Vida y obra de Kant

Y ved la maravilla histórica de este caso. Este hombre en el cual se concentraban todas las tendencias capitales de su tiempo, vivió en una ciudad perdida en lo mas remoto del oriente septentrional europeo, en la Prusia oriental, allá casi en los límites de Rusia y de Finlandia; en Königsberg, perdida cerca ya de los límites mismos de la Europa culta de entonces, puesto que Rusia acababa de nacer al mundo europeo bajo Pedro el Grande. Kant nació en esa ciudad en el año 1724. Vivió en esa ciudad ochenta años; murió sin haber salido ni un solo día de ella. Allá, en aquel remoto rincón de Europa, el lugar geográficamente más excéntrico de Europa, allá, tenía ese hombre en sus manos los hilos de los grandes pensamientos, que se habían estado pensando y se seguían pensando en Londres, en París, en Leipzig, en Holanda, en Viena. Y sí la vida de este hombre representa algún ejemplo en la filosofía, representa ese poder que las ideas, los pensamientos tienen de vivir su propia vida en la historia. El ejemplo más grande está en ese hombre, en ese Kant hijo de una modestísima familia, de un talabartero. El padre de Kant era un hombre humilde. Su abuelo –porque los historiadores han perseguido la ascendencia de Kant hasta sus bisabuelos– era también un modestísimo trabajador del mismo oficio que su padre: era talabartero en Memel. El bisabuelo tenía una posada en Werden, cerca de Heydekrug. Kant se educó en una familia extraordinariamente religiosa y en medio de la más grande penuria. Cuando tuvo apenas la edad de salir de los estudios secundarios, entró en la universidad y para poder subsistir se dedicó a dar lecciones particulares. Entró de preceptor en una familia noble que tenía un castillo en las inmediatas proximidades de Königsberg; de modo que lo más lejos que salió Kant de Königsberg fue unos diez kilómetros a lo sumo. Estuvo durante algún tiempo de preceptor privado de hijos de familias acomodadas. Entre otras familias, estuvo de preceptor también en la casa de los condes Keyserling, que son de allí; y actualmente conocen ustedes seguramente uno de sus descendientes en cuarta o quinta generación, también filósofo. Luego abandona la profesión de preceptor privado y entra de docente en la universidad; de docente sin el título de profesor, lo que se llama en Alemania «privat dozent». Muchos años, quince años, estuvo en esas condiciones. Muchas veces el consejo de la universidad y el ministro de Prusia estuvieron tentados de nombrarlo profesor ordinario; pero por unas u otras razones no pudo ser. No llegó a ser nombrado profesor ordinario hasta muy tarde, cuando tenía ya cuarenta y seis años. Y siguió en Königsberg viviendo tranquilamente una vida de solterón meticuloso, muy exacto. Era muy bajito de cuerpo, no llegaba a 1.50 de estatura y era extraordinariamente flaco; tenía el pecho hundido y el hombro derecho más alto que el izquierdo. Andaba muy despacito. Desde niño su salud fue muy precaria. Era el colmo de la puntualidad; salía de su casa todos los días exactamente a la misma hora; iba a la universidad tardando exactamente el mismo tiempo; dictaba sus clases con una puntualidad de reloj; volvía a su casa exactamente a la misma hora; tanto, que las comadres del barrio, cuando tenían duda sobre la hora que era decían: ya deben ser las nueve porque acaba de pasar el señor Kant. En su casa hacía también la vida más metódica que imaginar se pueda; metódico en su dormir, en su trabajar, en sus ejercicios, en su comida, hasta el punto que una vez hallándose un poco apurado de tiempo para terminar un manuscrito, tuvo que suprimir una hora de paseo que hacía regularmente por una avenida, a la que le han puesto el nombre de avenida o paseo del filósofo, y como por ese motivo tuvo que suspender esa hora de paseo, inventó el arreglo, muy de Kant, de poner su pañuelo a tres o cuatro metros de la mesa en que escribía, con el objeto de que, de vez en cuando, tuviera que levantarse para tomarlo y volver otra vez a escribir. A fuerza de esa meticulosidad un poco pedante y un poco burguesa, logró vivir ochenta años, con una salud extraordinariamente precaria. Pero los esfuerzos de trabajo mental que hizo, principalmente en la segunda mitad de su vida, fueron tan grandes que unos diez años antes de morir se vio obligado a suspender sus lecciones en la universidad y un par de años antes de morir había perdido la memoria y la inteligencia y se encontraba en un estado de depresión mental y física completamente definitivo. Hasta muy entrado en años no llega Kant a percibir, a intuir claramente su sistema filosófico. Su libro formidable, uno de los libros más grandes quizá, y sin duda el más estudiado, el más comentado, el más discutido de toda la literatura filosófica de todos los tiempos, su Crítica de la Razón pura, lo escribió cuando ya tenía cincuenta y siete años. Hasta entonces había sido un excelente profesor de filosofía; pero sus enseñanzas de la filosofía no se habían destacado en nada de la enseñanza corriente en aquellos tiempos en las universidades alemanas. En las universidades alemanas dominaba en aquel tiempo la filosofía de Leibniz en la forma escolar que le habían dado los discípulos de Leibniz, entre ellos Wolff, Baumgarten, Meier. Y la enseñanza de Kant en la universidad de Königsberg se limitaba a leer y comentar en clase la metafísica de Baumgarten, la ética del mismo y la lógica de Meier. Y así fue durante mucho tiempo un excelente profesor que daba lecciones en la universidad, un poco de todo, porque también enseñaba matemática, además de lógica y metafísica; además dio clases de geografía física. Por cierto que un joven inglés, de esos que ha habido en todos los siglos, un joven rico que a los veinticinco años se dedican a viajar, pasó por Königsberg y le dijeron que allí había un profesor extraordinario. Fue a su clase un día en que estaba explicando geografía física y le había tocado en su lección, precisamente, describir el curso del Támesis. Kant describió con tal minuciosidad, con tal exactitud todas las aldeas y pueblecillos por los cuales atraviesa el Támesis y todos los cultivos que hay en las aldeas y los monumentos en ellas, todo con un detalle y una exactitud tal, que el joven inglés, al final de la clase se acercó a él y le preguntó cuando había estado en Inglaterra y le dijo que tendría mucho gusto, si alguna vez volvía a Inglaterra, en recibirlo. Pero se quedó maravillado al saber que Kant no había salido nunca de Königsberg. Hasta tal punto describía con minuciosidad Kant aquellas partes. Muy tarde en su vida, repito, llega a cuajar en él el sistema filosófico más extraordinario, más profundo, más discutido y más estudiado de todos cuantos existen. Este sistema filosófico está expuesto en una multitud de libros; pero principalmente en la Crítica de la Razón pura, que publica a los cincuenta y siete años; y luego, a partir de la Crítica de la Razón pura, en otros como Crítica de la Razón práctica, Crítica del Juicio, La Religión dentro de los limites de la Razón, y una porción de libros que fue rápidamente publicando hasta el final de sus días.