Necesidad de una descripción fenomenológica del conocimiento

Estos prolegómenos a toda metafísica son, pues, necesarios. Vamos a detenernos y a preguntamos nosotros mismos, independientemente de toda historia de la filosofía e independientemente de todo problema metafísico: ¿qué es el conocimiento? Esta pregunta no deben ustedes malentenderla. Sería malentenderla si creyeran que a ella se contesta con una teoría del conocimiento. No. Cuando yo digo: ¿qué es el conocimiento?, no quiero decir que pregunte por las estructuras totales del conocimiento, en todas sus ramificaciones, y por las respuestas a los problemas que esas estructuras plantean. No. Quiero simplemente dar a entender con esa pregunta, que vamos a describir, por decirlo así, desde fuera, el objeto «conocimiento», el fenómeno «conocimiento». Vamos a ver qué es ese objeto y qué es ese fenómeno en cuanto se distingue de otros objetos y de otros fenómenos; no para estudiarlo en sus entresijos y para hacer saltar de ellos los problemas que plantea y las soluciones que podamos darles, sino para designarlo unívocamente, para que sepamos de qué vamos a hablar; para que podamos trazar el perfil de ese fenómeno al cual nos vamos a tener que referir constantemente. Por consiguiente, la respuesta que pido a la pregunta: ¿qué es el conocimiento?, no es una respuesta teorética, sino que es una mera y simple descripción fenomenológica. Vamos a emprender ahora la descripción fenomenológica del conocimiento. No quisiera yo que esta palabra «fenomenológico» produjera a ustedes susto o pánico ninguno. Lo único que esta palabra quiere significar es que nosotros arrancamos el «conocimiento» de todas sus contingencialidades históricas; de todas sus relaciones existenciales o no existenciales; que nosotros lo ponemos entre paréntesis. Cortamos toda relación entre el conocimiento y cualesquiera peculiaridades o particularidades de las existencias, o sea de los conocimientos particulares y especiales. No nos vamos a referir ni al conocimiento que es la física de Aristóteles, ni al conocimiento que es la física de Newton, ni al conocimiento que es la física de Einstein, ni a la biología, ni a las matemáticas, ni a los problemas históricos que plantea el conocimiento; ni siquiera nos vamos a referir a la posibilidad de que haya eso que se llama conocimiento, o que no lo haya; ni tampoco nos vamos a referir siquiera a la existencia de conocimiento. Simplemente vamos a intentar describir lo que queremos decir cuando pronunciamos la palabra «conocimiento». Haya o no conocimientos en el mundo, háyalos habido o no los haya habido, pueda o no haberlos inclusive; sean ellos o no posibles, nosotros queremos decir algo cuando decimos «conocimiento». Ese algo, puesto entre paréntesis, independientemente de que exista o no exista y aun de que sea posible o no posible, sin entrar en esa cuestión, vamos a ver qué quiere decir, qué es lo que nosotros mentamos, mencionamos, a qué aludimos cuando decimos la. palabra «conocimiento». Pues bien, a este aislamiento de un hecho, de una significación, a este aislamiento de algo, cuyas amarras con el resto de la realidad cortamos, cuyos problemas existenciales dejan de interesarnos; a ese algo entre paréntesis es a lo que llamo «fenómeno». Y entonces la descripción de ese algo, cortadas así las amarras con la realidad, la historicidad, la existencialidad y aun la posibilidad, la descripción de ese algo convertido así en puro fenómeno, la llamo descripción fenomenológica. Es una denominación bien clara y bien exacta en lo que quiere ella significar. Vamos, pues, a intentar una descripción fenomenológica del conocimiento.