En este sentido, ¿en qué va a consistir ahora la exposición trascendental del espacio? Pues va a consistir en que Kant se va a esforzar por demostrar que ese espacio, que el sujeto pone por propia necesidad de las formas de aprehensión, ese espacio «a priori», independiente de la experiencia –puesto, sub-puesto por el sujeto para que sirva de base a la cosa– es, la condición de la cognoscibihdad de las cosas; es la condición para que esas cosas sean objeto de conocimiento; si no fuera por ello, esas cosas no serían objeto de conocimiento, serían cosas en sí, de las cuales no podríamos hablar, porque una cosa en sí es un absurdo radical como decía Berkeley, es una cosa que no es conocida, ni puede ser conocida; ni puedo hablar de ella, en absoluto. Así es que ahora Kant se va a esforzar por demostrar en la exposición trascendental que la posición por el sujeto, la sub-posición (la palabra justa sería la palabra griega «hypóthesis», pero como tiene otro sentido en la ciencia no la uso, aunque en su sentido legítimo es tesis debajo: poner algo debajo para que no se caiga otra cosa) del espacio es condición de la cognoscibilidad de las cosas. El conjunto de nuestras sensaciones y percepciones carecería de objetividad, no sería para nosotros objeto estante y quieto, propuesto a nuestro conocimiento si no pusiéramos debajo de todas esas percepciones y sensaciones algo que les dé objetividad, que las convierta en objeto del conocimiento. Esas nociones que nosotros ponemos debajo de nuestras sensaciones y percepciones para que se conviertan en objeto del conocimiento, son varias; pero la primera de todas es el espacio. Pues la exposición trascendental va a eso.
Consideremos la geometría. La geometría no sólo subpone el espacio en el sentido de subponer (poner debajo de ella), no sólo lo supone como punto de partida, sino que constantemente está poniendo el espacio. La prueba está en que los conceptos de la geometría, o sean las figuras, las encontramos constantemente en una intuición pura, «a priori». Cuando llegamos a definir una figura, a pensar una figura, la definimos pidiéndole al lector o estudiante de geometría, que en su mente, con una intuición puramente ideal, no sensible, construya la figura. Cuando llegamos al círculo, le decimos: el circulo es la curva construida por una recta que gira alrededor de uno de sus extremos. Cuando llegamos a la esfera, le decimos: la esfera es cl volumen construido por media circunferencia que gira alrededor del diámetro. Cuando llegamos a cualquiera de las figuras cónicas, ¿cómo las definimos? No las definimos como se define un concepto cualquiera de la naturaleza, sino mediante su construcción. Así, por ejemplo: si queremos definir el círculo como figura cónica, decimos que el círculo es la figura que resulta de cortar un cono por un plano perpendicular a su eje. Pero si cortamos el cono por un plano que sea oblicuo al eje, tenemos la elipse y si cortamos el cono por un plano que sea paralelo al eje, tenemos la hipérbola y si cortamos un cono por un plano que sea paralelo a uno de los lados del cono, tenemos la parábola, etcétera. Todas esas curvas ¿proceden de la experiencia? Todas esas definiciones de curvas ¿son oriundas de la experiencia? De ninguna manera. A cada momento, en cada una de las definiciones hemos tenido que llamar en nuestro auxilio la intuición del espacio y pedirle al lector que cierre los ojos e imagine el espacio puro; el cono puro y un plano cortándolo en una u otra dirección; y la resultante, es la figura. Por consiguiente el espacio puro no sólo es el supuesto primero de la geometría, sino el supuesto constante de la geometría, el contenido constante de la geometría. Por eso dice muy bien Kant, que el espacio puro está latente en toda la geometría, porque los conceptos geométricos no se definen, sino que se construyen. Pero, además, si nosotros luego pasamos de la geometría pura a la geometría aplicada, nos encontramos con este hecho singular: que esa geometría pura, que hemos estudiado con la mente pura y sin meter para nada la experiencia, cuando la aplicamos a las cosas de la experiencia, encaja divinamente con ellas; vemos que todas las cosas de la experiencia encajan divinamente con la geometría pura, o sea que hay una especie de armonía perfecta entre lo que hemos estudiado cerrando los ojos a la realidad sensible y lo que encontramos en la realidad sensible. ¡Que cosa mas extraña! De modo que nosotros hemos sacado de la pura mente, por puras intuiciones internas toda la geometría; y luego, cuando abrimos los ojos y miramos hacia la realidad nos encontramos con que esta geometría que no hemos sacado de la realidad concuerda divinamente con la realidad y no sólo concuerda bien con la realidad, sino que no podemos imaginar que no concuerde con la realidad. Y si nos encontráramos con una realidad irreductible a la geometría, diríamos que esta realidad ha sido mal vista. Si alguna vez se le ocurriera a algún ser fantástico decir que la realidad no es geométrica, que no hay en la geometría (de antemano estudiada y prevista) la forma esa de la realidad, si a alguien se le ocurriera ese absurdo, le contestaríamos: es que usted no ha mirado bien la realidad. No puede ser. Tan seguros estamos que la geometría, siendo «a priori», no derivándose de la realidad, impone sin embargo su ley a la realidad. ¿Cómo explicar esto? Aquí reconocen ustedes el formidable problema de la relación de las substancias que tanto preocupaba a Leibniz. Ya saben ustedes cómo lo resolvió Leibniz. Leibniz dijo que el alma y el cuerpo coinciden y las substancias todas coinciden por armonía preestablecida. Pero aquí la solución kantiana es muchísimo mejor, infinitamente superior, porque las coincidencias entre la geometría y la realidad proceden de que la realidad forzosamente tiene que tener la forma de la geometría. Y ¿por qué? Porque la geometría, el estudio del espacio, es la forma de toda intuición posible. Resulta que cualquier intuición sensible que venga, a fuer de intuición, tendrá que tener la forma del espacio. El espacio es la forma –dice Kant– de la sensibilidad. Nuestra facultad de tener sensaciones es la que imprime a las sensaciones la forma del espacio. Por consiguiente todo lo que hemos derivado de nuestra facultad de tener sensaciones, del puro espacio, tiene que tener su aplicación, en concreto, en cada una de las sensaciones que tengamos, puesto que el espacio no es una cosa, sino la forma «a priori» de todas las cosas. Aquí llega, pues, a su término la exposición trascendental. ¿Por qué las cosas son objeto del conocimiento geométrico? Pues porque el espacio impreso en ellas por nuestra sensibilidad, el espacio «a priori», les presta esa forma geométrica y por consiguiente los juicios sintéticos «a priori» en las matemáticas son posibles por todo lo que acabamos de decir; porque se basan en el espacio y en el tiempo, los cuales no son cosas, sino la condición de la posibilidad de las cosas. Retengan ustedes muy bien esta frase que es capital para este punto que hemos tratado hoy y para los que tenemos que tratar en varias otras lecciones; llegamos a esta conclusión: Que las condiciones de la posibilidad del conocimiento matemático son al mismo tiempo condición de la posibilidad de los objetos del conocimiento matemático. Toda deducción trascendental consistirá en eso: en que las condiciones para que un conocimiento sea posible, imprimen al mismo tiempo su carácter a los objetos de ese conocimiento, es decir, que el acto de conocer tiene dos caras. Por una cara consiste principal y fundamentalmente en poner los objetos que luego se van a conocer; y, claro, al poner los objetos, se imprimen en ellos los caracteres que luego, lenta y discursivamente, el conocimiento va encontrando en ellos.
Ponemos, pues, a los objetos reales, los caracteres del espacio y del tiempo (que no son objetos, sino algo que nosotros proyectamos en los objetos) y como les hemos proyectado, les hemos inyectado «a priori» ese carácter de espaciales, luego encontramos constantemente en la experiencia ese carácter, puesto que previamente se los hemos inyectado. Tenía preparadas mis notas para haber llegado hoy mucho más allá de lo que he llegado en la exposición de Kant; pero en el curso de la lección he resuelto lo contrario, por una razón: porque aunque pude haber explicado hoy toda esta primera parte y haber atacado el problema del tiempo y haber llegado a la conclusión del idealismo trascendental, en la estética trascendental, hubiera tenido que pasar mucho más rápidamente sobre todos esos conceptos; pero de hacerlo es casi seguro que hubiera incurrido en el pecado de oscuridad. La filosofía de Kant es difícil. Los problemas que ella plantea no son fáciles. Me he esforzado por explicarles a ustedes con toda minuciosidad y lentitud (ustedes deben acostumbrarse a este modo de pensar lentamente) para no dejar muchas dudas. Así es que les pido a ustedes perdón por no haber desarrollado más materia; pero, en fin, ya la terminaremos en la próxima lección.