Todo el esfuerzo de sutileza y de análisis de Locke va encaminado a mostrar que las ideas, o son simples y tienen su origen en un sentido o en dos sentidos, o en la combinación de un sentido con la reflexión o de dos sentidos con la reflexión; o son compuestas, es decir, están formadas de amasijos de ideas simples. Así, por ejemplo, la idea de extensión es simple, pero está formada de impresiones que proceden del sentido de la vista, del sentido del tacto y del sentido muscular. Pero la idea de substancia es compuesta; está formada por otras ideas que se conglomeran, que se unen. Esa unión de otras ideas, esa síntesis de otras ideas, es lo que constituye para Locke la idea de substancia, que él define con una palabra muy típica: como el «no sé qué» que está por debajo de las diversas cualidades, de las diversas sensaciones, de las diversas impresiones que una cosa nos produce. Ese «no sé qué» era ya desde luego plantear, para otros que vinieran después, el problema de la substancia. Porque Locke no duda un instante, no pone en cuestión la metafísica de Descartes. Por consiguiente, para Locke las ideas simples, que nos vienen de la sensación y de la reflexión, o de una combinación entre sensación y reflexión, son ideas a las cuales corresponde una realidad; una realidad que existe en sí misma y por sí misma, como la substancia extensa de Descartes. Del mismo modo, nuestra intuición de nosotros mismos es para Locke el camino que nos conduce en presencia de una substancia real, que existe en sí misma y por sí misma, que somos nosotros mismos. Por consiguiente, la metafísica cartesiana es la que está por debajo de toda la teoría del conocimiento de Locke. Lo único que ha hecho Locke es analizar el conocimiento, desmenuzarlo, llegar a sus últimos elementos, que son las ideas, y mostrar cómo las ideas complejas se derivan por composición, por generalización y abstracción de las simples, y cómo las ideas simples son los elementos últimos que reproducen la misma realidad.