El pensamiento

Así, pues, diremos que el objeto determina al sujeto, y que esta determinación del sujeto por el objeto es el pensamiento. Pero guardémonos muy bien de pensar esta actitud receptiva del sujeto como una total y completa receptividad. No es que el sujeto se deje pasivamente imprimir por el objeto el pensamiento, sino que el sujeto actúa también; sale de sí hacia el objeto, va al encuentro del objeto; es también activo. Pero su actuación, la actividad del sujeto no recae sobre el objeto. El objeto permanece intacto de esa actividad del sujeto. Lo que sucede es que el sujeto, al ir hacia el objeto, produce el pensamiento. El pensamiento es, pues, producido por una acción simultánea del objeto sobre el sujeto y del sujeto al querer ir hacia el objeto. La actividad del sujeto no es incompatible con la receptividad del mismo sujeto, puesto que esta actividad recae sobre el pensamiento. Tenemos, pues, que el objeto puede decirse y llamarse trascendente con respecto al sujeto. El objeto es trascendente con respecto al sujeto; y lo es tanto si se trata de un objeto de los llamados reales –como este vaso o esta lámpara– como si se trata del objeto llamado ideal, como el triángulo o la raíz cuadrada de 3; porque tanto en un caso como en otro el objeto aparece para el sujeto como algo que tiene en sí mismo sus propias propiedades y que esas propiedades no son en lo mas mínimo aumentadas ni disminuidas ni cambiadas ni menoscabadas por la actividad del sujeto que quiere conocerlas. La actividad del sujeto que quiere conocerlas es, pues, en puridad, una actividad que consiste en ir hacia el objeto y abrirse ante él, para que éste a su vez, envíe sus propiedades al sujeto y del encuentro resulte el pensamiento. Por consiguiente, en este sentido el objeto es siempre, en todo caso, trascendente del sujeto. Y ahora me preguntarán quizá ustedes: ¿cómo puede hacerse compatible esta trascendencia del objeto con la necesaria correlación entre sujeto y objeto? ¿No decía usted antes que el objeto y el sujeto son correlativos y que el sujeto es sujeto para el objeto y que el objeto es objeto para el sujeto, como la izquierda y la derecha se son mutuamente condicionadas? Ahora dice usted que el objeto es trascendente y que es lo que es, independientemente de que sea o no sea conocido por el sujeto. Parece que aquí hay una contradicción. Pero no hay tal contradicción, porque el objeto es trascendente por la totalidad de la relación de conocimiento; es trascendente en cuanto que la relación de conocimiento lo considera como trascendente. Pero en sí y por sí –metafísicamente hablando– el objeto no es objeto para el sujeto, sino en tanto en cuanto empieza por lo menos a ser conocido. El objeto que no sea objeto para un sujeto, no es objeto. Será lo que quiera que sea; pero no es problema para el conocimiento; no constituye elemento alguno del conocimiento. Una vez que ha entrado en la correlación de ser el objeto para mí, sujeto, y de ser yo sujeto en cuanto que pienso ese objeto; una vez establecida ya la correlación, el objeto, dentro ya de la correlación, es trascendente, porque es irreversible esa correlación, y porque el objeto no puede nunca penetrar dentro del sujeto sino que permanece siempre a la distancia, mediatizado por el pensamiento.