El problema de los juicios sintéticos «a priori»

En la lección anterior me propuse plantear con la mayor precisión y la mayor claridad posible, el problema, tal como Kant mismo lo plantea, al comenzar el desarrollo de su teoría del conocimiento. Partiendo de los juicios que componen el conocimiento humano, Kant llega a la conclusión do que las proposiciones de que consta la ciencia no pueden ser ni sintéticas ni analíticas, sino que tienen que estar constituidas por una clase de juicios mixtos, entre analíticos y sintéticos. Por una parte serán juicios que tengan de los juicios sintéticos el carácter de aumentar efectivamente nuestro conocimiento y por consiguiente, de añadir en el concepto del predicado algo que no esté comprendido en el concepto del sujeto. Pero por otra parte, puesto que los juicios sintéticos toman su origen de la experiencia y el conocimiento científico tiene un valor universal y necesario, esos juicios científicos no podrán proceder de la experiencia, siempre particular y contingente, y deberán ser además, como los analíticos, «a priori». El conocimiento humano está, pues, compuesto do juicios sintéticos «a priori». Es éste un tipo de juicios bastante extraño en la lógica tradicional; porque en la lógica tradicional, todo juicio sintético es necesariamente empírico y por consiguiente, contingente y particular; y todo juicio analítico es necesariamente formal, tautológico, juicio evidentemente y sin duda «a priori» pero incapaz de aumentar en nada nuestro conocimiento, La lógica tradicional no preveía la posibilidad siquiera de que el conocimiento humano estuviese compuesto de este tipo de juicio híbrido, que al mismo tiempo es sintético y sin embargo «a priori». Kant recorre rápidamente las ciencias que constituyen el saber de su tiempo y descubre que en efecto los primeros principios de la matemática, los elementos fundamentales de ella, están compuestos de juicios sintéticos «a priori»; que igualmente la física está basada en juicio sintéticos «a priori ; y también la metafísica. Entonces el planteamiento de la teoría del conocimiento resulta muy claro y muy directo. Se trata de averiguar cuáles son las condiciones que hacen posibles esos juicios tan extraños, que al mismo tiempo aumentan nuestro conocimiento y son, sin embargo, «a priori». Porque aumentar nuestro saber, añadir a lo que el sujeto enuncia, algo que no esté comprendido en el concepto del sujeto, algo que diga acerca de las cosas una real y verdadera afirmación tética de objetividad, algo que tenga un valor objetivo y que no sea simplemente desenvolver lo que está contenido dentro de una idea, eso es propiamente el conocimiento. El conocimiento no es un enunciar sin sentido, o de puras palabras, sino que es una serie de afirmaciones, cada una de las cuales añade positivamente un nuevo saber objetivo, un nuevo conocer objetivo a los que antes habían sido alcanzados. Esa objetividad, esa realidad del conocimiento, es absolutamente imposible explicarla, si el conocimiento consta únicamente de juicios analíticos. Los juicios analíticos son pura y simplemente formales; son la aplicación constante del principio de identidad. Pero ese aumento de conocimiento, esa conquista paulatina de nuevas regiones, cada vez más amplias y profundas de la naturaleza, eso, al mismo tiempo no tendría valor científico ninguno, si estuviese solamente fundado en la mísera experiencia del ahora y del aquí. Sí nuestro saber de la naturaleza no tuviese otro fundamento que el de la percepción sensible inmediata, entonces este saber nuestro estaría colgado de una contingencia radical. Estaría colgado, prendido en el aire; tendría una vida, una validez precaria; no estaríamos nunca absolutamente seguros que las proposiciones científicas enuncien la verdad de los hechos; porque si no tuviesen esas verdades científicas más fundamento que la observación y la experimentación, no tendríamos derecho ninguno a extender la validez de estas afirmaciones científicas más allá del estrecho límite en que son válidas las experiencias y las observaciones.