Pero hay más todavía: Locke después de Descartes y seguido por el obispo Berkeley, no duda un instante de la existencia de la substancia «yo». Pero examinemos qué quiere decir el yo. Descartes, al decir que el yo es una intuición que yo tengo de mí mismo, comete un error psicológico garrafal. Yo tengo intuición de verde, de azul; tengo intuición del miedo que siento; tengo intuición de la vivencia que estoy teniendo, de la vivencia de azul, de la vivencia de coraje, de la vivencia del esfuerzo que estoy haciendo para hablar. Pero ¿dónde está la vivencia que no sea vivencia de algo sino vivencia del yo? Me miro a mí mismo por dentro y encuentro una serie de vivencias, pero ninguna de ellas es el yo; muchas vivencias que se suceden repetidamente unas a otras, pero ninguna de ellas es el yo. Cada una de ellas tiene referencia al yo; digo: es «mi» vivencia; pero voy a ver en esa vivencia lo que la vivencia tiene de mí y no encuentro nada. Encuentro verde, azul, esfuerzo; pero no me encuentro a mí mismo dentro de esa vivencia, por mucho que analice y que deshaga. Entonces tengo que concluir que a la idea «yo» no le corresponde ninguna impresión; no procede de ninguna impresión; es otra idea ficticia; es otra idea hecha por nosotros. Nosotros tomamos nuestras vivencias, las hacemos un haz, y decimos: esto es el yo; pero si miramos lo que hay en ese haz, veremos que hay muchas vivencias, pero ninguna de esas vivencias es el yo, sino que el yo lo hemos añadido caprichosamente nosotros. La substancia pensante de Descartes, el yo de Descartes, que había sido todavía respetado por Locke y por Berkeley, se desvanece. Ya no hay yo; ya no existe el yo.