Nosotros tenemos, por ejemplo, la idea de la extensión. Pues bien: nuestra idea de la extensión es indubitable; es mi conciencia, es yo mismo pensando. Pero la extensión pensada en esa idea, ¿existe o no existe? He aquí el problema fundamental que para el realismo no se plantea y que para el idealismo constituye el más grave y más difícil de todos los problemas. ¿Cómo resuelve Descartes este problema? ¿Cómo extrae Descartes del yo puro el mundo de las cosas reales, los objetos del pensamiento? El punto de partida es una existencia, el yo, mi yo. Yo existo; de eso estamos absolutamente seguros; pero es de lo único que estamos absolutamente seguros. ¿Cómo ahora yo con mis pensamientos puedo transitar de la existencia mía y de mis pensamientos a otras existencias que no sean la existencia mía?; ¿cómo puedo pasar a ellas? Lo primero que hace Descartes es distinguir entre los pensamientos. Los pensamientos son muchos, múltiples, variados Yo pienso una porción de pensamientos; yo pienso el sol, la luna, esta habitación, el triángulo, el ángulo, el poliedro, la raíz cuadrada de tres, Dios. Todos esos son pensamientos míos. Lo primero que hace Descartes es distinguir entre ellos, y los divide en dos grupos: unos en los cuales yo mismo veo, examinándolos como tales pensamientos, que son pensamientos embrollados, pensamientos donde lo pensado. dentro del propio pensamiento está confuso, está oscuro; no están definidas netamente las partes internas de ese pensamiento; no están tampoco separados claramente lo pensado en él con lo pensado en otros pensamientos. Y otros pensamientos en cambio son claros y distintos. Lo pensado en ellos es perfectamente discernible de lo pensado en cualquier otro pensamiento, y además lo pensado en ellos está perfectamente dividido en sus elementos, de suerte que yo puedo posar la atención sin confusión alguna en los diferentes elementos o partes de que este pensamiento se compone. Advierte Descartes que existen una enormidad de razones para dudar de los pensamientos confusos y oscuros; pero que tratándose de pensamientos claros y distintos, de ideas claras y distintas, las razones que existen para dudar son mucho menos fuertes. Yo puedo dudar de que existe el sol, porque es un pensamiento confuso y oscuro; se compone de muchas cosas mezcladas: una forma geométrica, la distancia, calor, luz; una porción de cosas mezcladas que habría que separar muy cuidadosamente. Yo puedo estar soñando que existe el sol y no existir el sol. El mundo sensible se compone de pensamientos oscuros y confusos, que dan cuerpo y margen a la duda. Pero esos pensamientos oscuros y confusos que dan margen a la duda, yo puedo analizarlos; yo puedo descomponerlos en sus elementos. Puedo, por ejemplo, del sol quitar el calor, quitar la luz, quitar el peso, quitar el movimiento, y me quedaré con una forma esférica. y entonces el pensamiento geométrico de la esfera es un pensamiento claro y distinto. ¿Puedo yo dudar de que la esfera existe? ¿Puedo yo dudar de que el hecho pensado en el objeto geométrico de la esfera es un objeto real? Aquí parece que en estos pensamientos claros y distintos la duda es difícil; y sin embargo, hay que llevar a ellos también la duda, porque al fin, aunque claros y distintos, son pensamientos. Por consiguiente, lo único indudable que hay en ellos es el acto de pensar, pero no lo pensado en el acto de pensar. Lo único cierto y seguro cuando yo pienso la esfera, cuando tengo el pensamiento geométrico de la esfera, es mi pensar la esfera. Pero ¿y la esfera misma pensada por mí, el objeto contenido del pensamiento? ¿Existe o no existe? En el pensamiento mismo no hay la menor garantía de su realidad, de su existencia. En un pensamiento claro y distinto hay una porción de propensiones a creer en la realidad del objeto; pero en el pensamiento mismo no existe ninguna nota que equivalga a garantía, la más mínima, de que el objeto exista, además de estar contenido en el pensamiento.