Así termina la metafísica de Leibniz en una aproximación a la teodicea, al optimismo. Para Leibniz el mundo creado por Dios, el universo de las mónadas es el mejor, el mas perfecto de los mundos posibles. Si nos ponemos a escogitar, desde el punto de vista de la lógica pura, encontraremos que había un gran número, un número infinito de mundos posibles; pero Dios ha creado el mejor de entre ellos. Este principio de lo mejor se dice en latín optimismus, porque óptimus es lo mejor; y la teoría leibniziana de que este mundo creado por Dios es el mejor de los mundos posibles, es el optimismo. Pero esta tesis del optimismo tropieza con graves dificultades: las dificultades inherentes al mal que existe en el mundo. ¿Cómo puede decirse que este mundo es el mejor de los mundos posibles, cuando a cada momento vemos a los hombres asesinarse brutalmente unos a otros; vemos a los hombres morirse de pena, de asco; vemos la infelicidad, el dolor, el llanto reinar en el mundo? Pues ¡vaya un mundo el mejor posible! Y entonces, en quinientas páginas de un libro que se llama Teodicea, o justificación de Dios, Leibniz se esfuerza por mostrar que en efecto hay mal en el mundo, pero que ese mal es un mal necesario. O sea que dentro de la concepción y definición del mejor mundo posible está el que haya mal. Cualquiera otro mundo, que no fuere éste, tendría más mal que éste; porque es forzoso que en cualquier mundo haya mal, y éste es el mundo en donde hay menos mal. No puede haber mundo sin mal, por tres razones: que el mal metafísico procede de que el mundo es limitado, finito; es finito y no puede por menos de serlo; el mal físico procede de que el mundo, en su apariencia fenoménica, en la realidad de nuestra vida intuitiva, es material, y la materia trae consigo la privación, el defecto, el mal; y por otra parte, el mal moral tiene que existir también, porque es condición del bien moral. El bien moral no es sino la victoria de la voluntad moral robusta sobre la tentación y el mal. Bien, en lo moral, no significa más que triunfo sobre el mal, y para que haya bien es menester que haya mal, y por consiguiente, el mal es la base necesaria, el fondo oscuro del cuadro, absolutamente indispensable para que sobre él se destaquen los bienes. En este mundo el mal existe por consiguiente, como condición para el bien, y precisamente por eso éste es el mejor de los mundos posibles, porque el mal que en él existe, es el mínimum necesario para un máximo de bien. Así, la metafísica de Leibniz termina en estos cánticos de optimismo universal. En la próxima lección haremos el balance general de esta metafísica leibniziana y enunciaremos el nuevo punto de vista que el idealismo adopta después de muerto Leibniz.