahora estamos ya plenamente en el auténtico y verdadero idealismo trascendental. Ahora se plantea otro problema. Y es que existe una disciplina que conocemos desde Parménides, Platón, Aristóteles, el mismo Descartes, Leibniz, los ingleses. Existe una disciplina que anhela conocer lo que las cosas son «en sí mismas». Es la metafísica, que pretende conocer en sí mismas las cosas; no en la relación de conocimiento, como sujeto cognoscente y objeto a conocer, sino fuera de toda relación, absolutamente en si. La metafísica pretende conocer de esa manera el alma humana, el universo; pretende conocer a Dios. Pero, entonces, en vista de que acabamos de descubrir que no hay más objetos que los objetos a conocer para un sujeto, ni más sujeto que el sujeto cognoscente para un objeto, cabe preguntar (y es lo que Kant se pregunta): ¿es posible esa metafísica, que pretende conocer, no en la correlación, sino aisladamente y en sí? Y la última parte de la Crítica de la Razón pura está destinada a averiguar si la metafísica es posible. Esa última parte la consideraremos en la próxima lección.