Se ha dado un paso enorme, es verdad, comparado con la actitud de Locke. Este paso enorme ha consistido en proseguir con el psicologismo hasta deshacer la noción de substancial material y quedamos con la de pura vivencia o pura percepción. Pero en el obispo Berkeley queda todavía un residuo substancialista. El obispo Berkeley niega la existencia de la substancia material; pero en cambio afirma la existencia de la substancia espiritual. El yo me es conocido por una intuición directa. El «cogito» cartesiano sigue actuando perfectamente en la filosofía del obispo Berkeley: yo soy una cosa que piensa, una «res cogitans», un espíritu que tiene vivencias. A mis vivencias no les corresponde nada fuera de ellas; pero esas vivencias son «mis» vivencias, y yo soy una substancia que las tengo. Mas como esas vivencias revelan además una regularidad en su paso por mi mente, se suceden escalonadamente, se engarzan las unas con las otras, se escalonan, se explican un poco las unas con las otras; como constituyen todo un conjunto de vivencias armónico –que es lo que llamamos el mundo– debo suponer Y supongo (aparte de otros fundamentos que son de carácter moral y religioso y que en el obispo Berkeley pesan mucho, pero que no pueden entrar aquí, en nuestra discusión, que es puramente de teoría del conocimiento y de metafísica) debo suponer que aparte de esos otros hay motivos suficientes para poner ahora la existencia de un espíritu que sea el que ponga en mí todas esas vivencias. Esas vivencias no se ponen en mí ellas solas; las pone en mí Dios, que es puro espíritu, como yo. Y entonces podría pensarse con razón que la filosofía del obispo Berkeley es la que realiza con plenitud máxima la palabra del Evangelio: nosotros vivimos, nos movemos y estamos en Dios.