Y bien: haciendo el esfuerzo necesario para adoptar esa actitud idealista, que es artificial, que es voluntaria, que es intravertida y que considera la realidad no como algo dado sino como algo que hay que conquistar a fuerza de pensamiento; adoptando esa actitud, nos encontramos con que aparece ante nuestra inspección intelectual, ante nuestra intuición intelectual, un nuevo tipo de ser. Es un nuevo ser el que el idealismo ha descubierto: el ser del pensamiento puro. Este ser del pensamiento puro, ¿en qué consiste? ¿Qué es él? Ya en la lección anterior insinuaba yo a ustedes una distinción esencial para darnos bien cuenta de la consistencia de este nuevo ser, que aparece en el horizonte metafísico. Distinguíamos entre el pensamiento y su objeto. Todo pensamiento, a fuer de fenómeno psíquico, pero muy especialmente todo acto intelectual, consiste en la aprehensión de un objeto. Todo pensamiento es, pues, un enderezar la atención de la mente hacia algo. En todo pensamiento hay el pensamiento como acto y el objeto como contenido de ese acto; el pensamiento que piensa y lo pensado en el pensamiento. Esta distinción, que hicimos ya en la lección anterior, nos conduce a la reflexión de que el objeto del pensamiento, lo pensado en el pensamiento, entra en contacto conmigo a través del pensamiento. Es, pues, con respecto a mí, mediato. Necesito el intermedio del acto de pensar para ponerme yo en contacto con él. En cambio el pensamiento de lo pensado me es inmediato; no necesita de intermedio alguno para estar en mí en la más inmediata presencia. Cuando yo pienso algo, el algo en que pienso está, por decirlo así, más lejos de mí. Mi pensamiento de ese algo, en cambio, es lo que está más cerca de mí; tan cerca de mí que soy yo mismo pensando. Por eso lo llamamos inmediato. La inmediatez hace que el pensamiento que yo pienso sea mi propio yo en el acto de pensar. Por eso la identidad entre el pensamiento y el yo es el primer resultado a que se llega cuando, en el afán de obtener algo indubitable, abandonamos los objetos que son dudosos, puesto que son mediatos, y entramos a fijar nuestra atención sobre los pensamientos que son indudables, precisamente porque son inmediatos, porque son mi propio yo pensando. Esta identidad del pensamiento que es inmediato y el yo mismo, es lo que Descartes descubre y lo que constituye para él la base, el fundamento mismo de toda la filosofía. Aplicando la duda a todo cuanto se presenta, resume esta aplicación metódica de la duda en los términos de apartar de sí, como dudosos, todos los objetos, y en cambio de no considerar como indudables más que los pensamientos. ¿Y por qué considera indudables los pensamientos? Porque los pensamientos están tan inmediatamente próximos a mí, que se confunden con mi yo mismo. Esa inmediatez es la que los hace indudables y es al propio tiempo la que los hace fundirse todos ellos en la unidad del yo; Existen los pensamientos, contesta Descartes a la pregunta metafísica. Mas como los pensamientos no son otra cosa que yo pensando, como ser pensante. «Je suis une chose qui pense», yo soy una cosa que piensa.